martes, 1 de noviembre de 2016

PAUSA - PLAY


Como pude conversar con algunos amigos hasta esta noche cuando me preguntaban por el disco, hay mucho más detrás de este álbum debut que solo hacer canciones en masa o por likes, aprobación externa, dinero o presión de alguien que te dice "compón, haz dinero, apresúrate, deadline carajo", o que solo meterte a un estudio a huevear por pose ridícula sin tener claro lo que quieres.

Creo que este primer disco rompe con todo eso y he ahí la clave de que al equipo involucrado (y sus colaboradores dentro y fuera de Perú) nos esté gustando tanto darle vida: porque no dejamos de ser nosotros, porque no dejamos de divertirnos, porque representa un sueño hecho realidad y postergado por algunos años. Al fin y al cabo, un disco que tiene tanto amor y humanidad en su creación que es precisamente lo que lo hace auténtico.

Se los confieso, YO JAMÁS IMAGINÉ QUE PODÍA COMPONER O QUE PODÍA CREAR UNA CANCIÓN sino hasta que mi hermano Tito Silva me invitó a sentarme junto a él frente al piano para encontrarme conmigo mismo y descubrir más de mí de lo que imaginé.
Junto a él, seres increíbles como mi Ricardo Rondon, Claudia Celis, Constanza Lewin, Sebastian Sidharta Pino, Supernova Oficial y muchos amigos más, fueron involucrándose directa e indirectamente para ayudarme a darle forma hasta lo que pronto podrán escuchar.

Doce temas componen esta producción, doce historias que contar tan reales y sin filtro como lo soy yo, un viaje al espacio exterior desde el primer segundo hasta el final. El proceso va llegando a su fin y con él la hora en que todos: amigos, familia, colegas, conocidos y desconocidos, podrán disfrutar de esto tanto como nosotros al crearlo. Preparen pista para aterrizaje: UFO CRASHES ON 2017.


jueves, 15 de septiembre de 2016

El Tren




"En la humanidad nada acaba del todo; 
cada cosa se detiene para volver a empezar." 

Yoritomo Tashi

A: Rana

El tren avanza silencioso en medio de un mar de luces nocturnas de ciudad y somos, una vez más, los últimos pasajeros en él. No tenemos mucha prisa en bajar en la siguiente estación y, seis años después de nuestra última conversación, las sonrisas todavía se asoman y amenazan con ganarle a tu silencio. 

Y es cierto, hoy todo es distinto, empezando por nosotros. Hoy callas demasiado para protegerte de más heridas o cortes mal cicatrizados. Pero en el fondo de tanto blindaje late ese corazón que en algún momento de mi vida aprendí a amar. Huelo la sangre que bombea en su interior y, si te preguntabas la razón, eso es lo que me ha hecho volver. 

Alguna vez me preguntaste por qué nunca tuviste tu lugar en este humilde espacio mustélido, ese momento llegó y te respondo que usualmente son los posts los que me eligen a mí y no al revés. 

No te miento, más de una vez sentí ganas de tomarte la mano y saltar de ese tren; pero todo, al igual que tu regreso y nuestro café en una grada del Kennedy, tiene su momento y su razón. 

Te amo, no me avergüenza admitirlo, tampoco me he preguntado a mí mismo el modo ni me interesa saberlo realmente, pero es lindo saber que sentimientos como ese sobreviven al tiempo espacio y ensayo-error. Sentimientos así sobreviven a todo, incluso a nosotros mismos. 

Aún le temes a mis abrazos y a que te mire de frente, no te culpo ni pretendo que sea distinto, han agarrado tu corazón a patadas tantas veces que hoy está cerrado y  con veinte curitas con cicatrizante, es probable que siga así por buen tiempo, pero cuando decidas abrirlo encontrarás a alguien listo para cuidarlo. No encontrarás a Romeo, es cierto, no me interesa serlo, pero al menos mi abrazo no tendrá un puñal para tu espalda como los seis o siete que aún veo sobresaliendo de ella. Valgan verdades, lo único que no ha cambiado es que seguiré cuidando tu corazón aunque no sea mío jamás. 

Gracias por superar tus miedos y regresar, aunque nuestro primer encuentro tuvo más fricción sin ropa que palabras, debo agradecerte que, cada vez que nos vemos, hayas decidido quitarte esa máscara que no te queda y que tratas de ponerte a la fuerza cuando sales de mi habitación. Amo que te quites la ropa, es cierto, pero amo igualmente que bajes las armas cuando intento acercarme de vez en cuando.

El tren sigue avanzando y me has regalado parte de tu café (eso o es que lo tomé sin permiso). Me buscas en la mirada parte del chico que amaste y odiaste en 2010; me encantaría darte algo de él, pero solo puedo decirte que los cadáveres se descomponen rápido a altas temperaturas y que, a seis años, es muy probable que ya no encuentres ni la lápida de eso que viniste a buscar.

Me toca bajarme antes de la última parada, te abrazo de sorpresa, te vuelvo a besar y me preguntas si volveré. La puerta automática se abre conmigo de pie frente a ella, yo sonrío y solo respondo que "y tú también". Hasta el siguiente tren, mi amor bajo cero.





jueves, 25 de agosto de 2016

Típica de ex



Este nuevo post un tanto burlón, para no perder la costumbre, llega para revelarnos algunas manías actuales típicas de tu/mi/su ex. Entonces, es típica de ex:

Sustituir sus noches contigo con dosis insanas de Netflix o cantidades industriales de helado.

Creer que la/lo dejaste en visto porque fuiste al baño, por un sandwich, etc.

Llamarte de madrugada en estado de ebriedad.

Satanizarte en sus próximas citas para lavarse un poquito la cara.

Comparar a sus siguientes citas contigo.

Escribirle a tu mejor amigo/a para invitarle un café jugando al servicio de inteligencia.

Tomarse 600 fotos en fiestas, polladas y velorios con frases pretenciosas de celebra la vida, hoy me porto mal, etc.

Embriagarse.

Embriagarse más.

Embriagarse por si acaso.

Reventarte el Whatsapp con holas aunque el doble check azul no pueda ser más claro.

Usar hashtags indescifrables que nadie va a utilizar.


Irse de compras hasta que las tarjetas de crédito queden como plástico derretido. 

Convertirse a una nueva religión o ingresar a alguna secta con sede en el centro de Lima.

Destripar los peluches que le regalaste o hacer algún tipo de ritual vudú con ellos.

Pedirte que le devuelvas sus regalos (como si los necesitaras o te hubiese donado un riñon).

Aprenderse las de Adele y/o Ha Ash para llorarte a solas mientras se vende como superad@ en sus redes sociales.

Engordar a niveles crónicos después de que lo/la dejaste definitivamente.

Lanzarte canciones desde su muro a falta de valentía para decirte las cosas en la cara.

Bloquearte en FB y stalkearte desde otra cuenta mientras engorda comiendo por ansiedad y escuchando "Hello" de Adele.

Volver a la carga tres minutos después de decirte "ok, no te molesto más".

Aprenderse la nueva, "La nueva y la ex" de Daddy Yankee con coreo y todo. Ok, no.

Meterse al gimnasio para hacerle al cuerpo lo que no puede hacerle a su alma.

Enredarse con tus ex por deporte (si es que es del tipo de persona con suficiente sangre fría).

Sobreactuar, exagerar la risa y bailar hasta el asma cuando te ve llegando a la discoteca.

Corear a gritos los reggaetones de despecho en Meneo o las de Alejandra Guzmán en cualquier antro de madrugada.

Morirse sin avisar antes de que solucionen todos sus asuntos pendientes.

Usar su timeline de Twitter como terapia a falta de dinero para pagarse un psicólogo.


martes, 16 de agosto de 2016

Última llamada


"Nothing can stop us, not now, I love you
They're not gonna get us,
They're not gonna get us"

t.A.T.u.

- Levántate, Alvaro, es hora de irnos.

Irrumpes tirando la puerta con la fuerza externa e interna que aprendí a amar, la maleta ya estaba hecha y, junto a mi cuerpo sin energía para moverse, eran las dos únicas cosas que faltaban guardar en el auto.

- Va a costar trabajo, lo sé, pero necesito un último esfuerzo de tu parte.

Admito que dos pérdidas en menos de un año me han knockeado por completo. Lo que yo entiendo como mi mundo ha desaparecido por completo, con ellos mi familia y todo lo que alguna vez llamé así. 

- El vuelo sale de madrugada, te necesito en el aeropuerto en menos de dos horas.

Hago el último esfuerzo por pararme de la cama. Me duele la cabeza de dormir tanto y he olvidado que el suero intravenoso aún está conectado a mi brazo izquierdo.

- Alvaro, carajo, te vas a lastimar.

Con el mismo amor de tu hermano gemelo, retiras la aguja de mi vena más generosa. Me gustaba bromear cuando iba a algún chequeo médico o a donar sangre extendiéndole ese brazo a la enfermera y diciéndole "sírvase, este brazo es". La sangre comienza a salir a borbotones y llega a la almohada, con lo poco que sabes de medicina sabes que no es una lesión de consideración.

- Amarra esta tela a tu brazo, parará cuando hayamos llegado al aeropuerto.

Mientras termino de despertar, no dejo de mirarte y preguntarme si no estoy soñándolo todo. No tienes ninguna obligación de estar ahí, de cuidarme ni de limpiar mi reciente herida hecha por descuido.  

- ¿Por qué haces esto? No soy tu familia.

- Porque te lo mereces. Y no vuelvas a decir que no somos familia; lo somos, nutria.

En menos de diez minutos estoy en el asiento del copiloto, arrancas sin dudar rumbo al aeropuerto. Son las 2 AM, no hay mucho tráfico y pareces no querer que me vaya.

- Vendrá por mí.

- Que no, ya basta. Subamos a ese avión y terminemos con esto.

Siempre pensé que mi último día en Lima sería más grato y menos caótico. Aunque he dormido por horas, mi cuerpo se niega a moverse. Ya rumbo a la sala de embarque, su voz corta el ruido de voces confusas de quienes vuelan a la misma hora que nosotros.

- ¿Alvaro?, tenemos que hablar, escúchame por favor.

Todo termina en menos de un segundo, el mayor Ramírez, a quien ya había visto una o dos veces en mi vida, irrumpe en la escena y te enmarroca a mi primer amor con rapidez.

- ¿Qué está haciendo? Oiga, suélteme.

- Queda usted detenida, todo lo que diga será utilizado en su contra para fines del proceso posterior, venga conmigo y no oponga resistencia.

- Alvaro!! Alvaro, carajo, no me hagas esto!! Alvaro!!!

Tu voz se va quebrando de a pocos en una mezcla insólita de ira y desconcierto. Lloras mientras los subalternos de Ramírez tiran de tus brazos rumbo al patrullero. La gente comienza a murmurar y a amontonarse para tener qué postear en sus redes aunque no entiendan un carajo de lo que está pasando. Mi última mirada no es de rencor, ese es un sentimiento bastante primitivo. Tan solo atino a mirarte como se mira a los barcos cuando se alejan en el mar. Supongo que a mi cerebro no le queda energía para hacer trabajar a la hipófisis y secretar alguna hormona que me haga sentir algo. En el fondo de mí, esperaba un mejor final para ti.

- Te traje un sandwich Subway, nutria.

- ¿Sabías que esto iba a pasar? ¿Sabías que estaría aquí?

- Sí, pero no estaba seguro, así que hice las gestiones necesarias y llamé a Ramírez por si acaso.

- Te debo una cerveza.

- Dos.

Ya en la sala de espera de mi vuelo, intento dormir un poco más, tal vez por que la sensación en mi pecho aún no se disipa, tal vez porque mi mente no consigue asimilarlo todo a la vez, tal vez porque la inconsciencia es la defensa que ha encontrado mi cuerpo para no colapsar. 

- No más de media hora, nutria. Déjame quitarte el nudo, que ya debe haber cerrado tu payasada con el suero.

Mientras retiras la venda y mi brazo casi morado vuelve a recibir sangre, mis últimas tres o cuatro lágrimas se asoman en tu delante. Nunca he contenido las emociones o lo que queda de ellas, siempre y cuando sean en frente de la persona indicada. Dejas la caja de donas que habías comprado y me abrazas con la fuerza de seis personas.

- Ya todo terminó, ¿sí?. Nunca he sabido qué decir en estos casos. Por favor, no me hagas buscar discursos en Google, nutria.

Tu sarcasmo me saca una sonrisa después de dos semanas. Me sueltas, me seco la cara con el brazo. Primera llamada para los pasajeros del vuelo ______ con destino a _______.

- Te ayudaré a instalarte allá, después regresaré a Lima al cabo de una semana. Tú podrás quedarte el tiempo que necesites, no he comprado tu boleto de vuelta.

- No lo compres.

- Alvaro, basta.

Segunda llamada para los pasajeros del vuelo ______ de _____ con destino a _______.

- No te has quitado la esclava de plata, nutria.

- Voy a morir con ella.

- Bueno, aquí tengo algunas cartas: tu mamá, tu productor, tu tío, tu mejor amiga, tu hijo, tu tía y esta que no recuerdo de quién es.

- Ya tengo qué leer en el avión. 

Sonrío con dificultad y te recibo una dona. No tengo la más mínima idea de qué me espere después de la tercera llamada. Aún así es igual, no me quedan razones para quedarme.

Continuará...




jueves, 28 de julio de 2016

Engórdame



El post de la semana, algo sádico tal vez, llega para compartir una cruda realidad sacada de una ficción satírica: todas mis exparejas están obesas a extremos alarmantes.

Esta estadística un tanto macabra me ha llevado a pensar que una maldición en mi interior las hace engordar después de la ruptura. Tras un breve periodo de negación o de sufrimiento que me niego a presenciar y que dejo como tarea a sus 'amiwis' y a cantidades industriales de alcohol, mis exes comienzan un proceso de engorde industrial como si de un concurso se tratara.

Al cabo de meses o años, los reencuentros son inevitables y la sorpresa algo miserable: las mismas miradas inseguras pero en cuerpos con decenas de kilos de más. Ahora, ojo, que no se me malinterprete, yo mismo sufrí de obesidad crónica y no considero malo el sobrepeso o la falta de este siempre y cuando te ames a ti mismo. Sin embargo, me causa curiosidad la constante matemática de engorde de mis exparejas tras nuestra ruptura, como si se hubieran puesto de acuerdo, como si la ansiedad les ganara, como si la mejor forma de llevar la soltería o una reciente ruptura fuera comer de forma desmedida más allá de su capacidad estomacal.

Ahora, no seamos egocéntricos, su renovada imagen no les ha impedido jamás encontrar el amor o rehacer sus vidas. Con pareja o no, cerca o lejos de mi vida, han conseguido cicatrizar sus heridas y llevar una vida llena de amor, frituras y alcohol en un curioso ritual de sanación que ya no me interesó conocer.

Nuestros reencuentros anécdoticos han ido acompañados de toneladas de humor negro respecto a sus renovadas imágenes y aquí es donde hago el mea culpa por haberme comportado como el niño cruel del colegio que somete a sus compañeritos a un bullying sistemático mientras hace honrosos méritos para irse al infierno.

Sin embargo, soy uno de los pocos seres humanos que conserva una excelente amistad con todas sus exparejas, salvo por las que están muertas o por aquellas que ponen cara de haber visto al diablo cuando se encuentran conmigo en alguna discoteca (lo cual me resulta divertido en exceso). 

Mi último café con una expareja terminó algo desastroso, pues realmente debo reconocer sus intentos arduos de hacerme ver que era feliz. Vamos, mencionar al novio cada cinco minutos y repetir "y soy muy feliz" merece dos o tres aplausos, hasta que arruinas el sketch preguntando "ya, ¿en serio?" y le ves llorar con un sonoro "no" tan honesto como su balanza al pesarse.

Donde quiera que estén, libres o en prisión, mi agradecimiento por todo lo aprendido (o desaprendido) junto a ustedes, pues todo ensayo-error crea un mejor ser humano, a menos que seas un masoquista o tengas la inteligencia emocional de un maní. 

También debo pedirles perdón por mi exceso de sarcasmo. En realidad no, nunca he pedido perdón por ese tema y no voy a empezar ahora.

Finalmente, respecto a su aumento de peso, solo digan a sus nuevos galanes que es exceso de ternura y asunto arreglado, ya podrán presumir su renovada vida marital en Facebook por un par de meses hasta que se casen en Punta Cana o, en el peor de los casos, hasta que se les arruine todo. 

Ya hablé con un chamán para saber si en mí yace una maldición que hace engordar a la gente que decide amarme, el brujo me cobra por adelantado y me dice que algo así no existe. Me voy agradeciéndole permitirme hacerme unas fotos con su armadillo boliviano, al que le coqueteo aunque este me mire desde su jaulita con expresión de "por favor, mátame". 

Hasta pronto, exes, que estén bien y por favor chequéense los triglicéridos y el colesterol al menos una vez al mes...¿ya ven que les tengo cariño?


jueves, 21 de julio de 2016

Cuídate


"Porque hay olvidos que queman y hay memorias que engrandecen."

- Alfredo Zitarrosa

Hola, probablemente no recuerdes ya quien soy, aunque yo sí recuerde bjen quiénes éramos con una mezcla de nostalgia y tristeza. Han pasado algunos años en los que nos hicimos fuertes a nuestra manera, yo para ser más dueño de mí y tú para colocarte más corazas encima al punto de ya no poder respirar bien y necesitar inhalador.

El siguiente post no es para jugar al psicólogo (espero que ya no estés yendo al tuyo), sino para confesarte que, en alguna parte de mi corazón medicado, vives en una cápsula de criogenia. No a la espera de revivir, mas sí como parte de un museo freak de recuerdos por el cual me doy una vuelta con un álbum de fotos interactivo y algo cruel de lo mucho que nos amamos un día.

Y por supuesto que guardo los mejores recuerdos de esos días, donde te cargaba en mi espalda y corría sin rumbo fijo por la Bolívar con Sucre como el tonto más feliz de la tierra, donde secaba tus lágrimas con un beso, donde te reseteaba con un abrazo cual Nintendo al golpearlo. Todo era perfecto, todo era mágico y funcional, por tanto condenado a una muerte trágica como las grandes historias de la humanidad.

Aún guardo tu carta llena de calcomanías y tus líneas temblorosas pidiéndome a gritos volver a rescatarte de esa prisión en la que se escoge tu comida, tu ropa, tu modo de vivir y hasta a quién dirás te amo para que se vea bien en la foto.

No te podría guardar rencor alguno, pues no utilizo mi memoria ram para ese tipo de sentimientos, más sí tengo de ti los mejores recuerdos en una caja de zapatos: funciones de teatro a la luz de la luna en el cementerio Presbítero Maestro: tu cabeza en mi hombro, tus brazos alrededor en mi cuello por esas calles de Pueblo Libre que ahora ya no siento mías, mis diez a once rounds con el vigor del mejor actor porno del planeta, nuestros helados itinerantes, tu regalo de cumpleaños con firma muerta, tu cruz de confirma oxidándose sola en la caja de regalos que no tiraré jamás al mar y, por supuesto, nuestros te amo con Regina Spektor de fondo y esa versión de Fidelity que no pienso volver a escuchar en mi vida porque me paraliza todavía como secuela inconscientemente o efecto colateral.

Aún regresas en mis sueños y, aunque hoy es otra persona quien los vela, tal vez la correcta como resultado del ensayo-error impredecible que llamamos amar, siempre serás parte de mí para envidia de todas mis exparejas, hoy obesas o muertas (o ambas) por razones que no vienen al caso en este post. Y es que ese tatuaje no se borra, el tatuaje del primer "te amo" dicho de verdad.

Siempre rechacé todo reencuentro de promo, no sólo por alergia a las etapas quemadas y ver a mis amigos envejecidos prematuramente, sino porque no considero que alguien pueda extrañarme en ese tipo de reuniones: nunca jugué fútbol, nunca consumí drogas en el baño, nunca supe que era una resaca, digamos que nunca me importó encajar en el molde cojudo del estereotipo de la época. Sin embargo, el tiempo me demostraría que nací en tu época y que el nexo emocional entre tu generación y la mía, apenas distinta por dos años, se activaría por sí solo en un retiro espiritual donde pude tocar tu corazón y el de tu querida promoción, a la que recuerdo con amor aunque la mitad esté, literalmente, en prisión.

Y es cierto, fui yo quien pidió que te vayas y no me arrepiento. Aunque fue la decisión más difícil de mi vida, no estaba dispuesto a vivir tu mentira, tu amor debajo de la mesa, tus reglas idiotas resignándote a la mediocridad sentimental e impuestas por quien buscaba complacer a las visitas en lugar de tu felicidad.

Aún así, amor mío, gracias por tanto, gracias por esa sonrisa con brackets, gracias por confiar en mi equilibrio cuando te llevaba en bicicleta, gracias por inspirar las tres primeras temporadas de este blog, gracias por amarme al punto de saltar del tren tomándome la mano, gracias por hacerme el hombre más feliz de la tierra y, donde quiera que estés (como si no lo supiera), espero seas feliz y quien ocupe mi lugar sepa hacer bien el trabajo (o al menos sepa cocinar). Hasta pronto, en esta vida o la otra.



viernes, 15 de julio de 2016

Si te vas


A: Vra Doran Mannakin 

El amor, tan caprichoso como es, volvió a golpearme una tarde de junio. El golpe no vino desde este país, fue enviado cual misil teledirigido y premeditado desde México en el segundo vuelo de la tarde. 

Cual atentado en aeropuerto, llegó cruel sin anunciarse, sin preguntar, tirando las puertas de una sola patada, pero con la precisión del francotirador a atravesar mis pulmones por la espalda e impactar directo en el corazón, ahí donde es tan difícil de llegar a menos que tengas lentes de nerd y cara de imbécil.

Y sí, había que sacar esto del corazón, dejar salir cada palabra como quien se succiona el veneno de la sangre a falta de antídoto; justo a la herida, justo del modo más doloroso, justo a la antigua. Para rematar, lo hacemos justo con Shakira del 96 de fondo. Lo sé, masoquista al mango y alguien dispáreme en la cien.

Volviendo a ti, tu inseguridad es tan inmensa como tu sencillez y tu ternura. Como un ave enjaulada atemorizada de todo, pero con la seguridad de que se irá antes de que termine el verano. Esa última comparación te queda muy bien, pues este amor no llegó para quedarse, solo para hacer latir mi corazón tan o más fuerte que el primer amor para luego emprender el vuelo de regreso.

Debo admitir que desde los 19 años soy extremadamente realista, frío y tengo el romanticismo de un forense en plena autopsia, pero tú llegaste para quedarte, para hacer pedazos mis defensas y para desplazar todo recuerdo de te amos y te quieros con fecha de caducidad.

Descubrí que junto a la expresión de poca inteligencia, mi otra debilidad es hacia quienes despotrican excesivamente de sí mismos, por lo que tus reiteradas autocríticas de fealdad no solo me resultaban deliciosas, sino también insólitas: ¿Cómo puede una rankeada estrella porno casi perfecta físicamente y con la más sexy diastema (separación de dientes delanteros) de todos los tiempos acusarse de fea, gorda, horrible y poco atractiva? Era definitivo, me habías enamorado y no me iba a atrever a decírtelo.

Y no. No voy a caer en el cursi cliché del "no me atrevo a decírtelo porque tengo miedo", esa es una cojudez para gente cobarde que vive lamentando lo que no fue y lo que no hizo.

Yo no pensaba decirte que me había enamorado porque era muy probable que este amor tenga un 90 por ciento de ilusión a largo plazo, sostenida en formol gracias a Skype, What's App, tus videodedicatorias y tus videos triple X grabados para mí con nombre y apellido. 

La segunda razón, más poderosa que la primera, era que no vivíamos en el mismo país, ni siquiera en la misma parte del continente. Nadie puede sostener algo así, imaginarlo es apenas ridículo y nos lleva al recordatorio de que siempre son felices los cuatro (o los seis) cuando se ama de lejos.

Y aunque vivías a merced de hombres que te humillaban y poco más te obligaban a lavarles la ropa, debo admitir que me quedo con los mejores recuerdos de lo que fue el más grande amor platónico de mi vida hecho realidad un miércoles por la noche a puertas de una fiebre de 39 confundida con calentura y mi corazón bombeando la sangre más rápido que nunca desde que empezó a latir.

Ahora queda solo fotos en HD y recuerdos indecorosos, vete por favor y súbete al avión. Mi realismo me llevará a aceptar la próxima proposición amorosa con pies y cabeza (y cara de imbécil, por supuesto). Pero no seré orgulloso: admito que nadie borrará de mi cabeza tu voz, tus manos, tu resistencia a besarnos demasiado, tu respiración bajo mis 79 kilos de peso, tus "mande" en el acento, tus canciones de Gloria Trevi y tu "te amo" Maruchan. Exacto, adivinaron, por lo instantáneo y químico.

Hasta siempre, amor de mi vida, buen viaje y abróchate los cinturones antes de despegar. Yo volveré a casa donde me esperan dos propuestas de matrimonio que no aceptaré, un papá que todo lo sabe, una gata con obesidad y el sueño en el que te bajas del avión para dejarlo todo y vivir juntos para siempre cual final de cuento Disney retorcido, cruel, internacional y con mensajes subliminales. 

Te amo, no tengo claro un final para este post, ni para el final de lo nuestro, pero mi cerebro no tardará en anestesiar este dolor en el pecho hasta adormecer lo que siento por ti, o en inyectar la eutanasia definitiva. Aunque la comparación suene cruda, es exactamente así de macabra. 

Tu muerte tardará 24 horas y tu incineración unos minutos más, entonces nada dolerá y todo volverá a lo que parece normal. Hasta siempre, amor mío, me quedo con tu foto autografiada y tu último video porno en edición limitada. ¿Esperaban un remate genial para este post? No lo tiene, las líneas perfectas se van en tu maleta y en clase económica. Disfrute su vuelo, muchas gracias. 





sábado, 2 de julio de 2016

Papá Noel y la Muerte (Historia real)


A: Amalia Muñoz, quien jamás deja que mi niño interno se muera

Hoy no les traigo historias de amor ni desamor, tan solo dos básicos y amargos descubrimientos que marcaron mi infancia: la muerte del ser humano y la no existencia de Papá Noel. Ya sé, dirán "pero, qué idiota, todo el mundo sabe que la gente se muere y que el viejito pascuero de Coca-Cola es irreal". Bueno, les pido que retrocedan el tiempo y recuerden que no siempre lo supieron.

Corría 1992 y a mis casi cuatro años mis figuras de hule con esqueleto de fierro de Goofy, Popeye, así como los juguetes que enviaba mi anónima tía Nancy desde los Estados Unidos (sospecho que ella era Papá Noel o trabajaba con él), inundaban mi vida, mis tardes y aseguraban que jamás conociera lo que es el aburrimiento. Una tarde de esas, una desagradable sobrina de Papá Víctor, una muchacha cuyos títulos universitarios jamás le enseñaron lo que es ser gente, me reveló una de las leyes de la vida: Tarde o temprano, antes o después, de viejitos o al nacer, en tu cama o al cruzar la calle, la gente se muere.

En ese momento, no entendía qué carajos significaba eso. De hecho no lo entendí hasta algunos años después cuando me tocó experimentarla de cerca. Intenté aclarar mi mente confusa preguntándole al espantapájaros universitario qué quería decirme. Ella, en su ingenuidad y poco tino, me explicó que las personas, al cabo de un tiempo, se quedaban dormidas para luego ser depositadas en una caja de madera y puestas bajo muchos kilos de tierra. Así, sin más.

- ¿Sin huecos para respirar?
- Sin huecos.
- ¿Y cuando vienen a sacarlos si despiertan?
- No. Ya no los sacan de la caja.
- ¿Nunca?
- Nunca.

El monstruo que fungía de mi niñera me había traumado para siempre. Lo siguiente que vino fue mi reacción a la pueril idea de que, algún día, sin mi consentimiento y plena conciencia, me depositarían en una caja de zapatos sin oxígeno para echarme tierra encima y luego se olvidarían de mí hasta que huela a estiércol. Es cierto, la muerte de una persona no es técnicamente eso, pero se le parece mucho si se ponen a pensar. Mi llanto horrorizado no paró por más de cuatro horas.

- Qué has hecho, estúpida, ¿cómo vas a decirle eso al bebe?
- Yo solo quería explicarle que...
- Explícale a tu puta madre, no me traumes a Alvaro de esa manera.
- Ya, chola, cálmate, solo quería darle conocimiento.
- Métete tu conocimiento al culo.

Lo único que admiraré de mi primera madre biológica, la sustituta, es su fiereza para defenderme de quienes se sentían más fuertes por ser mayores que yo. Digo lo único pues no basta el carácter para amar a una persona por mucho tiempo. Hoy, mi verdadera madre ocupa su lugar con el doble de carácter y cien veces más cerebro. Volvamos al punto, no había forma de calmarme ahora que había descubierto que la gente se moría.

- No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.
- Hijo, cálmate, la gente se muere, es cierto, pero para eso falta mucho. Tú no te vas a morir.
- No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.
- Cojuda, animal, voy a decirle a Julia y Víctor, esta vez te pasaste de la raya. Alvarito, te estoy diciendo que eso no es así, te duermes pero vas al cielo, con angelitos y...
- No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.

No recuerdo cuántos chocolates Toblerone de Papá Víctor fueron necesarios para sacarme de mi crisis, supongo que todo el stock de un año de dicha marca. Pero recuerdo claramente que solo sus brazos eran capaces de calmarme. Mi Víctor siempre fue así, engreidor, conciliador, sabio, infinitamente más grande que todas las almas podridas que crecieron a mi lado en esa casa del infierno que ahora se cae a pedazos deshabitada y por debajo de mi actual hogar.

El otro descubrimiento, un poco menos terrible que la muerte, era la no existencia de Papá Noel. Tal vez a más de uno le ha sucedido: Tenía los mismos tres años y, para resistir la cena de media noche se me enviaba a dormir durante la tarde. Al despertar, los regalos ya estaban al pie del árbol, los había traído Papá Noel.

Todo bien hasta ahí, lo que no se esperaban en casa era que mi sueño de la tarde se viera interrumpido involuntariamente por mi abuela, la verdadera Papá Noel en este negocio de la ilusión y la fantasía infantil. Sus robustos brazos que jamás me abrazaron cargaban los carritos a pilas, los muñecos, las latas de galletas danesas con casitas en medio de paisajes que espero visitar algún día y un sinfín de detalles más. Una pelota, jamás, todos saben que a este mocoso nunca se le hizo el fútbol ni sus derivados.

Al abrir los ojos, mi idea de Papá Noel se derrumbó en un segundo: Mi abuela estaba en medio de la habitación, con un cargamento de juguetes, papel de regalo y una expresión de un criminal sorprendido con las manos en la masa. El desconcierto dio lugar a la razón con el genio que siempre la dominó.

- Bueno ya está, carambas, así es como llegan, ¿quién pensabas que los traía?

No salió respuesta alguna de mi boca, tan solo volví a dormir para no volver a ser el mismo nunca más. Era un poquito menos niño, un poco menos ingenuo, un poco más cercano a la realidad donde los regalos te los trae Papá, no él.

Y así es como tuve esos dos curiosos descubrimientos que, aunque puedan parecer tan sencillos, marcan tu vida para siempre. No importa cómo creciste ni dónde, en algún momento descubrirás que la gente se muere y quién te trae los regalos de navidad. Si tu situación económica no es buena y nunca tuviste regalos de navidad, igual descubrirás que la gente se muere, al fin y al cabo morirse es gratis (para quien se muere, claro) y nos va a suceder a todos. Hasta el siguiente post y feliz navidad.



miércoles, 22 de junio de 2016

La experiencia Supernova


A: Lewin, Sebas y Lüer, día tras día





Punto y coma (3ra Parte)


A: Vaca, que en caos descanse

El vuelo TAM 920 procedente de Iguassu Falls aterriza en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima, Perú, tras tres horas de ligera turbulencia. De ese mismo avión rojiblanco desciende un veinteañero con rostro de ratón algo confundido y su médico de cabecera, junto con otros cuatro amigos con más preguntas que respuestas después de una siesta incómoda y muchas ganas de abrazar a sus familias.

Doctor psiquiatra vuelve a explicarme todo de nuevo con la paciencia de su profesión. Recuerda, Alvaro, una persona jamás vuelve del coma de la misma manera, es muy probable que pasen meses antes de que hablemos de una recuperación parcial, todo depende de cada organismo. Sé que esto va a ser difícil, pero necesito que seas lo más sereno posible. Si alguna vez mantuviste la calma ante una situación, va a tener que ser esta noche.

El taxi que nos conduce al hospital Municipal va raudo, es domingo por la noche y no hay mucho tráfico, mi rostro pegado en la ventana del auto que acelera y corta el escaso aire de aquella noche calurosa de febrero. Son tantas las preguntas en mi cabeza que casi puedo sentirlas, golpeando mis sientes, chocando una contra otra y golpeándose también entre sí, por el puro placer del caos, casi como una horda turbada en pleno pogo y en el clímax de un concierto punk.

Mi hermano galeno entiende lo que sucede en mi alma, aunque no crea en su existencia, por eso no me hace más preguntas y solo atina a pedirle al taxista que abaje el volumen o le cambie porque no queremos seguir escuchando Radiomar Plus categóricamente superior. Mi lealtad y gratitud, dos sentimientos a veces tan distintos al amor, me ha traído problemas en más de una ocasión, justo como en esta historia a punto de terminarse definitivamente. 

Ya en el pasillo del mismo hospital, una semana después, sé que del otro lado de la puerta ya no espera un respirador artificial, llantos ni silencios incómodos. Me espera un siniestro signo de interrogación respecto a quién volvió de ese trance incomprensible al límite de la conciencia humana, justo entre la vida y la muerte.

Celoso como un artista cubriendo su cuadro antes de develarlo, doctor psiquiatra me tira la puerta en la cara sin darme oportunidad a ver nada. Espera aquí, nutria. Confieso que esos fueron los quince minutos más largos de mi vida, mi corazón se aceleraba cada vez más y creí sentir que estallaba en pedazos al oír el click de la puerta volviéndose a abrir.

- Pasa, Aldo. 
- ¿Qué carajos?, ¿Por qué me estás cambiando el...?
- Él es mi ayudante, el doctor Aldo Quintana, perdónelo si lo nota algo nervioso, pero son sus primeros días en este hospital y aún está adaptándose. 

La sangre de mi cara desaparece al verte en tu cama aún con algunas agujas intravenosas, con esa sonrisa que un día quise y con esa mirada noble que podría haber sido la misma que me acompañaría al dormir y al despertar el resto de mi vida, pero que esta noche, sin saberlo, estaba contemplando por última vez.

- Hola, Aldo, mucho gusto, ¿te puedo tratar de tú?
- Emmm...ammm...sí, claro. Qué bueno que ya estés de regreso.

Nunca me había sentido tan estúpido y confundido como el momento en que dí esa respuesta: "Qué bueno que ya estés de regreso". ¿Qué se supone que le dices a alguien que amaste y que, ahora, a dos días de haber despertado del coma, tiene el cerebro tan dañado que parece no recordar aboslutamente nada? Supongo que eso o que tu libro, Luna de Plutón, es un éxito en todas las librerías...

- Bueno, Aldo, tómale el pulso y dime si todo está bien.

Doctor psiquiatra me hablaba con una frialdad y tranquilidad que me hacían dudar de que fuese completamente humano. Supongo que, como jefe de una clínica, mi partner ya está acostumbrado a situaciones iguales y peores. Me acerco tragándome todo sentimiento a tomarte el pulso sin saber cómo diablos se toma. Sujeto tu muñeca con suavidad para sentir tus pulsaciones, mientras tú me sonríes como si disfrutaras esta situación involuntariamente macabra. 

- Eres muy lindo, ¿sabes?

Trago saliva sin atreverme a mirarte a los ojos.

- ¿Todo bien, Aldo?
- Si, bro. Perdón; sí, doctor.
- Listo, ahora es importante el descanso, nosotros iremos a ver otros pacientes. Ahora procura dormir y no esforzarte demasiado en pensar, en unas horas volveré a examinarte.
- ¿Aldo también vendrá?
- No, el doctor Quintana tendrá que atender una cesárea y operar esta noche.
- Está bien. Hasta pronto doctor, hasta pronto Aldo.

Salimos de la habitación mientras Doctor psiquiatra me sujetaba el brazo para que no mirara atrás. Una vez cerrada la puerta, la sonrisa en la cara de mi cómplice era casi burlona.

- ¿Qué carajos fue eso?
- Te lo dije
- ¿No recuerda nada?
- No
- ¿Por cuánto tiempo?
- Eso no lo sé; soy médico, no brujo.
- ¿Pero qué mier...?

Doctor psiquiatra sonríe sin disimular que encontraba divertido mi desconcierto.

- Te dije que algunas áreas del cerebro pueden verse comprometidas, temporal o permanentemente.
- ¿Entonces no me recuerda?
- Aplausos, Alvaro, ¿no era eso lo que querías?

Por primera vez, no tenía respuesta para doctor psiquiatra y me sentía el más grande idiota en todos los pabellones de ese hospital.

- Bien, cara de nutria, es hora de que te vayas, eres libre.
- ...

Quise dar alguna respuesta, quise tener la última palabra, pero mi hermano del alma tenía razón, ahora era libre y solo tenía que irme. Caminé hacia la salida atravesando el pasillo. Antes de irme, noté que Doctor psiquiatra no se movía de la puerta y me miraba con una mezcla de ternura y diversión, como si de una rata de laboratorio se tratara.

- Gracias por todo, hermano, buenas noches.
- Buenas noches, Dr. Aldo Quintana (risas)
- Grandísimo pendejo.
- (Más risas)

Mientras el taxi esperaba con nuestras maletas en él, las preguntas en mi cabeza no dejaban de acosarme, aunque mientras me volvía a recostar en la ventana de aquel auto negro que me trasladaba por fin a casa, alejándome de ahí, desapareciendo en la noche tan rápido como mi recuerdo lo hizo en tu cabeza y nuestra historia en tu corazón. Mi paranoia, las emociones encontradas y mi incertidumbre, iban disipándose lentamente y desvaneciéndose, como si de un sueño se tratara. 

Como dije, veces la realidad puede superar a la ficción, esa ficción donde me convierto en ayudante de médico, esa donde sé tomar el pulso a la gente y atender a alguien que volvió del coma, esa en donde soy el doctor Quintana, esa en donde alguna vez te amé y me amaste, esa en donde fuimos felices para siempre. 





jueves, 16 de junio de 2016

Punto y coma (2da Parte)


Tu madre toma mis manos diciéndome que no sabe si rendirse o no, que el sistema de salud más cruel de esta parte de Sudamérica está por acabar con sus fuerzas y que su corazón no quiere verte sufrir más. Tu hermano, quien jamás había querido a nadie en su vida ni había dicho más de dos palabras, ahora me abraza dispuesto a partirme la columna vertebral sin darse cuenta.

Más confundida que dueña de sí misma, tu madre pregunta qué pienso que debe hacer, yo le respondo que rendirse y desconectarte no es una opción, que ni siquiera lo piense y que debe escuchar a su corazón, más grande y puro que el de todos nosotros juntos.

Supongo que no es mi mejor respuesta, pues sus lentes de sol que ocultan sus ojos hinchados de tanto llorar, buscan alguna certeza en los míos. Mi coraza empieza a quebrarse y solo atino a decirle que ya hubiera querido yo que mi madre biológica tenga la milésima parte de coraje que ella y si en algún momento hubiese tenido una, me habría gustado que fuese como ella. Mis lágrimas inundan las grietas de mi escudo interno. Antes de hacer evidente que estoy desarmado, seco mis ojos y abandono el hospital sin saber si volveré a verte con vida.

- "Alvaro? Alvaro?" 

A miles de kilómetros de ahí, bajo la luna de Santa Teresa en una apacible casa de Río de Janeiro, Doctor Psiquiatra me aclara que aún no tenemos la más mínima idea de lo que va a suceder. Has despertado, es cierto, pero aún desconocemos la situación por completo. Una cosa son los entusiastas posts deseando tu recuperación, uno más cursi que el otro; pero otra es la realidad, esa que usted me pide que no abandone ahora que estoy en shock.

- "Al volver de un coma inducido, son muchos los factores y daños colaterales que pueden presentarse, dependiendo del nivel de daño cerebral: desde una conciencia parcial, cuadros de epilepsia paulatinos, transtornos psiquiátricos, entre otros efectos que podrían entorpecer la lucidez. De momento, sólo nos atrevemos a pensar que recordará todo hasta antes de ser puesto en ese estado".

Con la paciencia de un profesor que explica la materia por enésima vez a un alumno repitente, Doctor Psiquiatra trata de sacarme del trance de saber que has vuelto a la vida. Nada nos prepara para ese cuadro, nada nos prepara para ese primer encuentro cuando mi corazón apenas terminaba de asimilar que no volvería a verte más. Nada nos prepara para la realidad, que supera de lejos a la ficción en este momento.

La primera foto de tu regreso a la vida no tarda en aparecer en el Facebook que todo lo sabe. Parece que te has reconciliado con la vida y luces esa sonrisa que jamás espere volver a ver. Es cierto, nada nos ha preparado para el reencuentro tras dos semanas contigo fuera del mundo. 

¿Querrás verme de nuevo? ¿Seguirás aferrándote a ese amor que tanto daño te hizo con la misma fuerza que te trajo de regreso de la inconsciencia? ¿Serás la misma persona? O, mejor dicho, ¿seremos los mismos? Las respuestas a todas estas preguntas esperan del otro lado de la puerta de la habitación 501 del Hospital Municipal, misma que estoy a punto de atravesar a pocas horas de mi regreso a Perú, con el corazón en la boca y el pasaporte en el bolsillo. 



domingo, 12 de junio de 2016

Este soy yo


Tu cuenta regresiva
Tu corazón de papel
Los peluches que tiré
Las fotos que enmarqé

El desayuno en mi cama
Las cartas de amores descartables
La venganza de tu ex
La muerte de mi ex

Las canciones por terminar
Las canciones terminadas
Mi madre de verdad
La que cree que lo es

Los corazones que romperé 
Cobrarán su revancha esta noche
Tus lágrimas en mi cara
Me dicen que es verdad

Los hola que no contestaré
Los hola que no me contestaron
Los videos editados 
Para decirte que te amo

La comida cancerígena que no puedo dejar
Las noches sin dormir en vano
El amor platónico desangrándose en mi cama
La electricidad cuando tomas mi mano

La familia que creé para mí
Los cafés con Rondón
Las veces que guardé silencio
Solo porque sí

Los aviones que perdí
Las cenas que rechacé
La canción que reproduje 
Una y otra vez

La asfixia en el mercado Bolívar
La absolución en Plaza San Miguel
Las conversas en Barranco
La felicidad en Barranca

Tu pulsera que aún no logro pulir
Los anillos que lancé al mar
El anillo que quedó en mi índice
Cada noche antes de cantar

Los viajes en que escapé
Las noches en que me quedé
Por amor, por placer
Por no ver de nuevo el amanecer

Mi Santa Sagrada del Poder Judicial
Mis deudas terminadas de pagar
El te amo que no escucharás
Porque morirás sola

El coma inducido
Mi Víctor Serenidad
Tu voz pidiéndome en vano
Otra oportunidad

Los sueños premonitorios
El juego de formas bajo las estrellas
El mar que se llevó todo
La fogata que me enseñó a amar

El metal en mis brazos
El cereal perfecto por toneladas
Tus te amo que ya no son nada
El retrato que se cae a pedazos

El corte en la palma de mi mano
Tu carta con stickers de gato 
La cicatriz a la altura de mis pulmones
De haber vuelto de la muerte 
Una mañana de febrero de 2012



Archivo

De la selva, su Nutria

La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora. M...