"Tu turno Alvarito, llegó la hora". Sentí en ese momento que habían dicho "llegó tu hora". Parado frente a 200 mamás desconocidas, inflé mi pecho para recitar el nuevo verso que había escrito en la movilidad: "Buenos días, estoy pensando en matar a mi madre".
El matricida con mandil empezó su crimen en el C.E.I. Nido Santa Rosa, sección pececitos, puerta al parque de juegos con piso de piedritas que se te meten en el zapato causándote heridas que te joden por semanas.
La miss Ivón, sentada en una esquina del salón con esos ojazos verdes y esa blancura Bolívar que siempre me hizo dudar de su ascendencia peruana, aplaude al segundo niño que ha recitado su poesía conmemorativa al día de la madre.
"Mamita, mamita, yo te digo en tu día...eh...ah...Mamita?", la profesora sonríe con esas blancas perlas envidiables, su esbozo de sonrisa se traduce en un claro "hasta el culo", pero se desmiente magistralmente con un "muy bien, hijito".
Es mi turno, sudo frío y siento electricidad en mi estómago como hasta ahora cada vez que hablo a un montón de gente. Mi mandil manchado con témpera y goma David me hacen saber que no tengo muchas posibilidades de ser elegido y que ni los Power Rangers o los Caballeros del Zodíaco de mis recortables vendrán a salvarme del ridículo.
Camino hacia el Gólgota con figuras de Mickey Mouse y la sirenita Ariel para pronunciar dos líneas que escribí esa misma mañana en la movilidad: "Mamita, dime: ¿cómo puedo abrazar tu corazón?, partiendo mi corazón en muchos pedacitos para que abracen el tuyo, mamita. Felíz día".
¿Musical?, no. ¿Coherente?, menos. Pero parecía que a la Gringa Inga le gustó sobremanera el versito aquel, porque se paró a aplaudir para decirme que la acompañe afuera del salón.
Descartando con alivio toda posiblidad de ser elegido para actuar en la ceremonia del Día de la Madre, me dijeron que ya no sería "Papá Edmundo" en un cojudo sketch que preparaba la sección pececitos y que ese papel se lo darían a alguien más, alguien que me recordaría a mi madre el resto del año maldiciéndome por dejarlo en ese odioso rol de padre ciego y cojo.
"Alvarito, corazón, tu poesía vas a recitarla a las mamás el día de la Madre". Mi rostro se puso más blanco que el de la profesora Cameron Díaz en ese momento. Ella no me quitaba los ojos de encima ni borraba de su rostro esa sonrisa plástica que odié para siempre.
Ese viernes del mal, la ojiverde profesora me recibió como a una chiquicelebridad. Mis compañeritos de salón me acosaban con preguntas de todo tipo. "¿Estás nervioso?", "¿Qué te ha dicho tu novia Jimenita?, ¿ya te felicitó con un beso?", "¿Y si no te sale?", "¿Vas a recitar?", ese último fue el gordo Jhonny con su sonrisa de dos dientes que ya odiaba antes de odiar a la de Nicole Kidman. "No gordo estúpido, voy a bailar 'Pa los coquitos'". El llanto no se hizo esperar. 3...2...1..."Miiiiiiiss, Alvaro mehainsultadomehadichoquesoyestúpido" (así de atropellado).
La profesora, dándome la razón con su sonrisa de revista, le dijo a Jhonny que de seguro debió haber escuchado mal. "Alvarito recita, no insulta". Aquello parecía ser cierto ese viernes maldito. "¿Cómo puedo abrazar al gordo Jhonny?, ni partiendo mi corazón en cincuenta porque es muy gordo y no lo haría tampoco porque es estúpido". "¡Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiss!"
Las mamás de la sección gatitos abrían sus collares de fideo codito llorando de emoción, mientras que las mamás de la sección conejitos (esos abusones hijos de la gran puta, con el respeto de las putas), no despegaban los ojos de sus portaretratos de palito de helado. Las profesoras eran las más emocionadas: habían recibido cajas de chocolate y no se las descontarían de su magro salario.
La miss porcelana ingresaba al salón con los niños en poncho y pollera que acaban de presentar un huayno. Los aplausos de mis predecesores me hicieron sentir un insecto, tenía ganas de convertirme en un sandwich triple y esconderme en la lonchera del gordo Jhonny, donde nunca me encontrarían por toda la comida que siempre había ahí.
"Tu turno Alvarito, llegó la hora". Sentí en ese momento que habían dicho "llegó tu hora". Parado frente a 200 mamás desconocidas, inflé mi pecho para recitar el nuevo verso que había escrito en la movilidad. "Buenos días, estoy pensando en matar a mi madre".
Un "ohhh" de terror estalló en el patio y las risas de mis compañeros me convirtieron en héroe: celebraban la primera cosa divertida que habían escuchado en esas dos horas de calentar el asiento en medio de formalidad, chocolate, amor y mes de mayo.
A los dos segundos, sentí una fuerte presión en mi brazo derecho. Era Margaret Tatcher con bovitos y mandil que me sacaba del escenario con una expresión endemoniada. Me llevó a la puerta de la dirección a punto de darme el rezondrón de mi vida. No acababa de soltarme cuando mi Tania, mi madre, se abalanzó sobre mí para abrazarme con todas sus fuerzas gritando "Fue hermoso, bebé, fue hermoso. Que auténtico, que artístico, que CHESPIR".
Risitos de oro no salía de su asombro, acaba de confesar públicamente que quería convertirme en un matricida y ahí estaba la autora de mis días celebrando la travesura con besos y lágrimas.
"Vieja loca", habrá de haber pensado entonces y ahora lo pienso yo también mientras Tania Magaly Quispe Chiang (Tanu Mio Riquelme en Facebook, @Peggysexy en Twitter, 'Chanchita' en casa de su novio, Muppet en mi casa y teniente Tania en el ejército) corre entre los buses de Grau con un buzo y gorro de niño de Neoplásicas que más la hace parecer un azul muñequita para lavar la ropa. "Corre huevón, ahorita cambia a verde", me dice sonriendo y esquivando un Tico.
Entramos a una cevichería llamada "Señor Jesús marino", el nombre nos da algo de confianza ya que en un local con nombre cristiano no se te envenenaría criminalmente, al menos la dueña tendría cargo de conciencia o algo así. Ya dentro del local, veo fijo hacia la tele mientras aguardo por mi arroz con mariscos.
Tania disfruta su jalea con el placer de un comenzal de cinco tenedores y con la velocidad de un camionero. "Pica, si quieres, monce", me dice con la boca llena. Como y vuelvo a dirigir mi vista a la tele, una canchita directo a mi mejilla me despiertan de mi ensimismamiento, otra más y otras más. Mi madre sonríe y continúa aventándome canchita con una sonrisa siniestra. Mi contraataque no se hace esperar, ¡a la carga!.
Mamá e hijo juegan guerra de comida en una cevichería de la Av. Grau mientras la gente nos ve con expresión de miedo y extrañeza. ¿Ustedes no la entienden?, yo tampoco. Maneja seis tipos diferentes de arma de fuego, hace parapente y aún disfruta pisando los chisitos si se te caen al piso. Pero es mi madre y la aventura de conocerla no termina a 15 años de haber recitado esa poesía desenfrenada en el patio de un jardín de niños. Otra canchita ha impactado contra mi sien. En guardia, mamá, en guardia.