jueves, 22 de mayo de 2014

Epílogos



A veces los epílogos, felices o no, son los más complicados de escribir en el libro de tu vida. 

Llegar a uno implica sobrevivir a una que otra bomba atómica con alguna extremidad menos y erradicar la radiación del alma, pero estar vivo al fin, libre, dueño de ti, ganando la guerra después de tanta batalla absurda del corazón.

No siento que hayamos hecho algo extraordinario, el saber que algunas sonrisas familiares no volverán más porque yacen bajo la tierra en algún cementerio físico o metafórico son solo fruto de las circunstancias, una fuerza más poderosa que la casualidad, las coincidencias, el destino y los rituales del barrio chino.

Un aromatizante de cañas de Bambú descansa en mi escritorio junto a Uma Thurman, la gata de papá que acaba de despedazar su cuarto peluche. En casa se respira paz. Manu Chao lo dice bien: ya estoy curado, anestesiado, ya estoy en paz.

Me encantaría decir que te extraño, que quiero volver a compartir un café, que tu recuerdo me produce alguna emoción encontrada, pero hace algún tiempo dejaste de ser la persona que me aceleraría los latidos si me la topase en alguna acera. La calle seguiría siendo la misma, pero nosotros dos ya no. Se  te fue la magia en algún capítulo anterior, supongo que a eso le llaman olvidar. 

Tengo 24, sé dos carajos de la vida y no creo haber sufrido más que cualquiera que esté leyendo este post, pero si me enorgullezco de haber suturado mi alma con el éxito del mejor cirujano, al punto de inmunizarla contra cualquier promesa de algodón, contra cualquier "te amo" descartable, contra ti y doscientas más como tú.

Ahora calidad es más importante que cantidad, tengo en mi vida a quienes necesito y no creo que eso vaya a cambiar, por más que tomes las riendas de tu vida, por más que te aumente la medida de los lentes o le pidas a papi y mami que te devuelvan tu identidad.

Te quise como nada más, como al respirar, te quise como el fuego al viento en una noche de San Juan. La voz de Leire me suena y me produce alegría por letras que suenan en pasado y se pegan como chicle bajo el escritorio. Es hora de volver a la carretera, el tiempo que me quede de camino, los sunset que me queden por mirar. 

Hasta siempre, esta historia no continuará. 


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