Las despedidas nunca fueron lo mío, lo tengo claro desde que tengo uso de razón. Supe que decir adiós nunca sería mi especialidad aquel día en que me tocó ver partir a mi abuela antes de cumplir los cinco años y descubrir que la gente se moría.
Pero esta no es una carta triste, este es un post distinto, creado especialmente para aquellas personas que llegaron (o volvieron a mi vida) a hacerla un poco mejor, también para aquellas que nunca se fueron y sobre todo, para aquellas que me enseñaron una forma distinta de amar, no necesariamente igual a la mía, en ese cocktail de emociones distintas y precisas que hacen esta vida maravillosa e impredecible.
Hoy por la tarde, mientras nadábamos en aquella piscina olímpica para nosotros solos, te miré a los ojos y te dije que esta era la etapa más linda de mi vida en muchos sentidos. No tiene sentido entrar en detalles porque la envidia tiene el sueño corto, pero sí debo reafirmarme en que eso que te dije es verdad.
Esta etapa es maravillosa, imperfecta y feliz, precisamente porque es como es: porque me tengo a mí mismo más que nunca antes, lo es porque estás en mi vida, lo es porque tengo tu abrazo al terminar el día y tu "buenos días" a la mañana siguiente, porque despertar a tu lado y ver tu cara me hace sentir un hombre bendito y que alguien allá arriba, como quieran llamarlo, te envió para cuidarme; a tu extraña manera, sí, pero a cuidarme al fin y al cabo.
Por otro lado, es la etapa ideal porque arriba y debajo de un escenario he aprendido a aceptar mi vulnerabilidad y amarla porque es precisamente lo que me hace humano. Y aunque convertirme en Otter me permita escapar un momento de mí mismo, siempre estará Alvaro esperando al terminar el show y siempre estarán esas caritas que me acompañan en el corazón, aquellos que son mis héroes porque brillan más que cualquier reflector que he conocido en mi vida: mi excéntrica familia, esos vínculos que nadie me regaló y que me he sabido ganar a pulso. Una familia rara e inusual si quieren, pero la más maravillosa del mundo tal y como es.
Puede que no lleven mi sangre, puede que ni siquiera se parezcan físicamente a mí, pero cada día me demuestran más amor del que nunca pensé recibir. Por eso esta carta es para decirles gracias, para confesarles que no me alcanzarían los conciertos y las canciones para devolverles todo ese amor que me han dado sin condiciones, incluso en los momentos en que yo mismo no me soporto.
También me toca decir a aquellos que se fueron y nunca pude decirles adiós que, donde quiera que estén, espero que la vida les esté sonriendo, pues al final nuestros libros no necesariamente se escribieron para descansar en el mismo estante. Por si nunca los vuelvo a ver, he de regalarles este consejo: No se carguen malos karmas gratis, siempre será su inversión menos rentable.
Finalmente, lo hermoso de esta felicidad es que no será para siempre, pero como diría Alejandra Vogue: "Si igual nos va a llevar a todos la fregada, mejor que nos encuentre riendo, mis vidas". Buenas noches, criaturitas, nos vemos todos en el infierno.