La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora.
Mi corazón está regado en pedazos y no vino conmigo en el avión; por eso esta sensación me es extraña, incómoda, rara y a la vez punzocortante.
Por estos días, de vuelta en la casa donde fui feliz y crecí, un sentimiento de familia se vuelve a apoderar de mí y descubro que tengo una vocación de padre de familia con una compota Heinz de sentimientos encontrados dentro del pecho que me ahoga la garganta con un "Te quiero" tan auténtico como hermoso. Es cierto, seré un gran papá en algún momento, pero hoy me basta con tomar tu manito pequeña y ser el tío más feliz del planeta mientras me miras con cara de Baby Yoda y me pides que te dibuje un Demogorgón.
Volvamos a la carretera y salgamos un segundo de casa: Mi estómago ha decidido ignorar las toneladas de comida inigualable que sólo aquí encuentro y apenas se concentra en procesar esa sensación de vacío y presión que se extiende por todo el cuerpo mientras me sonríes y me dices que no voy a caerme de la moto y que no tengo que agarrarte la cintura como si fuera un Koala o, para fines locales, un oso perezoso rescatado del tráfico de especies.
Siete años pasaron desde mi última visita, siete años en los que evolucioné sin darme cuenta y reventé el pasaporte con sellos de todos los colores, subiendo y bajando de aviones como fuera necesario y las veces que hicieran falta.
- "...Yo seguiré perdido entre aviones y carreteras, en la distancia no seré más tu parte incompleta." - Natalia Jiménez suena en mis audífonos con "La frase tonta de la semana" para recordarme que no pertenezco a ninguno de esos países, pero tampoco pertenezco a ninguna otra parte, salvo a esta ciudad verde de motos y lluvias que no avisan.
Hoy tengo cuñados que me abrazan como si me conocieran de toda la vida, hermanas que he visto crecer a distancia y con las que el tiempo se detiene, un papá que en otra vida fue Bibliotecario de Alejandría, más culto que Ricardo Palma y una madre infinitamente más amorosa y real que la que se me murió en Lima debido a una sobredosis de sí misma y cuyo nombre no recuerdo, hoy por hoy, aunque haga mi mejor esfuerzo.
¿Saben? Si pudiera dejar ir ese avión, probablemente lo haría, para ser tu hijo un día más, para ser tu hermano un día más, para ser tu tío un día más, para ser tu cuñado un día más, para ser el feliz dueño de un conejo, diez gatos y un perro Schnauzer con nombre horroroso de cantante de Bachata, para pedirte que me cantes otra canción con tu portugués perfecto y decirte que sí, que sí quiero estar contigo y que el mundo puede irse a la mierda ahora mismo.
Mi productor está escribiéndome al inbox para recordarme que irá al aeropuerto Jorge Chávez a recogerme, allá donde aterrizaré con un hueco en el pecho, allá donde probablemente no llegue tan completo como quiera hacerles creer. El artífice de mi nuevo single se esfuerza por robarme una sonrisa por videollamada, yo se la devuelvo mientras me seco una lágrima que recorre maratónica desde mi ojo derecho, pasando por mi mejilla, hasta morir evaporada en mi cama, en medio de mi habitación, donde todavía puedo escuchar el eco de las risas del Álvaro que perdimos en un accidente allá por 2012.
Pero no nos pongamos cursis, aún me quedan algunas horas antes de subirme al avión y, por primera vez en años, me he levantado a las 6 AM para dedicarles estas líneas, confesarles que los amo y, sin que ustedes se dieran cuenta, me arranqué el corazón aún vivo con sus aurículas y ventrículos (mentí, sí lo traje en la maleta de mano) para esconderlo en la refrigeradora de nuestra casa con la esperanza de que se quede ahí congelado junto a los chupetes de fruta. Mientras me trago la nostalgia asesina, les admito que la inspiración para este post nació a 80 kilómetros por hora sobre una moto, bajo un cielo estrellado perfecto y con un "Te quiero" que no supe responder por imbécil.
No me culpen, de verdad me habría encantado traerle al resto del mundo la típica crónica de viaje pretenciosa y con complejo de National Geographic, pero la verdad es que estuve muy ocupado viviendo.
"Wake me up" de Avicii suena en el celular mientras la Wave Honda, con dos locos a bordo que se saben la letra, se pierde en el horizonte, allá donde no hay mañana, allá donde no tendré que volver a subirme a ese avión y decirte adiós, allá donde dije que sí y me quedé contigo, allá donde el tiempo frenó en seco y fui feliz sin un final para la carretera, ni para este post. Ahora acelera, que la realidad viene detrás y amenaza con alcanzarnos.
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No eres tú, son ellos.