A: Tito, Carlo y Gerson, hay asientos VIP para nosotros en el infierno.
Por estos días, el Búnker se ha convertido en nuestra hostería del Laurel de Buttarelli, donde el tiempo pasa distinto que en el exterior y la felicidad reina en sus habitaciones, cocina, salita de estar con un solo sillón y mesa sin sillas para almorzar arrodillado al estilo de los japoneses. La realidad que aquí se vive es muy semejante al programa "La casa de los dibujos", solo que sin Morocha Morocha ni la princesa Disney para limpiar nuestros desastres.
En este refugio de lo absurdo, las penas no existen, están prohibidas y se quedan detrás de la puerta esperando que alguien les abra para dejarlas entrar. Cuando alguna de ellas ingresa accidentalmente, es ahogada con vino o refresco de sobre Zuko con sabor a mango criollo. Los abrazos no faltan para terminar de matarla y que no vuelva más.
En sus paredes blancas, un panda, un cerdo, una nutria y un híbrido de caballo-pony hacen de las suyas. Sus estados civiles son información clasificada, pues a nadie le importa compartirlos con ninguna red social u otro ser humano.
Las fiestas son frecuentes en este mini-Tomorrowland, en ellas su servidor ejerce la noble profesión de DJ amateur mientras aparecen amigos de la infancia, elefantes rosados, muertos, fantasmas, exnovias psicópatas, lesbianas exitosas, mini pigs y demás alucinaciones que, más de una vez, resultan ser realidad y se me acercan para pedirme la siguiente canción al oído.
En el búnker hay espíritus chocarreros, estamos trabajando en encontrar el método para invitarlos gentilmente a salir de nuestro hogar.
Eso sí, un tema indispensable para cerrar las noches es "El ritmo del chino", aunque a veces el administrador del edificio venga a tocarnos la puerta a exigirnos que paremos; no por el exceso de volumen, sino porque un veinteañero normal no debería estar bailando ese tipo de canciones. Resignado a que nuestras fiestas con aires de mitin no van a dejar de suceder, se aleja cabizbajo pidiéndonos que, al menos, votemos por PPK.
Suelo quedarme a dormir aquí, yo diría que es mi segundo hogar, pues nunca falta el amor, el cereal y el puré de papa. Tampoco faltan los snacks para acompañar las películas de muñecos asesinos y humor negro que suelen rayar en lo ofensivo, como nuestra existencia misma de vez en cuando.
Debo admitir que me he enamorado en el búnker, de un jugo en la mañana, de una canción al atardecer, de panes con jamón con mantequilla y otros detalles que a veces los ojos necios no aprenden a valorar sino hasta que solo son recuerdos que buscan recuperar inutilmente.
El búnker tiene piscina, cine, gimnasio, circo, payasos, equilibristas, cereal Ángel y todo lo necesario para sobrevivir al apocalipsis, mas no hay televisor. Este último no es necesario, pues las noticias que acontecen dentro de esta fortaleza son más importantes que las que suceden afuera.
Nadie se levanta temprano en el búnker, tampoco en el mismo lugar o posición en la que se fue a dormir, lo único constante en sus habitantes es las ganas de seguir siendo felices al margen de todo y de todos, al margen de un mundo complicado que vive más pendiente de lo que sucede en sus muros de Facebook que en sus propios corazones.
Nada de lo que sucede en Excesolandia se publica en redes, es una regla indispensable, simplemente no lo creemos vital. En su interior, se han quebrantado algunas leyes (de la física) en compañía de políticos, ex-presidentes, congresistas, amigos de infancia y una que otra figura de la farándula que sabe que no aparecerá en ningún titular al día siguiente; claro está, si es que logra recordar lo que sucedió.
En el búnker nos solemos disfrazar de los personajes de la serie infantil japonesa "Niños en crecimiento" (Yo soy el mono Pedro) para bailar temas de Skrillex, Axé Bahía e Iván Cruz.
He de decir que nunca he vivido tantas experiencias excéntricas como en el búnker, donde ningún Mega de KFC dura más de dos minutos en la mesa, donde a nadie se le niega el puré de papa, donde amas y odias en una sola noche, donde se multiplican los panes, el pescado y el vino, donde se baila al ritmo del maestro que sabe chambear. Al fin y al cabo, donde eres humano, imperfecto y absolutamente feliz. Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta Navidad.