lunes, 20 de mayo de 2019

La bomba de tiempo


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La bala de un M16 sale disparada a 3510 km/h, más rápido que la velocidad del sonido, así que si te disparan al corazón ni siquiera oirás la bala que te ha matado. 

En esa milésima de segundo, lo tuve todo claro. Cuando bajaste la mirada con la misma expresión de culpa de un niño cuando rompe un jarrón y no te lo quiere admitir, supe que no volveria a verte y que esa era mi última noche a tu lado. 

No te confundas, solo tengo palabras buenas hacia ti. Este post es una carta de agradecimiento por haberme convertido en un sicario sentimental, en Tokio de La Casa de Papel con una Browning M1919, en un asesino a sueldo capaz de matar a distancia con la mirada y la precisión de un francotirador y, por supuesto, en un experto en desactivar bombas de tiempo como tú. 

Tu autocompasión no me molestó en ese momento tanto como tu intento de adornar la masacre con frases protocolares de compromiso que irían a parar a tu tacho de basura junto con mis fotos, tus regalos de San Valentín y el Pokemón de peluche de nuestro primer mes. No la pensé dos veces para eludir tu primer disparo: Yo seré feliz al cruzar tu puerta, pero tú no serás feliz aunque venga Brad Pitt en boxer con un ramo de Rosatel trayéndote serenata a la puerta. Preparen, apunten, fuego. 

Aquella noche en tu cuarto desatamos una ráfaga con nuestras Steyr TMP reservadas para ocasiones así. Los disparos se oían por todo tu cuarto y sus ráfagas con una cadencia de 800-900 disparos por minuto retumbaban por toda la habitación con un estruendo brutal solo superado con el ruido de nosotros dos al hacer al amor horas antes. Mientras besaba tu rostro lloroso y desencajado, pensaba una sola cosa: Malas noticias, amor mío, tú ya habías muerto en el primer disparo y yo siempre hago el amor con chaleco antibalas. 

El duelo fue rápido, luego silencio. En un adiós mutuo no hay culpas, ni rencores, ni mayores explicaciones, tampoco bajas que lamentar, solo la atmósfera tétrica y muda de una escena del crimen posterior al tiroteo que desatamos arbitrariamente en tu habitación. 

Ahora que te has convertido en un cuadradito inerte ofreciendo placer en aplicaciones de ligue a dos distritos de mí, incluso te veo con más ternura. No podría reclamarte el no saber amar(te, me), pero si puedo cuestionarse el haber cambiado el amor real por un anuncio de oferta en el que vales poco menos que un asado de Tira de Res en oferta. 

No fue difícil prepararme para aquella noche: Una bomba explotará cuando su contador llegue a 0:00 o cuando se sucedan varios fallos en el proceso de desactivación. La única forma de desactivar una bomba es desarmar todos sus módulos antes de que el contador finalice, exactamente lo que hice contigo. Cuando el encargado de desactivar la bomba falle, la bomba pasará a tener un strike, el cual se podrá ver en el indicador superior al contador de tiempo. Las bombas con un indicador de strike explotarán al tercero, si la bomba no tiene ningún indicador de strike, ésta explotará al primer fallo sin dar lugar a error alguno.

Después del levantamiento del cadáver, no tiré tus fotos, te confieso que no tuve el valor; solo atiné a guardarlas en una caja fúnebre de zapatos junto a los regalos de quienes estuvieron antes que tú, las cartas de mi madre que jamás leere y un frasco de formol en el que flota inerte tu sonrisa tu recuerdo, tu risa chillona, tus besos...y tú. Tu corazón, sin embargo, sí recibió un trato especial: lo tenemos conservado en el refrigerador de la morgue junto con tus secretos que permanecen a salvo conmigo por ese cliché de que los caballeros no tenemos memoria.

Hasta siempre, Valentina, Pizzatoru y otros 300 sobrenombres inverosímiles que te coloqué con ternura ridícula, ya que tu nombre era difícil de deletrear aún para la RENIEC. 

Aunque la labor de desactivación del explosivo plástico en tu interior no reportó daño colateral ni catástrofe alguna, debo admitir que mi expediente es un poco vergonzo, pues mi prueba de absorción atómica dio positiva a Plomo, Antimonio y Bario luego de esa noche confusa. Después de sobrevivir al tiroteo y ducharme para retirar de mi cuerpo el olor a pólvora, pensé en escribir un final limpio para este post bélico-amoroso. 

“¿Corto el cable rojo o el cable azul?”, preguntaban en las películas de los ochenta y noventa, como Riggs, en Arma Mortal. Muchas veces lo tiraban a la suerte y faltando pocos segundos cortaban cualquiera, solo para ver el reloj detenerse a segundos de 0:00 evitando así la detonación. El problema es que, en la vida real, eso no funciona así...y nuestra historia tampoco. 

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