La chica plástica se siente orgullosa de sí misma en su puesto de recepcionista en un bonito y discreto hotel miraflorino.
Su comedor de mierda, su novio de mierda, sus amigas de mierda, sus películas románticas de mierda y toda la monotonía de eterno lunes la hacen feliz, como si estuviera anestesiada permanentemente.
Este ser de látex goza convirtiendo en amantes a sus clientes del hotel. Su única diferencia con las adúlteras promedio es que no mete a sus Romeos al armario cuando llega el marido, sino que los esconde en el refrigerador para no sacarlos jamás.
Mi novia sintética está enamorada de mí y no del hombre al que jura amor en Facebook, Twitter y demás chorradas donde la gente siempre parece más feliz de lo que en realidad es. Sus posts, sus canciones con lyrics copiados y pegados de web y sus fotos forzadas por un "mientras tanto" son solo parte de su novela coreana. Las ancianas solteras y sus cientos de gatos tienen algo más de mérito que tú, al menos ellas viven con alguien que aman de verdad.
El marido de mi Marilyn Monroe tiene cuernos enormes, tan grandes que puedes tender la ropa en ellos y decorarlos con adornos navideños. Sé que él paga la cuenta, pero es ella quien paga los hoteles.
Sentiría remordimiento de irrumpir en una relación si esta realmente existiese. Para fortuna tuya y mía, sabemos que no es así.
Mientras tomamos un café artificial en Starbucks de Miraflores, te desesperas por señalar tu posición global en su Foursquare de mierda. Al terminar su check-in vital, los ojos de mi diva sintética se llenan de lágrimas. Sus miles de sueños han sido encadenados a una miserable estabilidad económica que deriva en una larga lista de quejas, esa que deberá tragarse en su próximo aniversario.
La chica plástica guarda algo de amor bajo todo ese maquillaje. Pensándolo bien, creo que en realidad no.