domingo, 14 de agosto de 2011

El hombre de mi vida

El hombre de mi vida tiene mucho de niño, aunque sus 72 mayos, 21 de ellos junto a mí, me hayan hecho entender que nunca podremos pensar o expresarnos igual, pese a que sentimos lo mismo.

Él vibra con el Dúo Ayacucho mientras mastica mote con queso, yo como Happy Brownies disfrutando de Enigma. Él siente la lírica de Martina Portocarrero y su 'hermano pajarillo', mientras yo no paro de sacudir la cabeza escuchando a Simone Simons y Mark Jansen en la versión grunge de "Quietus". ¡Apaga tu bulla, carajo, parece que está cantando el diablo!, creo que ya entendieron.
Al hombre de mi vida no le gusta que lo abracen, lo detesta, o al menos eso me hace saber cada vez que lo intento. Suéltame, carajo, hace calor. No importa si es invierno o estamos en la sierra, siempre hará calor, viejo renegón, siempre.
He desistido de apoyar mi cabeza en su hombro, porque me hará saber nuevamente que mató a su loro por posarse precisamente ahí. Siempre he pensado que el mejor retrato de mi dilema junto al hombre de mi vida (y su faceta más desesperante) es la hora del almuerzo. Hora de comer: en sus marcas, listos, fuera.
ROUND 1: COMER SIN HABLAR
Tomo la sopa con algo de prisa para poder llegar a tiempo al trabajo. Mi apuro hace que no pueda hablar con la impulsividad y velocidad de siempre. Los fideos y las verduras me han callado la boca placenteramente, al menos por el momento.
“¿Por qué no hablas?, ¿Qué pasa?, ¿no te gusta la comida?”  No respondo al hombre de mi vida, porque el bolo alimenticio, mezclado con un esfuerzo muscular par hablar, podría ahogarme hasta ponerme morado.
¡Claro!, este cholo se sacrifica, se parte el lomo para darte algo de comer y tú, mal agradecido, no aprecias lo que uno hace con esfuerzo, ni más vuelvo a cocinar para ti, muchacho, ¡NI MÁS!
Esta es la parte en que hago la cuenta regresiva para el habitual final de la perorata...3,2,1…TODA LA VIDA LO MISMO CONTIGO!!!!
ROUND 2: HABLAR SIN COMER
Mi sopa ya no es devorada raudamente, sino tomada con paciencia para alternarlo con las cálidas palabras de una conversación familiar inducida y algo forzada. Los fideos y las verduras ahora dan vuelta en el plato, sumergiéndose en el caldo con impaciencia y de seguro maldiciéndome por ahogarlos al propósito.

“Ah, te felicito por tu trabajo, pero ¿por qué no comes?, ¿no te gusta la comida?” Le respondo al hombre de mi vida halagando su sazón, pero le confieso que quiero conversar más con él.
“¡Claro, mocoso engreído!, me quieres venir a mecer y a mentir con tus cuentos para disimular que no te gusta la comida. ¡Claro, crees que puedes burlarte de este cholo que cocina para ti, se sacrifica y se parte el lomo y...(creo que ya saben el resto)!
Lo veo venir, su expresión me lo anuncia, ya casi, su ceño se frunce y...TODA LA VIDA LO MISMO CONTIGO!!!!
ROUND 3: HABLAR Y COMER AL MISMO TIEMPO
Al carajo con mi sopa, hablar y comer aún arriesgándome al atoro son mi salida desesperada al dilema del almuerzo, mi última chance de no ser aplastado y callado por ese hombre al que amo tanto.
“Termina de comer, Álvaro, luego me cuentas”, me anula antes de intentar cualquier cosa. Pero no se levanta de la mesa sin lanzármela de taquito: “TODA LA VIDA LO MISMO CONTIGO”.
Al hombre de mi vida no le gusta que le canten “Viejo, mi querido viejo” porque te manda al carajo a ti y a Piero recordándote que está en mejores condiciones que cualquier hombre de su edad.
Puede ser el más hospitalario con sus atenciones, pero una metralleta si de herirte se trata, pues sabe que son las suyas las únicas palabras que me causan algún dolor, no otras. Sin embargo, guarda su filuda inyección de ácida culpa para cuando quiero salir de juerga más de dos veces por semana. Unas pocas palabras me harán quedarme en mi sitio aunque mis 22 me den todo el derecho de irme sin regresar.
El hombre de mi vida es un santo, lo es más porque no me engendró, pero se echó a cuestas todo el trabajo de quien en verdad lo hizo. Lo es porque no vino con la palabra “papá” en la frente, sino que se la ganó aguantando mi llanto, mis majaderías, mi ingratitud y el no saber a qué hora llegaré. Esperándome con los reproches cargados y listos para dispararse, sí, pero esperando al fin.
Aún le digo que lo quiero antes de salir por la puerta y, aunque no me lo responda, la comida caliente a mi regreso es su “te quiero” al doble. Porque así eres, dos veces papá. Somos tú y yo, solos los dos, antes éramos 3 pero te deshiciste del perro.  Eres el hombre de mi vida, pues me llenaste de amor a tu manera agridulce y dura.
“Apaga tu ‘lactoc’, carajo, son las doce de la noche”, lo que tú digas, capitán, lo que tú digas.  

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