viernes, 17 de mayo de 2019

La novia extranjera


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La novia extranjera ha cumplido su tercer mes esperando en el altar: se ha esfumado su seguridad, su sonrisa angelical y se han hechado a perder sus promesas de primavera junto con todos los adornos con los que llegó al gran día. 

En esa ceremonia infeliz por supuesto que falto yo. Nunca llegué y no me arrepiento de desviar el auto que me llevaba a la iglesia, no solo porque nadie me consultó acerca de ese matrimonio, sino porque no estaba en los planes atar mi vida a un ser que apenas puede con la suya. 

Te agradezco el entusiasmo, solo comparable con tus ganas de auto sabotearte viendo la vida como un vaso con agua siempre medio vacío. No importan las dosis de dopamina que pudiéramos inyectarte a la vena, ni la cantidad obscena de chocolates que te hiciéramos tragar para procurarte algo de felicidad: tú estabas decidida a convertir tu vida en una película hindú de bajo presupuesto. Malas noticias, mi vida, nunca fui fan de Bollywood. 

Dos virtudes hay que reconocerte: tu jodido optimismo para trabajar en tu físico, aunque el precio a pagar fuera descuidar tu inteligencia emocional al punto de matarla. Aún te encuentro por los pasillos del gimnasio mirando a la nada como si tu revancha fuera contra el mundo, contra este país que no es tuyo, contra este hombre que no lo será tampoco. 

Pero no nos pongamos dramáticos, nos falta tu segundo mérito: tu dominio completo del kamasutra con todos tus "te quiero" después de cada una de nuestras batallas que dejaba a las peleas de la WWE como un cuadro de niñas jugando a la cocinita. Tú no andabas con rodeos y por supuesto que eramos el químico más inflamable, gasolina de 90, explosivo plastico, uranio y plutonio emitiendo suficiente radiación para matar todo a su alrededor. Hiroshima y Nagasaki; mejor dicho, Caracas y Lima. 

La novia extranjera está perdiendo la paciencia, lo noto porque en vez de lanzar su bouquet a las manos de alguna amiga con suerte, está azotando el ramo de flores furiosamente contra el suelo hasta destrozarlo, odiando cada pétalo, cada hoja y hasta la envoltura Rosatel. No es tu culpa, mi amor, le haces lo mismo a cada alegría que te trae la vida. 

No puedo sentir remordimiento ni culpa de haber huido al propósito de esa ceremonia infeliz, amañada, sobre actuada y hasta tragicómica: tú necesitabas la foto perfecta, al esposo que llegue todos los días del trabajo a encontrar la comida caliente, que engría a tus hermanitos para ganarse a tu madre y que aguante tu lista de quejas tan extensa como la cola de tu vestido de novia, una vez blanco y ahora percudido-sepia de tanto esperar. 

Aún recuerdo nuestra última charla pre-matrimonial y tu pedido desesperado de que lo intentarámos. Pido perdón por mi grosera respuesta a tu súplica recomendándote que mejor lo intentaras con tu psiquiatra. Aunque, muy en el fondo de mí, espero que hayas seguido mi consejo, chama.

Y aunque por dos segundos pensé en firmar el contrato que me uniría a ti en la salud y la enfermedad, lo segundo estaba en tu mente como una bomba de tiempo lista para estallar antes de que nos termináramos el pastel de bodas de cartón con dos muñequitos de mazapán. Toda una catástrofe nupcial, mi amor, como en los culebrones mexicanos. 

No te sientas del todo mal, aún puedes devorarte el buffet y compartirlo con tus invitados. Si eso no calma tu ansiedad, puedes beberte las botellas de champagne que escogimos para la recepción, una por una hasta perder el conocimiento o el control de tu cuerpo, lo que pase primero.

¿Alguien tiene algo que objetar? Lo que Dios no puede unir, es mejor que lo separe el hombre. Puede besar a la novia; pensándolo bien, mejor no.

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