(Esta vez no incluí canción en el post. El texto vio la luz, pero la música no)
En pro de un coro convincente, repites una y otra vez tu melodía. En el décimo intento ya te pesa, en el vigésimo aborreces el tema hasta le médula.
No es que tu canción ya no tenga la misma genialidad y emociones con las que fue creada, es solo que cada sentido tuyo ha percibido tanto tu nueva obra que ahora la odian y se amotinan contra tu cerebro maldiciendo la repetición.
Y entonces ya odias lo que con tanto amor creaste, ahora solo queda pararte e ir por algún buen jugo de frutas al "Vaso Gigantón" o por un buen combinado al chifa al paso que está frente a nuestro estudio, el Dodomo.
Este chifa nunca cierra ni apaga su televisor donde solo se mira "Combate", sus cocineros jamás duermen y siempre podrán prepararte una Sopa Wantán que alivie las contracturas y espasmos sufridos por tu cerebro durante el trance de la inspiración. Todo es válido para dejar de pensar.
Hemos vuelto al estudio llenos de nuevas ideas y con la mente fresca, pero algo ha cambiado en el ambiente. Algo ya no es igual, nos falta ese no sé qué con el que trabajamos en ti. Nuestra canción, nuestro himno nacional de lo absurdo, ya no nos gusta. No eres tú, soy yo.
Intentamos anesteciarnos oyendo música al revés y viendo a Les Luthiers. Poco importa que this is the pencil of Esther Píscore y que el monólogo se convierta en "biólogo" con una persona más, nuestro feliz estribillo está desahuciado.
Nos duele desaferrarnos de lo que creímos que funcionaría, nos toca ahogarte lentamente en el olvido, porque naciste defectuosa y nosotros somos algo espartanos: los bebés deformes solemos echarlos al Taigeto.
Perdónanos, canción incierta, fuiste creada con amor en una eyaculación precoz y abudante de ideas bizarras, ahora te toca morir de causas naturales. Te extrañaremos cuando tu feto nonato sea echado a la basura, pero tendremos la certeza descarnada de que, tarde o temprano, podremos hacer algo mejor.