Sí. Yo fui, no hay otro culpable, solo yo. Merezco tu castigo, tu ira y tus insultos sobre lo diabólico que puedo llegar a ser. No pude resistirlo, tenia que acabar con ese diminuto monstruo que te alejaba de mí: tu beeper.
No, no diré que fue Octavio, el hijo de la portera de tu instituto. Él solo me trajo los desarmadores y el alicate teniendo parte en la autoría intelectual. Puede que él también haya querido jugar conmigo al ingeniero de sistemas, pero el culpable soy yo, yo desviceré tu beeper y no me arrepiento de eso.
¿El móvil?, pues tenía que saber qué hacía que tu misterioso aparato chille y que corras a verlo como una loca, qué poder de atracción tenía el bendito juguete y qué secretos ocultos guardaba en su interior que eran más interesante que lo que tenía que contarte sobre el cole. Quitártelo de la cartera fue lo facil, retirar los tornillos de seguridad fue lo dificil.
Octavio fingió ser mi cliente trayendo sus electrodomésticos descompuestos. Con un desarmador en mano, empecé la cirugia abriendo el costoso beeper de mamá para no cerrarlo jamás. Pequeños cables y circuitos volaban por toda la mesa mientras yo gozaba cada segundo de acabar con ese chisme que me estaba robando a mamá.
Me haz arrastrado de la patilla por toda la avenida Arequipa, desde el instituto Cymas hasta 28 de julio. Te haz detenido a abofetearme y preguntarme por qué tengo que cagarte el día de esa manera. Qué si sé lo que cuesta un beeper, que si sé lo que valen las cosas, el ganarse el dinero y una larga lista de etcéteras a los que hago caso omiso mientras me concentro en aguantarme el dolor en el rostro como los machos.
Me haz vuelto a abofetear, te arrepientes de haberme tenido porque solo sé causarte problemas. Inhalo con todas mis fuerzas porque esta vez no me verás llorar, no voy a darte ese gusto. Me dejo jalonear en silencio luchando contra mi voluntad, con mis ganas de gritar e irme corriendo no sin antes recordarte lo loca que podías estar.
Luego de unas cuadras sin hablarme, te sientes el monstruo más cruel, volteas a abrazarme y lloras mojándome todo el oberol. Me pides disculpas diciéndome que a veces no puedes controlar tus impulsos, que ser mamá a tu edad (21 para nosotros y 24 para tus amigas) no es fácil y que María la del Barrio encuentra a su hijo Nandito a mitad de la novela.
En medio del culebrón sentimental, trato de calmarme e intento aprovecharme de la situación preguntando si podre ir al pinball mañana en vez de acompañarte a tus insufribles clases de secretariado. Me ponchas el globo y arruinas el momento con una frase muy a tu estilo: "te amo, pero no soy cojuda".
Un último beso en la frente me baja el dolor de las cachetadas, pero no el de un corazón que no termina de entenderte.