"And in my hour of darkness she is standing right in front of me
Speaking words of wisdom, let it be"
- Paul McCartney -
Todos tienen una madre, ninguna como la mía. Su nombre es Vilma, su pasión son los Beatles y su centro de operaciones es el XXV Juzgado Laboral del Ministerio de Trabajo, donde funge como Vocal Suprema entre expedientes que aprendí a indizar, audiencias que me hicieron reír, litigantes dignos de parodia y secretarias que me enseñaron lo que significa "casación".
Hoy me haz recibido en tu nuevo despacho en la cuadra 5 de Jirón Nazca en Jesús María, con la misma sonrisa de aquella primera vez en que me conociste. Álvaro Rondón, pase adelante. Es por ti que los juzgados me resultan familiares, es por ti que veo diversión en las oficinas donde muchos morirían por tedio. Porque allí, en el rigor de las leyes, está tu capacidad para reír de todo y de todos. Esa es Vilma Rocker, quien encuentra la gracia hasta del más intrincado de los procesos penales.
"Ya tenemos alfombra nueva, ahora ya tendrás donde dormir en horas de trabajo", dices arrancándome otra sonrisa. Y es que esta mujer de eterna adolescencia ha sido mi cómplice en cada locura y mi maestra para enseñarme a perseverar cuando a mitad de carrera universitaria y en la obligación de auto-solventarme, tuve todas las ganas de tirar los libros al tacho.
Muchas mamás piden que bajes el volumen, ella saca su disco de The Animals para soltar Don't let me be misunderstood en medio de la sala. Otras te piden que las lleves a ver al Puma, ella te pregunta cuándo es el próximo tributo a Lennon en el Peruano-Japonés. Mientras las doñitas no entienden esa locura febril por la música, tú la patrocinas cual mecenas en cada uno de tu hijos, entre los que me haz incluido sin pedir nada a cambio. Exacto, tú me lo haz dado todo y yo apenas creo haberte regalado dos sonrisas, algunas cajas de chocolate y el bien recibido título de "Señora Budista".
Quienes son testigos del muchacho que ayudaste a construir, sabrán siempre lo importante que eres en mi vida. Pero pocos conocen la insólita manera en que llegaste, en un pequeño automóvil negro junto a quien sería mi padrino, tu esposo Don José; mi ahijado, tu hijo Pepe y mi mejor amiga el resto de mi vida, tu hija Amalia.
Aún recuerdo sus caras, familia: todos incrédulos, todos escépticos de que aquel niñato agrandado de 12 años, muñequeras punk y peinado de pavo, fuese el mismo de la foto que había enviado por messenger una semana antes. No, no era un solterón gordo y cervecero de 40 años falseando su identidad para seducir a su princesa, era un chiquillo de su edad que ese mismo día los abrazaría para no soltarlos jamás.
¿Sabes?, once años han pasado de aquel inolvidable paseo a Plaza San Miguel y hasta el día de hoy sigo diciéndote "señora" y tratándote de usted. Tal vez porque nunca tenga el valor de decirte lo que mi corazón te grita cada vez que te ve: "mamá", mi "mamá Vilma", mi "señora Budista", mi "señora Ley".
En el primer round de la vida, Dios me arrebató a mamá; en el segundo, me devolvió esa ausencia con creces. Sí, mi ángel de la guarda, mi Mickey Goldmill al final de cada batalla, esperando fuera del ring para engreírme con sushi, semillas de girasol o bocaditos aún no descubiertos por la ciencia.
Gracias, mamá, por cada desayuno en la corte Don Mamino, donde librabas tus audiencias más duras, aquellas donde litigabas con el corazón de un crío confundido que buscaba a mamá cuando la tuvo siempre en ti. Jueza y parte, pero siempre con la mejor resolución de su señoría: amor supremo e impugnable.
Vuelve a decirme mono, vuelve a pedirme que te cante otra canción, vuelve a pedirme que estudie Derecho en San Marcos, vuelve a pedirme que vote por Ñique, vuelve a reírte de cada cosa que digo, porque tu felicidad es la mía, porque nuestra historia se sigue escribiendo en las páginas de un expediente judicial que jamás se archivará. Veredicto final: Felíz día, mamá Vilma. Caso cerrado.