viernes, 17 de junio de 2011

Vacaciones en Larco Herrera (Segunda Parte)

"A Renzo, por sus 18.
A Nuria, por sus 67.
A Kludi, sangre de mi sangre.
A Bryan, por freakie."



“Hemos hablado bien con su padre y todo estará bien, es tiempo de que descanses y lo olvides todo”, era una buena y una mala noticia. La buena era que seguiría vivo, la mala era que seguiría vivo sin ti. "No te puedes quedar con toda la merca, pues, no jodas", como dice Juan Manuel, quien he vuelto a torturar al anciano de la cama 13 con un palito de helado.

"¡Jesuscristo!,¡Jesuscristo!". Sin nombre se ha despertado, no sé si por la falta de sedante en su sangre o por las puras ganas de jodernos la paciencia. Ya llevo cuatro días como el niño dormilón y mudo del pabellón “C” de internos en prevención del Larco Herrera. Mi sueño ha vuelto a ser perturbado por los gritos de Sin nombre. Juan Manuel se dispone a callarlo a la mala, le pongo la mano en el pecho para detenerlo y voy en busca de “Fantasma”, un negro sordomudo de casi dos metros y de expresión cándida.

“Fantasma, levántate, vamos a hacerle creer que eres su Jesucristo”. Pongo una sábana sobre su cabeza y termino de fabricar las estampita abriéndole los brazos como para que crean que se ha aparecido un santo. "¡Jesuscristo!, ¡Jesucristo!", “Ya, chibolo, ahí tienes a tu Cristo”. Fantasma abre los brazos y se para en medio del pabellón con cara de no entender nada.

Sin nombre se asusta y vuelve a llamar a Jesucristo. Mi paciencia se terminó y luego de agradecerle a Fantasma por el milagrito prefabricado y de bajo presupuesto, tomo el instrumento de tortura de Juan Manuel, el palito de helado Donofrio justiciero.

A su lado en su cama, confieso que Sin nombre se ve más inofensivo de lo que se ve de lejos. Una extraña sensación de ternura se mezcla con la incertidumbre de no entender como un casi púber puede haber enloquecido al punto de ser necesario amarras en cada una de sus extremidades.

Mi faceta de San Martín de Porres se esfuma en cuanto recuerdo que mi siesta de la tarde ha sido interrumpida y que no podré dormir hasta la noche gracias a él. Coloco el palito de helado junto a su cuello. “Silencio, mierda, o te haré helado de fresa con tu sangre”. Sin nombre se ha vuelto a quedar callado y yo puedo volver a dormir. "Yo estoy loco, pero tú eres una mierda", me sonríe Juan Manuel desde su cama.

Me he despertado con la noticia de que Juan Manuel y Sin Nombre, (cuyo verdadero nombre es Edwin) han sido dados de alta. En su entusiasmo, el aprendiz de narco con VIH en fase avanzada me pide mi teléfono para seguir en contacto y ofrecerme ketes gratis. Le agradezco el gesto y le doy el número de una exenamorada con la que terminé mal.

Tras intercambiar polos, Juan Manuel se va diciéndome al oído lo más sensato que alguien me haya dicho: “El negocio de este lugar de mierda es que no te vengan a recoger hasta el séptimo día, luego te diagnosticarán tratamiento extendido y te enviarán a pabellón por seis meses”. Un nudo en la garganta y el adiós de Juan Manuel me hacen saber que debo pensar en algo y rápido.

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