jueves, 28 de julio de 2016

Engórdame



El post de la semana, algo sádico tal vez, llega para compartir una cruda realidad sacada de una ficción satírica: todas mis exparejas están obesas a extremos alarmantes.

Esta estadística un tanto macabra me ha llevado a pensar que una maldición en mi interior las hace engordar después de la ruptura. Tras un breve periodo de negación o de sufrimiento que me niego a presenciar y que dejo como tarea a sus 'amiwis' y a cantidades industriales de alcohol, mis exes comienzan un proceso de engorde industrial como si de un concurso se tratara.

Al cabo de meses o años, los reencuentros son inevitables y la sorpresa algo miserable: las mismas miradas inseguras pero en cuerpos con decenas de kilos de más. Ahora, ojo, que no se me malinterprete, yo mismo sufrí de obesidad crónica y no considero malo el sobrepeso o la falta de este siempre y cuando te ames a ti mismo. Sin embargo, me causa curiosidad la constante matemática de engorde de mis exparejas tras nuestra ruptura, como si se hubieran puesto de acuerdo, como si la ansiedad les ganara, como si la mejor forma de llevar la soltería o una reciente ruptura fuera comer de forma desmedida más allá de su capacidad estomacal.

Ahora, no seamos egocéntricos, su renovada imagen no les ha impedido jamás encontrar el amor o rehacer sus vidas. Con pareja o no, cerca o lejos de mi vida, han conseguido cicatrizar sus heridas y llevar una vida llena de amor, frituras y alcohol en un curioso ritual de sanación que ya no me interesó conocer.

Nuestros reencuentros anécdoticos han ido acompañados de toneladas de humor negro respecto a sus renovadas imágenes y aquí es donde hago el mea culpa por haberme comportado como el niño cruel del colegio que somete a sus compañeritos a un bullying sistemático mientras hace honrosos méritos para irse al infierno.

Sin embargo, soy uno de los pocos seres humanos que conserva una excelente amistad con todas sus exparejas, salvo por las que están muertas o por aquellas que ponen cara de haber visto al diablo cuando se encuentran conmigo en alguna discoteca (lo cual me resulta divertido en exceso). 

Mi último café con una expareja terminó algo desastroso, pues realmente debo reconocer sus intentos arduos de hacerme ver que era feliz. Vamos, mencionar al novio cada cinco minutos y repetir "y soy muy feliz" merece dos o tres aplausos, hasta que arruinas el sketch preguntando "ya, ¿en serio?" y le ves llorar con un sonoro "no" tan honesto como su balanza al pesarse.

Donde quiera que estén, libres o en prisión, mi agradecimiento por todo lo aprendido (o desaprendido) junto a ustedes, pues todo ensayo-error crea un mejor ser humano, a menos que seas un masoquista o tengas la inteligencia emocional de un maní. 

También debo pedirles perdón por mi exceso de sarcasmo. En realidad no, nunca he pedido perdón por ese tema y no voy a empezar ahora.

Finalmente, respecto a su aumento de peso, solo digan a sus nuevos galanes que es exceso de ternura y asunto arreglado, ya podrán presumir su renovada vida marital en Facebook por un par de meses hasta que se casen en Punta Cana o, en el peor de los casos, hasta que se les arruine todo. 

Ya hablé con un chamán para saber si en mí yace una maldición que hace engordar a la gente que decide amarme, el brujo me cobra por adelantado y me dice que algo así no existe. Me voy agradeciéndole permitirme hacerme unas fotos con su armadillo boliviano, al que le coqueteo aunque este me mire desde su jaulita con expresión de "por favor, mátame". 

Hasta pronto, exes, que estén bien y por favor chequéense los triglicéridos y el colesterol al menos una vez al mes...¿ya ven que les tengo cariño?


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