sábado, 2 de julio de 2016

Papá Noel y la Muerte (Historia real)


A: Amalia Muñoz, quien jamás deja que mi niño interno se muera

Hoy no les traigo historias de amor ni desamor, tan solo dos básicos y amargos descubrimientos que marcaron mi infancia: la muerte del ser humano y la no existencia de Papá Noel. Ya sé, dirán "pero, qué idiota, todo el mundo sabe que la gente se muere y que el viejito pascuero de Coca-Cola es irreal". Bueno, les pido que retrocedan el tiempo y recuerden que no siempre lo supieron.

Corría 1992 y a mis casi cuatro años mis figuras de hule con esqueleto de fierro de Goofy, Popeye, así como los juguetes que enviaba mi anónima tía Nancy desde los Estados Unidos (sospecho que ella era Papá Noel o trabajaba con él), inundaban mi vida, mis tardes y aseguraban que jamás conociera lo que es el aburrimiento. Una tarde de esas, una desagradable sobrina de Papá Víctor, una muchacha cuyos títulos universitarios jamás le enseñaron lo que es ser gente, me reveló una de las leyes de la vida: Tarde o temprano, antes o después, de viejitos o al nacer, en tu cama o al cruzar la calle, la gente se muere.

En ese momento, no entendía qué carajos significaba eso. De hecho no lo entendí hasta algunos años después cuando me tocó experimentarla de cerca. Intenté aclarar mi mente confusa preguntándole al espantapájaros universitario qué quería decirme. Ella, en su ingenuidad y poco tino, me explicó que las personas, al cabo de un tiempo, se quedaban dormidas para luego ser depositadas en una caja de madera y puestas bajo muchos kilos de tierra. Así, sin más.

- ¿Sin huecos para respirar?
- Sin huecos.
- ¿Y cuando vienen a sacarlos si despiertan?
- No. Ya no los sacan de la caja.
- ¿Nunca?
- Nunca.

El monstruo que fungía de mi niñera me había traumado para siempre. Lo siguiente que vino fue mi reacción a la pueril idea de que, algún día, sin mi consentimiento y plena conciencia, me depositarían en una caja de zapatos sin oxígeno para echarme tierra encima y luego se olvidarían de mí hasta que huela a estiércol. Es cierto, la muerte de una persona no es técnicamente eso, pero se le parece mucho si se ponen a pensar. Mi llanto horrorizado no paró por más de cuatro horas.

- Qué has hecho, estúpida, ¿cómo vas a decirle eso al bebe?
- Yo solo quería explicarle que...
- Explícale a tu puta madre, no me traumes a Alvaro de esa manera.
- Ya, chola, cálmate, solo quería darle conocimiento.
- Métete tu conocimiento al culo.

Lo único que admiraré de mi primera madre biológica, la sustituta, es su fiereza para defenderme de quienes se sentían más fuertes por ser mayores que yo. Digo lo único pues no basta el carácter para amar a una persona por mucho tiempo. Hoy, mi verdadera madre ocupa su lugar con el doble de carácter y cien veces más cerebro. Volvamos al punto, no había forma de calmarme ahora que había descubierto que la gente se moría.

- No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.
- Hijo, cálmate, la gente se muere, es cierto, pero para eso falta mucho. Tú no te vas a morir.
- No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.
- Cojuda, animal, voy a decirle a Julia y Víctor, esta vez te pasaste de la raya. Alvarito, te estoy diciendo que eso no es así, te duermes pero vas al cielo, con angelitos y...
- No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.

No recuerdo cuántos chocolates Toblerone de Papá Víctor fueron necesarios para sacarme de mi crisis, supongo que todo el stock de un año de dicha marca. Pero recuerdo claramente que solo sus brazos eran capaces de calmarme. Mi Víctor siempre fue así, engreidor, conciliador, sabio, infinitamente más grande que todas las almas podridas que crecieron a mi lado en esa casa del infierno que ahora se cae a pedazos deshabitada y por debajo de mi actual hogar.

El otro descubrimiento, un poco menos terrible que la muerte, era la no existencia de Papá Noel. Tal vez a más de uno le ha sucedido: Tenía los mismos tres años y, para resistir la cena de media noche se me enviaba a dormir durante la tarde. Al despertar, los regalos ya estaban al pie del árbol, los había traído Papá Noel.

Todo bien hasta ahí, lo que no se esperaban en casa era que mi sueño de la tarde se viera interrumpido involuntariamente por mi abuela, la verdadera Papá Noel en este negocio de la ilusión y la fantasía infantil. Sus robustos brazos que jamás me abrazaron cargaban los carritos a pilas, los muñecos, las latas de galletas danesas con casitas en medio de paisajes que espero visitar algún día y un sinfín de detalles más. Una pelota, jamás, todos saben que a este mocoso nunca se le hizo el fútbol ni sus derivados.

Al abrir los ojos, mi idea de Papá Noel se derrumbó en un segundo: Mi abuela estaba en medio de la habitación, con un cargamento de juguetes, papel de regalo y una expresión de un criminal sorprendido con las manos en la masa. El desconcierto dio lugar a la razón con el genio que siempre la dominó.

- Bueno ya está, carambas, así es como llegan, ¿quién pensabas que los traía?

No salió respuesta alguna de mi boca, tan solo volví a dormir para no volver a ser el mismo nunca más. Era un poquito menos niño, un poco menos ingenuo, un poco más cercano a la realidad donde los regalos te los trae Papá, no él.

Y así es como tuve esos dos curiosos descubrimientos que, aunque puedan parecer tan sencillos, marcan tu vida para siempre. No importa cómo creciste ni dónde, en algún momento descubrirás que la gente se muere y quién te trae los regalos de navidad. Si tu situación económica no es buena y nunca tuviste regalos de navidad, igual descubrirás que la gente se muere, al fin y al cabo morirse es gratis (para quien se muere, claro) y nos va a suceder a todos. Hasta el siguiente post y feliz navidad.



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