A: Vra Doran Mannakin
El amor, tan caprichoso como es, volvió a golpearme una tarde de junio. El golpe no vino desde este país, fue enviado cual misil teledirigido y premeditado desde México en el segundo vuelo de la tarde.
Cual atentado en aeropuerto, llegó cruel sin anunciarse, sin preguntar, tirando las puertas de una sola patada, pero con la precisión del francotirador a atravesar mis pulmones por la espalda e impactar directo en el corazón, ahí donde es tan difícil de llegar a menos que tengas lentes de nerd y cara de imbécil.
Y sí, había que sacar esto del corazón, dejar salir cada palabra como quien se succiona el veneno de la sangre a falta de antídoto; justo a la herida, justo del modo más doloroso, justo a la antigua. Para rematar, lo hacemos justo con Shakira del 96 de fondo. Lo sé, masoquista al mango y alguien dispáreme en la cien.
Volviendo a ti, tu inseguridad es tan inmensa como tu sencillez y tu ternura. Como un ave enjaulada atemorizada de todo, pero con la seguridad de que se irá antes de que termine el verano. Esa última comparación te queda muy bien, pues este amor no llegó para quedarse, solo para hacer latir mi corazón tan o más fuerte que el primer amor para luego emprender el vuelo de regreso.
Debo admitir que desde los 19 años soy extremadamente realista, frío y tengo el romanticismo de un forense en plena autopsia, pero tú llegaste para quedarte, para hacer pedazos mis defensas y para desplazar todo recuerdo de te amos y te quieros con fecha de caducidad.
Descubrí que junto a la expresión de poca inteligencia, mi otra debilidad es hacia quienes despotrican excesivamente de sí mismos, por lo que tus reiteradas autocríticas de fealdad no solo me resultaban deliciosas, sino también insólitas: ¿Cómo puede una rankeada estrella porno casi perfecta físicamente y con la más sexy diastema (separación de dientes delanteros) de todos los tiempos acusarse de fea, gorda, horrible y poco atractiva? Era definitivo, me habías enamorado y no me iba a atrever a decírtelo.
Y no. No voy a caer en el cursi cliché del "no me atrevo a decírtelo porque tengo miedo", esa es una cojudez para gente cobarde que vive lamentando lo que no fue y lo que no hizo.
Yo no pensaba decirte que me había enamorado porque era muy probable que este amor tenga un 90 por ciento de ilusión a largo plazo, sostenida en formol gracias a Skype, What's App, tus videodedicatorias y tus videos triple X grabados para mí con nombre y apellido.
La segunda razón, más poderosa que la primera, era que no vivíamos en el mismo país, ni siquiera en la misma parte del continente. Nadie puede sostener algo así, imaginarlo es apenas ridículo y nos lleva al recordatorio de que siempre son felices los cuatro (o los seis) cuando se ama de lejos.
Y aunque vivías a merced de hombres que te humillaban y poco más te obligaban a lavarles la ropa, debo admitir que me quedo con los mejores recuerdos de lo que fue el más grande amor platónico de mi vida hecho realidad un miércoles por la noche a puertas de una fiebre de 39 confundida con calentura y mi corazón bombeando la sangre más rápido que nunca desde que empezó a latir.
Ahora queda solo fotos en HD y recuerdos indecorosos, vete por favor y súbete al avión. Mi realismo me llevará a aceptar la próxima proposición amorosa con pies y cabeza (y cara de imbécil, por supuesto). Pero no seré orgulloso: admito que nadie borrará de mi cabeza tu voz, tus manos, tu resistencia a besarnos demasiado, tu respiración bajo mis 79 kilos de peso, tus "mande" en el acento, tus canciones de Gloria Trevi y tu "te amo" Maruchan. Exacto, adivinaron, por lo instantáneo y químico.
Hasta siempre, amor de mi vida, buen viaje y abróchate los cinturones antes de despegar. Yo volveré a casa donde me esperan dos propuestas de matrimonio que no aceptaré, un papá que todo lo sabe, una gata con obesidad y el sueño en el que te bajas del avión para dejarlo todo y vivir juntos para siempre cual final de cuento Disney retorcido, cruel, internacional y con mensajes subliminales.
Te amo, no tengo claro un final para este post, ni para el final de lo nuestro, pero mi cerebro no tardará en anestesiar este dolor en el pecho hasta adormecer lo que siento por ti, o en inyectar la eutanasia definitiva. Aunque la comparación suene cruda, es exactamente así de macabra.
Tu muerte tardará 24 horas y tu incineración unos minutos más, entonces nada dolerá y todo volverá a lo que parece normal. Hasta siempre, amor mío, me quedo con tu foto autografiada y tu último video porno en edición limitada. ¿Esperaban un remate genial para este post? No lo tiene, las líneas perfectas se van en tu maleta y en clase económica. Disfrute su vuelo, muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No eres tú, son ellos.