viernes, 3 de enero de 2020

De la selva, su Nutria


La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora.

Mi corazón está regado en pedazos y no vino conmigo en el avión; por eso esta sensación me es extraña, incómoda, rara y a la vez punzocortante.

Por estos días, de vuelta en la casa donde fui feliz y crecí, un sentimiento de familia se vuelve a apoderar de mí y descubro que tengo una vocación de padre de familia con una compota Heinz de sentimientos encontrados dentro del pecho que me ahoga la garganta con un "Te quiero" tan auténtico como hermoso. Es cierto, seré un gran papá en algún momento, pero hoy me basta con tomar tu manito pequeña y ser el tío más feliz del planeta mientras me miras con cara de Baby Yoda y me pides que te dibuje un Demogorgón. 

Volvamos a la carretera y salgamos un segundo de casa: Mi estómago ha decidido ignorar las toneladas de comida inigualable que sólo aquí encuentro y apenas se concentra en procesar esa sensación de vacío y presión que se extiende por todo el cuerpo mientras me sonríes y me dices que no voy a caerme de la moto y que no tengo que agarrarte la cintura como si fuera un Koala o, para fines locales, un oso perezoso rescatado del tráfico de especies. 

Siete años pasaron desde mi última visita, siete años en los que evolucioné sin darme cuenta y reventé el pasaporte con sellos de todos los colores, subiendo y bajando de aviones como fuera necesario y las veces que hicieran falta. 

- "...Yo seguiré perdido entre aviones y carreteras, en la distancia no seré más tu parte incompleta." - Natalia Jiménez suena en mis audífonos con "La frase tonta de la semana"  para recordarme que no pertenezco a ninguno de esos países, pero tampoco pertenezco a ninguna otra parte, salvo a esta ciudad verde de motos y lluvias que no avisan. 

Hoy tengo cuñados que me abrazan como si me conocieran de toda la vida, hermanas que he visto crecer a distancia y con las que el tiempo se detiene, un papá que en otra vida fue Bibliotecario de Alejandría, más culto que Ricardo Palma y una madre infinitamente más amorosa y real que la que se me murió en Lima debido a una sobredosis de sí misma y cuyo nombre no recuerdo, hoy por hoy, aunque haga mi mejor esfuerzo. 

¿Saben? Si pudiera dejar ir ese avión, probablemente lo haría, para ser tu hijo un día más, para ser tu hermano un día más, para ser tu tío un día más, para ser tu cuñado un día más, para ser el feliz dueño de un conejo, diez gatos y un perro Schnauzer con nombre horroroso de cantante de Bachata, para pedirte que me cantes otra canción con tu portugués perfecto y decirte que sí, que sí quiero estar contigo y que el mundo puede irse a la mierda ahora mismo. 

Mi productor está escribiéndome al inbox para recordarme que irá al aeropuerto Jorge Chávez a recogerme, allá donde aterrizaré con un hueco en el pecho, allá donde probablemente no llegue tan completo como quiera hacerles creer. El artífice de mi nuevo single se esfuerza por robarme una sonrisa por videollamada, yo se la devuelvo mientras me seco una lágrima que recorre maratónica desde mi ojo derecho, pasando por mi mejilla, hasta morir evaporada en mi cama, en medio de mi habitación, donde todavía puedo escuchar el eco de las risas del Álvaro que perdimos en un accidente allá por 2012. 

Pero no nos pongamos cursis, aún me quedan algunas horas antes de subirme al avión y, por primera vez en años, me he levantado a las 6 AM para dedicarles estas líneas, confesarles que los amo y, sin que ustedes se dieran cuenta, me arranqué el corazón aún vivo con sus aurículas y ventrículos (mentí, sí lo traje en la maleta de mano) para esconderlo en la refrigeradora de nuestra casa con la esperanza de que se quede ahí congelado junto a los chupetes de fruta. Mientras me trago la nostalgia asesina, les admito que la inspiración para este post nació a 80 kilómetros por hora sobre una moto, bajo un cielo estrellado perfecto y con un "Te quiero" que no supe responder por imbécil. 

No me culpen, de verdad me habría encantado traerle al resto del mundo la típica crónica de viaje pretenciosa y con complejo de National Geographic, pero la verdad es que estuve muy ocupado viviendo. 

"Wake me up" de Avicii suena en el celular mientras la Wave Honda, con dos locos a bordo que se saben la letra, se pierde en el horizonte, allá donde no hay mañana, allá donde no tendré que volver a subirme a ese avión y decirte adiós, allá donde dije que sí y me quedé contigo, allá donde el tiempo frenó en seco y fui feliz sin un final para la carretera, ni para este post. Ahora acelera, que la realidad viene detrás y amenaza con alcanzarnos.


viernes, 27 de septiembre de 2019

La casa frente al mar


"And I’m haunted
By the lives that I have loved
And actions I have hated
I’m haunted
By the promises I’ve made
And others I have broken
I’m haunted".

- Poe -

La Toyota Hilux SR5 avanza despacio rompiendo la oscuridad de la carretera. En este tramo del camino a la casa frente al mar la iluminación es casi nula y solo los residentes sabemos cómo llegar. Mi hermano menor maneja despacio, con las manos fijas en el timón, la mirada hacia el frente y sin hablar, no le gusta para nada mi decisión de venir ir a es lugar, como tampoco le tranquiliza la idea de otra persona utilizando mi celular para que todos crean que sigo en Lima.

- Detente. Aquí es.

- Estamos en medio de la nada...¿Cómo te puedes acordar?

- Solo me acuerdo, de aquí en adelante sigo solo.

- Estás loco, no sé ni siquiera por qué acepté traerte hasta aquí.

Mi hermano me mira con una mezcla de terror con desconcierto.

- ¿Vas a estar bien?

- Tranquilo, serán solo dos horas y en la maletera hay suficiente comida para diez personas.

Me bajo de la camioneta y avanzo con las luces iluminándome la espalda. Más adelante espera el silencio y la casa frente al mar, donde el tiempo-espacio se detienen. Mientras avanzo, crece esa sensación de estar siendo osbervado desde la oscuridad.

La bajada a esta propiedad en medio del olvido consta de 2200 escalones en piedra y arena, sin barandas ni seguridad alguna. Un mal paso es suficiente para irse al precipicio, sufrir una muerte instantánea y que nadie encuentre tu cuerpo mañana, pasado mañana o nunca.

A media hora de camino, mi hermano se termina su segunda bolsa de snacks con la ansiedad de un adicto al tabaco en rehabilitación y con poca fuerza de voluntad.

Mientras la brisa marina se mete por mis pulmones amenazando con reventarlos, intento encender la linterna. Nada. Todo intento de hacer luz nunca ha funcionado en la casa frente al mar. Me pongo mis audífonos, dejo sonar "Numb" de Andy Stott y comienzo el descenso al límite entre los vivos y los muertos.

Al pisar el último escalón, mis pies se hunden bajo la arena húmeda. Al ser luna llena, la marea sube y hace intransitable el tramo final hasta la casa. Deslizo mis dedos dentro mi bolsillo derecho, donde aguarda esa única llave que jamás se oxida. A unos cuantos metros, sin mayor presentación, aguarda la casa frente al mar. Las instrucciones son claras: Al abrir la puerta, debes esperar las 3:33 AM y no decir palabra alguna hasta que él te haya hablado primero.

Tomo aire y cruzo el colchón de arena húmeda que devora mis zapatillas a los pocos pasos. Meto la llave en la cerradura oxidada. Nada. Un poco de fuerza con mañana y el mecanismo interno cede, estoy dentro.

3:20 AM - La casa frente al mar luce exactamente como la dejé en mi última visita: Algunos cuadros de sus anteriores habitantes, un solo sillón envuelto en una vieja manta para protegerlo de la humedad y ventanas tapadas con papel adhesivo. A un lado, la escalera a la azotea que nunca se terminó de construir.

3:25 AM - Intento encender el inservible interruptor de luz de la sala de estar, que se burla de mí al lado de un cuadro sin foto. Sintiéndome el imbécil del año, quito la manta del sillón y me siento a esperar la hora pactada.

3:32 AM - La claustrofobia moderada, que siempre me ha caracterizado, se apodera de mí. Decido subir la escalera a esa azotea incompleta en donde podré tener algo más de luz y la vista total del mar. Me he quitado los audífonos para disfrutar de una mejor banda sonora: el vaivén de las olas.

3:33 AM - Respiro hondo sin atreverme a decir nada y me quedo viendo al mar. Así da la hora indicada y he cumplido mi parte del trato. Detrás de mí, una voz corta el silencio sin pasos ni ruidos previos:

- ¿Ahora tienes tatuajes en los brazos? Como has crecido, Alvaro.

- Viniste.

- No recibo muchas visitas...¿sabes? Me alegró saber que venías.

El pánico se apodera de mí. Sé que no debo girarme, pero mi curiosidad es más fuerte. Quienes han venido antes que yo son sumamente enfáticos en esto: Voltea solo si él te permite hacerlo, luego mantén la calma cuando se vean a los ojos.

- Quería venir, necesitaba venir, por favor permíteme girar y hablarte de frente.

- Que jamás se diga que soy un mal anfitrión, puedes girar ahora.

Supongo que las personas que sufren un paro cardíaco sienten algo muy parecido a lo que me tocó sentir en ese momento. Su rostro, su cabello, su cara sonriente y sus manos abiertas esperando un abrazo terminan de volver el cuadro más tétrico aún.

"Hasta ahora he encontrado dos de mis doppelgängers y le ayudo a otros a encontrar los suyos", le cuenta Niamh Geaney a la BBC. Sus palabras retumban en mi cabeza. "Recuerda que tomará tu misma forma física, mantén la calma y todo saldrá bien", me dice por inbox de Facebook tres días antes de mi visita a la casa frente al mar.

- ¿Me das un abrazo?

No recuerdo haber preguntado si podría tocarlo o acercarme siquiera. Parado frente a mí, con mi mismo aspecto, voz y expresión irónica, mantiene las manos abiertas esperando el gesto de cortesía.

- ¿Si te toco me evaporaré o me desintegraré como los Avengers cuando mueren?

Su risa retumba en toda la azotea con un eco que me asusta más.

- No. No funciona así. Ahora confía en mí que por algo has venido hasta aquí. Venga, un abrazo.

Me acerco con el estómago helado y devuelvo el abrazo. La sensación es lo más parecido a que te sumerjan en una tina de agua con hielo. Dejo de hacerme preguntas y aprieto su torso bajo cero.

- ¿Ya ves? No te moriste ni nada por el estilo. Ahora caminemos un poco y deja de mirarme como si estuvieras viendo al diablo.

Luego de algunos minutos recorriendo la orilla frente a la casa, mi doppelgänger vuelve a romper el hielo.

- Tú y yo sabemos por qué estás aquí. No pienso cruzar a tu mundo, no me interesa y no puedes convencerme. Tu batalla final es tuya, tienes que arreglártelas solo y de hecho lo harás muy bien sin mí.

- Necesitaba detenerme antes de seguir adelante, parar un segundo y recordar por qué hago todo esto.

- Tú eres la suma de tus miedos, aciertos y errores antes que tú, has absorbido lo suficiente para terminar con todo tú solo. Recuerda que aunque tenga tu misma forma, no soy tú y no tengo interés en intervenir en el mundo de ustedes los vivos, no necesitas de mí.

- No he venido a pedirte eso, pero al menos necesitaba venir un momento a tu mundo, han pasado 24 años y esto es lo más cercano a un reseteo mental.

Mi doppelgänger se ríe ruidosamente, como burlándose, girando la cabeza de lado como quién le explica física nuclear a un simio.

- ¿No prefieres el placebo, barbitúricos, alcohol o alguna droga de esas de diseño? Te aseguro que son más efectivas que yo.

Y es así como te recordaba, como en nuestro último encuentro a mis seis años de edad: Siempre más sabio que yo, siempre riéndote de mí, siempre con la seguridad de quien sabe algo que yo no. Cuando corrí hasta mamá a contarle que te había conocido, de pronto no estabas más. 

Cuando inicié mi investigación sobre como contactar a mi doppelgänger, fue una de las primeras advertencias: "Recuerda que él no es tú, su aspecto es exactamente el tuyo, pero sus personalidades pueden ser diametralmente distintas e incluso puede llegar a ser hostil. Nunca sabes lo que te vas a encontrar en ese espejo entre la vida y la muerte. Si soportas el shock, pues adelante".

- De verdad gracias por recibirme. Cada segundo aquí es como si me inyectaran morfina.

- Sí, pero te recuerdo que no perteneces aquí, podremos caminar y podrás preguntarme lo que quieras, pero tendrás que volver a tu mundito de mierda en una hora aproximadamente.

- ¿Cómo termina mi pelea final?

- Siempre has sido inteligente para no pelear si acaso no pudieras ganar. Hasta en tu ridículo intento de practicar Muay Thai sabías que solo podías salir del ring ganando.

- ¿Y el precio?

- Eso es otra cosa. Tu batalla es contra la esencia que te creó, aunque tú seas una versión mejorada. No vas a salir completo de ahí, eso si debes tenerlo claro.

- Creo que no tengo más preguntas.

Guardo silencio y desvío la mirada para volver a contemplar el mar iluminado por la luna: toda una postal de Pinterest. Mi doppelgänger me mira sonriendo.

- A veces es mejor no saber cómo termina el libro, la película o como diablos quieras llamarlo.

- Me gustan los libros y el cine por igual.

- A los dos siempre nos ha gustado el cine de terror, Alvaro, sino mira dónde vivo.

Nos reímos ambos y nos quedamos viendo al mar. Mi doppelgänger sabe que es hora de que me vaya.

- Te prometo que nos volveremos a ver muy pronto. A mí también me hace bien verte y recibir visitas. Ya ves que no hay primera sin segunda.

- ¿Por qué siento esa sensación de alivio cuando estoy aquí?

- Tu cuerpo entero emite electricidad, tiene una carga eléctrica exactamente opuesta a la mía. No lo sientes, pero hay una descarga progresiva cuando estamos cerca. Si hay mínimo contacto físico como en el saludo de hace un rato, las cargas se anulan. Me sucede exactamente lo mismo, así funciona. Es como una foto tuya, pero en negativo.

- ¿Y cuál de los dos es el negativo? - Pregunto en tono sarcástico.

Doppelgänger cambia de cara y finge estar escandalosamente ofendido por la pregunta.

- Yo soy la foto y tú el negativo; más respeto, imbécil.

Nos volvemos a reír.

- Ahora ve tranquilo, Alvaro. Conociendo a tu hermano, debe haberse terminado las dos toneladas de comida chatarra que dejaste en la maletera.

- Siempre lo sabes todo...¿verdad?

- Sí, ahora vete. Recuerda que debes devolverme a la casa y no debes ver atrás cuando hayas cerrado la puerta.

Acompaño a mi doppelgänger de vuelta al interior de la casa frente al mar, siempre húmeda, siempre abandonada, siempre con el aspecto de ser tan inmensa por dentro y tan pequeña por fuera.

- Hasta pronto.

- Cierra con llave y déjame aquí dentro, ya sabes cómo funciona.

Mi doble etéreo (si así se le puede llamar) toma mis audífonos y los coloca en mis orejas: "Haunted" de Poe suena en el reproductor. Me dispongo a cerrar la puerta mientras su rostro se pierde en la oscuridad con una última mirada de nostalgia. Es hora de emprender el viaje de regreso a donde pertenezco, al menos de momento.

viernes, 23 de agosto de 2019

Morir lento


Y esa noche, torpes, sin entender a exactitud lo que hacíamos, sin saberlo, morimos lento.

Nuestra rivalidad era implícita desde el inicio, desde que nos vimos las caras por primera vez, como en un circo romano, como en una batalla de esgrima, pero algo no andaba bien: No éramos los enemigos a muerte que el resto esperaba que fuéramos. La gente ansiaba ver cómo nos despedazábamos terminándose el pop corn durante los trailers antes de iniciar la película. Y entre toda esa expectativa, nosotros no terminábamos de entender por qué ese duelo a muerte no terminaba de llegar.

Por supuesto que fuimos equipo, por supuesto que unimos fuerzas y por supuesto que compartíamos noches de tareas como cualquier par de estudiantes a nuestra edad. Snacks, fruta cortada por tu madre y Shania Twain de fondo para amanecidas de tarea, maquetas y proyectos de computadora allá por Windows XP.

Nada fuera de lo normal hasta esa maldita noche. La noche pre-exámenes bimestrales en que, siendo más tarde de lo normal, tu madre no iba a permitir que me fuera a casa, siempre había un colchón tamaño familiar para que el invitado se quedara a dormir. Craso error, Doña Constanza, craso error.

Mi primera noche fuera de casa iba a transcurrir de lo más normal: Yo dormiría en un intento de colchón King Size y tú con tu madre, amén. Sin embargo, tú tenías otros planes para nosotros y mi mente estaba a punto de colapsar.

Quienes han dormido conmigo (amigas, amigos, familiares, parejas, intentos de pareja, etc.) saben que duermo sobre mi lado izquierdo desde que leí por ahí que esa postura evitaba problemas de salud; sin embargo, eso no evitaría los problemas en los que me meterías desde esa noche en adelante.

Mi sueño empezaba a sacarme de la realidad cuando el peso de algo a mis espaldas me devolvió a ella asustado: Ahí estabas tú, dándome la espalda al propósito en vez de dormir con tu madre como Dios y los cuatro evangelios mandaban.

Con los latidos acelerándose, me giré al mismo tiempo que tú, sin entender el por qué, como en una coreografía, como si estuviera ensayado. Mi corazón y el tuyo latían con la misma fuerza del bombo en la banda del colegio, casi resonando por toda la habitación.

Me acerqué lento, pensando que recibiría un rechazo incómodo que acabaría con un empujón y la muerte de nuestra amistad de seis meses y medio. Sin embargo, encontré tu pelo con olor a shampoo Johnson de manzanilla, una marca con la que tenías una fijación insoportable. Tu mirada permanecía baja y era lógico: Estabas a punto de suicidarte conmigo.

Prolongando la agonía, comenzaste a subir la mirada buscando mi cara, aunque tus manos llevaban más prisa que tú, tomaste mi mentón para suzurrarme el "Te amo" más honesto y tembloroso del que tuviera recuerdo. Luego, como quien aguanta la respiración para bucear sin snorkel, empezamos a besarnos como si no hubiera mañana.

Luego de 20 minutos de un beso que voló mi cerebro en pedacitos, escondiste tu cara en mi pecho, temblando y con la respiración cortada. "Yo también", fue mi respuesta antes de abrazarte como si fuera a partirte la caja torácica.

Bordeando las 4 AM y con la sal de tus lágrimas en mi cara, repetiste tu beso del infierno por cinco minutos más, para luego despedirte y volver a la cama de tu madre, quien aún roncaba como un motor descompuesto.

Desde esa noche en la que morimos lento, aquella en la que aprendí lo que era besar de verdad y no dar piquitos miserables a todas mis parejas anteriores, nuestra enemistad basada en promedios, exámenes, notas y ponderados se convirtió en el sketch mejor elaborado para una multitud tan estúpida como cercana a nosotros. El pueblo quería circo y había que dárselo. Sin embargo, cada noche de tareas y trabajos finales, la tregua volvería a ese colchón inflable en medio de tu sala, cada vez más intensa, cada vez más premeditada.

Y aunque hoy por hoy, a catorce años de aquel episodio, has muerto físicamente y de ti queden solo unas cuantas fotos de pésima resolución en mis discos duros, en algunas noches de invierno vuelven a mi mente esos besos, tus "te amo" ahogados y tu corazón acelerado que ahora era de mi propiedad y siguió siéndolo muchos años después de graduarnos.

Este es mi homenaje para ti y espero poderte leer esta carta en aquel lugar al que todos vamos a parar después de morir y desde donde, cada cierto tiempo, invades mis sueños sin previo aviso para volverme a besar, como un ángel de la guarda asexual adherido a mí a la fuerza, como un tatuaje en mi alma, como el diablo de la guarda, como todo eso que probablemente seas ahora que no existes más. 

martes, 16 de julio de 2019

Capricornio


"I am falling down
Try and stop me
Feels so good to hit the ground
You can watch me
Fall right on my face
It's an uphill human race
And I...I am falling down."

- Avril Lavigne -

Mi mejor amigo y yo somos un incierto error estadístico, dos fuerzas opuestas de la naturaleza que coincidieron para sobrevivir en esa primera jungla donde todos aprendemos lo que es matar o morir, dos guerreros samurai condenados a cuidarse las espaldas aún en contra de su voluntad, dos gemelos separados al nacer, dos hijos de papá huérfanos por distinto motivo, dos estúpidos obsesivos de la tarea y el perfeccionismo siempre insípido.

Una promo antes que yo, dos años menos que yo, mismos promedios asquerosamente altos, mismos egos incontrolables, mismo número de calzado, misma talla de ropa y casi la misma estatura, de no ser por tus dos o tres centímetros de altura adicional. Que nos llamaran "hermanos", "gemelos", "clones" y demás motes cachacientos no solo no nos molestaba; por el contrario, nos enorgullecía.

Mi mejor amigo está muerto y no llegó a los veinte porque heredó la fragilidad cardíaca de su padre biológico. Pero no es ese un tema del que hablaremos en este post, sino del maravilloso regalo que fuiste para mí en vida. Nuestra torpeza para el fútbol nos hizo coincidir en un campeonato interpromo, con tres o cuatro bromas y tu "Señor Rondón" desde ese día y cada recreo que vendría después. Había encontrado a mi hermano gemelo y ambos todavía no lo sabíamos.

Capricornio, como todos los tristes intentos de quienes vinieron a tratar de ocupar tu lugar sin éxito. Tu lonchera obscenamente cara era subida cada recreo a mi salón, en donde media promoción no terminaba de entender qué mierda hacía un intruso de cuarto año subiendo al todopoderoso reino de quinto con ofrendas. De todas maneras eras intocable, pues quien se metiera contigo se metería conmigo y la historia demostraría que, si yo era un excelente amigo, era aún mejor como enemigo.

Siempre fui feliz dando y no porque quisiera lavarme la cara con esa expresión: desde chico siempre sentí una alegría enorme en el corazón cuando veía sonreír a los que míos con algo que pudiera darles. 

En tu caso, vaya que di más de lo que pensé que tenía para dar: Te conseguí pareja de promoción, tu primera fiesta de promoción decente, te conseguí a tu primera novia, dos discos de Cuchillazo firmados por la banda entera, tu primera clase de salsa (eras un fracaso), tus clases de edición de video (me superaste por mucho) y hasta te regalé mi historia de vida, la misma que siempre te resultó extraña y sacada de alguna película o novela de las que nos dejaba el profesor de literatura a modo de tortura digna de la Santa Inquisición. 

Tu madre era mi madre, de hecho empecé a llamarla "Mamá" como nunca logré decírselo a la mía. Tu señora madre, la más amorosa del planeta, siempre tuvo dos tazas enormes de avena Quaker en el desayuno, una con azúcar para mí y otra sin azúcar para ti, pues tú no tomabas nada dulce. Cuando vino su propuesta de vivir con ustedes dos, no lo pensé dos veces: Mi casa no era muy mi casa por aquellos días y mudarme a la tuya fue la mejor decisión de mi vida. No solo sabría lo que era una madre, también sabría lo que era vivir con un hermano de verdad. Un mes que me llevaré en el corazón hasta que me muera y te dé el alcance, .

Aunque mi vida amorosa fuera un desastre, siempre me las ingenié para ayudar a que la tuya, tan inocente como color rosa, fuera perfecta: desde prestándote mi celular para que le mensajearas de madrugada hasta dictándote lo que le pondrías en cartas que irían con tu firma como si las hubiera parido tu inspiración. Yo era bueno con las palabras y no me costaba nada mentirle a tus tres novias con líneas dignas de Shakespeare o Neruda.

No había retiro o viaje en la que no llegara a mi maleta una carta tuya, incluso en aquellos meses en donde la presión externa y la envidia, que siempre tiene el sueño corto, buscaba que nuestra alianza inusual se acabara. Líneas más, líneas menos, nuestro vínculo era más fuerte que el biológico, eras el hermano que había elegido y que me había elegido entre retiros, campamentos y recreos.

El dormir en tu cama siempre era un problema, pues era demasiado pequeña para dos energúmenos de metro ochenta. Tu madre siempre decía que dormidos nos veíamos como Tommy y Dil de los Rugrats, solo que en tamaño gigante. Sobre esas noches no había mucho que contar: muchas horas conversando, guerras de almohadas y un "Ya duérmanse, mierdas" de mamá desde la otra habitación. Aunque nunca lo sabrás porque estás muerto, nunca me volví a sentir cien por ciento cómodo durmiendo al lado de otro ser humano, tal vez porque nunca pude volver a confiar en otra persona de la misma manera. 

El último abrazo tuyo que me llevé conmigo aún me duele. Venías a despedirme en mi último día de clases, el pacto de sangre se rompía con mi graduación y probablemente sabías que al poco tiempo te tocaría decir adiós. Cuarto año jamás organizaría una despedida a quinto ni aunque les pagaran un millón de dólares o dos kilos de cocaína a cada uno. Sin embargo, la despedida se financió con dinero de los padres en una modesta recepción donde apareciste para romperme la columna con un abrazo que me duró hasta la tarde en que me tocó ver tu féretro marrón del otro lado de tu sala. No tenía valor de acercarme a mirar dentro del cajón porque probablemente moriría contigo en ese mismo momento.

No lloré y no acepté un solo abrazo de condolencia, no los quería, no los necesitaba. Llámenme cobarde si quieren, pero no iba a asomarme a mirar sin vida a quien había compartido lo mejor de la suya conmigo, una decisión de la que no me arrepiento porque tu rostro con algodones de formol en las fosas nasales a lo mejor me perseguiría en sueños el resto de mi vida. Y aunque nunca pude decir adiós porque las despedidas nunca fueron lo mío, debo admitir que fue el más grande estado de shock del que tuviera memoria, un trance del que me tomó tres o cuatro años salir. 

Como todos saben, todos mis mejores amigos varones después de ti a lo largo de mi vida fueron, al igual que tú, Capricornio, por alguna razón que no me interesa buscar en ningún horóscopo de mierda del periódico. Desde donde quiera que estés, si es que estás en alguna parte, es como si estuvieras intentando enviarme repuestos de ti para tratar de llenar medianamente tus zapatos, aunque la miserable realidad es que nadie calzará igual que tú y que yo, creo que eso lo sabemos de sobra.

Cierro el post con un secreto más: Cuando alguien que amamos muere, una parte de nosotros muere con esa persona. Catorce años pasaron y creo que, la razón por la que no volví a ver nuestras dos millones de fotos es por miedo a encontrarme con esa parte mía que se fue a la tumba contigo. 

La verdad es que hace mucho dejé de creer que estás en un lugar mejor, porque para ti no había un lugar mejor que al lado de tu madre y tu hermano mayor, ese al que nunca más volverás a decirle "Señor Rondón" y que quedó un poco más muerto que vivo la tarde de finales de marzo en que te perdió sin chance a despedirse. No hubo adiós, no hubo último mensaje, ni aviso previo, así como tampoco hay un lugar más allá. Hasta pronto, si es que eso suena mejor.  

lunes, 20 de mayo de 2019

La bomba de tiempo


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La bala de un M16 sale disparada a 3510 km/h, más rápido que la velocidad del sonido, así que si te disparan al corazón ni siquiera oirás la bala que te ha matado. 

En esa milésima de segundo, lo tuve todo claro. Cuando bajaste la mirada con la misma expresión de culpa de un niño cuando rompe un jarrón y no te lo quiere admitir, supe que no volveria a verte y que esa era mi última noche a tu lado. 

No te confundas, solo tengo palabras buenas hacia ti. Este post es una carta de agradecimiento por haberme convertido en un sicario sentimental, en Tokio de La Casa de Papel con una Browning M1919, en un asesino a sueldo capaz de matar a distancia con la mirada y la precisión de un francotirador y, por supuesto, en un experto en desactivar bombas de tiempo como tú. 

Tu autocompasión no me molestó en ese momento tanto como tu intento de adornar la masacre con frases protocolares de compromiso que irían a parar a tu tacho de basura junto con mis fotos, tus regalos de San Valentín y el Pokemón de peluche de nuestro primer mes. No la pensé dos veces para eludir tu primer disparo: Yo seré feliz al cruzar tu puerta, pero tú no serás feliz aunque venga Brad Pitt en boxer con un ramo de Rosatel trayéndote serenata a la puerta. Preparen, apunten, fuego. 

Aquella noche en tu cuarto desatamos una ráfaga con nuestras Steyr TMP reservadas para ocasiones así. Los disparos se oían por todo tu cuarto y sus ráfagas con una cadencia de 800-900 disparos por minuto retumbaban por toda la habitación con un estruendo brutal solo superado con el ruido de nosotros dos al hacer al amor horas antes. Mientras besaba tu rostro lloroso y desencajado, pensaba una sola cosa: Malas noticias, amor mío, tú ya habías muerto en el primer disparo y yo siempre hago el amor con chaleco antibalas. 

El duelo fue rápido, luego silencio. En un adiós mutuo no hay culpas, ni rencores, ni mayores explicaciones, tampoco bajas que lamentar, solo la atmósfera tétrica y muda de una escena del crimen posterior al tiroteo que desatamos arbitrariamente en tu habitación. 

Ahora que te has convertido en un cuadradito inerte ofreciendo placer en aplicaciones de ligue a dos distritos de mí, incluso te veo con más ternura. No podría reclamarte el no saber amar(te, me), pero si puedo cuestionarse el haber cambiado el amor real por un anuncio de oferta en el que vales poco menos que un asado de Tira de Res en oferta. 

No fue difícil prepararme para aquella noche: Una bomba explotará cuando su contador llegue a 0:00 o cuando se sucedan varios fallos en el proceso de desactivación. La única forma de desactivar una bomba es desarmar todos sus módulos antes de que el contador finalice, exactamente lo que hice contigo. Cuando el encargado de desactivar la bomba falle, la bomba pasará a tener un strike, el cual se podrá ver en el indicador superior al contador de tiempo. Las bombas con un indicador de strike explotarán al tercero, si la bomba no tiene ningún indicador de strike, ésta explotará al primer fallo sin dar lugar a error alguno.

Después del levantamiento del cadáver, no tiré tus fotos, te confieso que no tuve el valor; solo atiné a guardarlas en una caja fúnebre de zapatos junto a los regalos de quienes estuvieron antes que tú, las cartas de mi madre que jamás leere y un frasco de formol en el que flota inerte tu sonrisa tu recuerdo, tu risa chillona, tus besos...y tú. Tu corazón, sin embargo, sí recibió un trato especial: lo tenemos conservado en el refrigerador de la morgue junto con tus secretos que permanecen a salvo conmigo por ese cliché de que los caballeros no tenemos memoria.

Hasta siempre, Valentina, Pizzatoru y otros 300 sobrenombres inverosímiles que te coloqué con ternura ridícula, ya que tu nombre era difícil de deletrear aún para la RENIEC. 

Aunque la labor de desactivación del explosivo plástico en tu interior no reportó daño colateral ni catástrofe alguna, debo admitir que mi expediente es un poco vergonzo, pues mi prueba de absorción atómica dio positiva a Plomo, Antimonio y Bario luego de esa noche confusa. Después de sobrevivir al tiroteo y ducharme para retirar de mi cuerpo el olor a pólvora, pensé en escribir un final limpio para este post bélico-amoroso. 

“¿Corto el cable rojo o el cable azul?”, preguntaban en las películas de los ochenta y noventa, como Riggs, en Arma Mortal. Muchas veces lo tiraban a la suerte y faltando pocos segundos cortaban cualquiera, solo para ver el reloj detenerse a segundos de 0:00 evitando así la detonación. El problema es que, en la vida real, eso no funciona así...y nuestra historia tampoco. 

viernes, 17 de mayo de 2019

La novia extranjera


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La novia extranjera ha cumplido su tercer mes esperando en el altar: se ha esfumado su seguridad, su sonrisa angelical y se han hechado a perder sus promesas de primavera junto con todos los adornos con los que llegó al gran día. 

En esa ceremonia infeliz por supuesto que falto yo. Nunca llegué y no me arrepiento de desviar el auto que me llevaba a la iglesia, no solo porque nadie me consultó acerca de ese matrimonio, sino porque no estaba en los planes atar mi vida a un ser que apenas puede con la suya. 

Te agradezco el entusiasmo, solo comparable con tus ganas de auto sabotearte viendo la vida como un vaso con agua siempre medio vacío. No importan las dosis de dopamina que pudiéramos inyectarte a la vena, ni la cantidad obscena de chocolates que te hiciéramos tragar para procurarte algo de felicidad: tú estabas decidida a convertir tu vida en una película hindú de bajo presupuesto. Malas noticias, mi vida, nunca fui fan de Bollywood. 

Dos virtudes hay que reconocerte: tu jodido optimismo para trabajar en tu físico, aunque el precio a pagar fuera descuidar tu inteligencia emocional al punto de matarla. Aún te encuentro por los pasillos del gimnasio mirando a la nada como si tu revancha fuera contra el mundo, contra este país que no es tuyo, contra este hombre que no lo será tampoco. 

Pero no nos pongamos dramáticos, nos falta tu segundo mérito: tu dominio completo del kamasutra con todos tus "te quiero" después de cada una de nuestras batallas que dejaba a las peleas de la WWE como un cuadro de niñas jugando a la cocinita. Tú no andabas con rodeos y por supuesto que eramos el químico más inflamable, gasolina de 90, explosivo plastico, uranio y plutonio emitiendo suficiente radiación para matar todo a su alrededor. Hiroshima y Nagasaki; mejor dicho, Caracas y Lima. 

La novia extranjera está perdiendo la paciencia, lo noto porque en vez de lanzar su bouquet a las manos de alguna amiga con suerte, está azotando el ramo de flores furiosamente contra el suelo hasta destrozarlo, odiando cada pétalo, cada hoja y hasta la envoltura Rosatel. No es tu culpa, mi amor, le haces lo mismo a cada alegría que te trae la vida. 

No puedo sentir remordimiento ni culpa de haber huido al propósito de esa ceremonia infeliz, amañada, sobre actuada y hasta tragicómica: tú necesitabas la foto perfecta, al esposo que llegue todos los días del trabajo a encontrar la comida caliente, que engría a tus hermanitos para ganarse a tu madre y que aguante tu lista de quejas tan extensa como la cola de tu vestido de novia, una vez blanco y ahora percudido-sepia de tanto esperar. 

Aún recuerdo nuestra última charla pre-matrimonial y tu pedido desesperado de que lo intentarámos. Pido perdón por mi grosera respuesta a tu súplica recomendándote que mejor lo intentaras con tu psiquiatra. Aunque, muy en el fondo de mí, espero que hayas seguido mi consejo, chama.

Y aunque por dos segundos pensé en firmar el contrato que me uniría a ti en la salud y la enfermedad, lo segundo estaba en tu mente como una bomba de tiempo lista para estallar antes de que nos termináramos el pastel de bodas de cartón con dos muñequitos de mazapán. Toda una catástrofe nupcial, mi amor, como en los culebrones mexicanos. 

No te sientas del todo mal, aún puedes devorarte el buffet y compartirlo con tus invitados. Si eso no calma tu ansiedad, puedes beberte las botellas de champagne que escogimos para la recepción, una por una hasta perder el conocimiento o el control de tu cuerpo, lo que pase primero.

¿Alguien tiene algo que objetar? Lo que Dios no puede unir, es mejor que lo separe el hombre. Puede besar a la novia; pensándolo bien, mejor no.

jueves, 14 de marzo de 2019

Cuando dices adiós



Las despedidas nunca fueron lo mío, lo tengo claro desde que tengo uso de razón. Supe que decir adiós nunca sería mi especialidad aquel día en que me tocó ver partir a mi abuela antes de cumplir los cinco años y descubrir que la gente se moría. 

Pero esta no es una carta triste, este es un post distinto, creado especialmente para aquellas personas que llegaron (o volvieron a mi vida) a hacerla un poco mejor, también para aquellas que nunca se fueron y sobre todo, para aquellas que me enseñaron una forma distinta de amar, no necesariamente igual a la mía, en ese cocktail de emociones distintas y precisas que hacen esta vida maravillosa e impredecible.

Hoy por la tarde, mientras nadábamos en aquella piscina olímpica para nosotros solos, te miré a los ojos y te dije que esta era la etapa más linda de mi vida en muchos sentidos. No tiene sentido entrar en detalles porque la envidia tiene el sueño corto, pero sí debo reafirmarme en que eso que te dije es verdad.

Esta etapa es maravillosa, imperfecta y feliz, precisamente porque es como es: porque me tengo a mí mismo más que nunca antes, lo es porque estás en mi vida, lo es porque tengo tu abrazo al terminar el día y tu "buenos días" a la mañana siguiente, porque despertar a tu lado y ver tu cara me hace sentir un hombre bendito y que alguien allá arriba, como quieran llamarlo, te envió para cuidarme; a tu extraña manera, sí, pero a cuidarme al fin y al cabo.

Por otro lado, es la etapa ideal porque arriba y debajo de un escenario he aprendido a aceptar mi vulnerabilidad y amarla porque es precisamente lo que me hace humano. Y aunque convertirme en Otter me permita escapar un momento de mí mismo, siempre estará Alvaro esperando al terminar el show y siempre estarán esas caritas que me acompañan en el corazón, aquellos que son mis héroes porque brillan más que cualquier reflector que he conocido en mi vida: mi excéntrica familia, esos vínculos que nadie me regaló y que me he sabido ganar a pulso. Una familia rara e inusual si quieren, pero la más maravillosa del mundo tal y como es.

Puede que no lleven mi sangre, puede que ni siquiera se parezcan físicamente a mí, pero cada día me demuestran más amor del que nunca pensé recibir. Por eso esta carta es para decirles gracias, para confesarles que no me alcanzarían los conciertos y las canciones para devolverles todo ese amor que me han dado sin condiciones, incluso en los momentos en que yo mismo no me soporto.

También me toca decir a aquellos que se fueron y nunca pude decirles adiós que, donde quiera que estén, espero que la vida les esté sonriendo, pues al final nuestros libros no necesariamente se escribieron para descansar en el mismo estante. Por si nunca los vuelvo a ver, he de regalarles este consejo: No se carguen malos karmas gratis, siempre será su inversión menos rentable.

Finalmente, lo hermoso de esta felicidad es que no será para siempre, pero como diría Alejandra Vogue: "Si igual nos va a llevar a todos la fregada, mejor que nos encuentre riendo, mis vidas". Buenas noches, criaturitas, nos vemos todos en el infierno. 





miércoles, 13 de febrero de 2019

Un león dormido



En noches como esta es más fácil escribirte una carta así: No por su dureza, sino porque cada línea me duele más a mí que a ti.

No hay un comienzo apropiado para esta carta, como no lo hubo para nuestra historia.

Su respiración a mi lado junto a la brisa del mar con Hyperballad de Bjork de fondo me regalan una paz que necesitaba hace muchísimos años, una paz que no sé si merezca, una paz que yo mismo no me creo, una paz que siento que durará muy poco, una paz que agradezco a Dios o a la deidad que cada quien tenga grabada en el subconsciente, una paz que he sabido conseguir a pulso metiendo más de un corazón débil en la licuadora Oster para beberlo como los jugos de fruta que papá Víctor me lleva por la mañana hasta mi cama.

Hoy no estás, puedo decir con exactitud que no te extraño y que esta tregua tan cálida, como su cabeza en mi pecho, se acabará con previo aviso. "Tu batalla aún está pendiente, Alvaro, por supuesto que te tocará librarla solo, no dudes que la vas a ganar", me dice mi amor bajo cero antes de abrazarme y dormirse otra vez escondiendo su cabeza en mis brazos. En noches así, no estoy tan seguro de que tenga razón. 

La diferencia entre tú y yo, primer amor, es que he crecido aprendiendo y digiriendo cada estrategia bélica conocida, listo para la guerra con misiles a distancia, tan certeros como letales, uno tras otro, cada uno con tu nombre grabado en una batalla campal sin tiempo para preguntas. Al final del impacto te juro que preguntarás en qué momento el alumno superó a sus maestros, tú incluída.

Lo que algunos estúpidamente llamarán una traición necesaria es para mí el final más justo. No te confundas, amor mío, no es personal: Tú y yo tenemos un asunto pendiente y lo vamos a saldar como los samurais, como las series de Netflix, como Kill Bill, como Harry Potter, como las batallas épicas que uno disfruta en el cine con palomitas y jarabe azucarado gaseoso con agua carbonatada a la vena.

En esta guerra sin cuartel no existe la humanidad, la piedad, el perdón o los finales con reconciliaciones lacrimógenas que nos vendió Hollywood. Aquí solo existe la victoria de uno de los dos y ten por seguro que la mía es la única opción para seguir viviendo.

Vuelvo al inicio, amor y origen, no es nada personal, hace mucho que no es nada personal, es solo el ajuste de cuentas más perfecto concebido por una mente humana, hago énfasis en la palabra mente porque el corazón no tiene el más puto derecho a opinar.

Mientras ese día llega, bebamos y comamos en paz, sigamos oyendo cómo nos mientes y sigamos fingiendo que te creo, al fin y al cabo seré yo quien alce la copa de vino tinto y diga ese sonoro salud al final. Lejos de todos, claro está, pero al fin en paz.

Y aunque esta última lucha de fuerzas tan iguales y a la vez tan distintas se lleve una mitad de mí, la parte de Álvaro que sobreviva (si sobrevive) será todo lo que necesite, ni menos ni más.

Gracias por ser mi mejor ejemplo, por ser la lista exacta de todo lo que no quiero ser en mi vida, por ser mi debilidad en un mundo donde el 99% no conoce la suya y nunca aprendió como hacerle frente por falta de tiempo para verse al espejo.

Antes de despedirme, te confieso que aún te me apareces en sueños, no sé si es mi subconsciente haciendo su trabajo o una premonición exacta, pero tu final es tan patético como real. Cada vez que te sueño, aún es necesario un par de vasos con agua para volver a ser yo del todo.

A quien lea esto sin entenderlo por completo, antes de volver a ver dormir junto a quien hoy me acompaña en esta burbuja de paz extraña, va mi más sincero consejo, estimado lector/a: Identifica la debilidad de tu corazón, no huyas a ella y hazle frente con cada célula de tu cuerpo. Una vez identificada, ve y despedázala, que no quede nada de ella. Si esa debilidad tuya tiene mente pensante y cabeza, vuelve tu mente más rápida y arranca su cabeza con la herramienta más afilada que la vida te haya dado. El resultado será un corazón perfecto, un final feliz y una calma que te acompañará hasta el último día de tu vida. 

Un león dormido no baja la guardia y, aunque la música de la selva de noche lo acompañe en su sueño reparador, siempre está listo para arrancarte la cabeza o mutilarte sin previo aviso. Hasta entonces, mi amor, hasta entonces.

lunes, 30 de julio de 2018

La leyenda de la Casa Embrujada de Santa Martina



Esta será la primera y única vez que hable al respecto DESDE MI TESTIMONIO PERSONAL: La leyenda de la casa abandonada justo abajo de la mía es milenaria, épica, ha pasado de generación en generación y se sigue pasando. No es un creepy pasta, no es un mito, no es un chisme de barrio, tampoco es un engaña muchachos, es un testimonio 100% propio. 

Repito, ESTA ES MI ABSOLUTA OPINIÓN PERSONAL, la cual no constituye delito alguno y que puede además diferir de la opinión de los dueños actuales, pasados o futuros de la propiedad y sus sentimientos subjetivos por dicha casa, que fue la mía los doce primeros años de mi vida, por lo cual considero tengo cierta autoridad para hablar al respecto.

La casa de abajo está embrujada, hechizada, MALDITA, o como quieran llamarlo. En ella habitan dos o tres almas que mueven objetos, caminan, se manifiestan a través de voces, movimientos, luces que se encienden o apagan por sí solas, cambios bruscos de temperatura, etc.

Sé que son dos o tres espíritus porque sus conductas son distintas, sus personalidades son diferentes y sus formas de manifestarse, así como la intensidad de los eventos paranormales que generan, son igual de irregulares.

A pocos meses de fallecer mi abuela, todos los animales se murieron automáticamente días después, pese a ser correctamente alimentados y cuidados por los mejores veterinarios, las plantas aparecían arrancadas o cortadas con el modo rudimentario de quien lo hace con las manos. Las sillas se movían, los muebles se movían, las mesas se movían y, por supuesto, las luces se apagaban. Sin contar los pasos entre piso y piso, algunas veces suaves y otras, violentos.

No los culpo, a lo mejor estos habitantes de la casa embrujada de Santa Martina no saben que ya no pertenecen a nuestro mundo y continúan realizando sus acciones cotidianas como si todavía estuvieran vivos, es un país libre y se respeta el libre albedrío de los vivos y los muertos, aún cuando tengamos que convivir ambos en la misma casa.

Los sonidos son tema aparte: voces, gemidos, el ruido que hace una persona al esfixiarse, etc. Todo por lo general de noche después de las 7 PM.

Las sombras antropomorfas en las vitrinas de la sala que daba al jardín eran por demás escalofriantes para el entonces niño que yo era, sin contar los golpes a los vidrios, objetos lanzados a las ventanas, puertas abriéndose y cerrándose con violencia por sí solas, entre otros episodios a los que, en algún momento, me terminé acostumbrando.

Ya que no vivo más en esta casa, no me consta que estos habitantes hasta cierto punto pacíficos (pero no por eso menos aterradores) sigan allí: a lo mejor algún propietario posterior trajo un sacerdote para ahuyentarlos o simplemente se fueron conmigo y Papá Víctor a la casa embrujada de Magdalena (que será materia de otro post). 

Sospecho que aún siguen ahí, pues he sorprendido a mi gata Uma Thurman tensa mirando hacia la casa de abajo y merodeando los muros con especial miedo, así como erizada y maullándole a lo que queda de la planta baja del jardín, donde antes teníamos un árbol de plátano que atraía murciélagos...un paraíso digno de Edgar Allan Poe resultó la casita. 

La semana pasada, la agente de bienes raíces que intenta poner la casa a la venta, hasta ahora sin éxito, intentó acercarse a mi vecina chismosa, la que todo lo ve desde su ventana, para preguntarle por qué consideraba que era tan difícil vender esa propiedad, la respuesta de la vigilante omnisciente ad honorem del barrio fue tajante y breve:

- Por las puras es, está maldita, VÁYASE.

Por razones sin importancia, nunca regresé más de adulto a la casa de abajo, hasta que un día hace un par de años me pidieron ver como algunas tuberías rotas estaban humedeciendo las paredes, por lo cual me vi forzado a volver por poco menos de cinco minutos.

Todo seguía ahí: su escalera por la que oía subir y bajar incorpóreas presencias, su vitrina que proyectaba sombras que te helaban la sangre, sus ventanas por las que nos lanzaban objetos improbablemente pesados o restos de animales recientemente mutilados, entre otros regalos poco agradables.

Finalmente, mientras descartábamos que la falla en la casa tuviera algo que ver con al propiedad donde vivo actualmente, podría jurar, que en estas manchas de agua en una de las paredes húmedas ya deterioradas, se dibujaba la siguiente frase en una caligrafía difícil de descifrar, como si un niño la estuviera escribiendo con témperas:

“SEGUIMOS AQUÍ, TE ESTAMOS MIRANDO”.

FIN

lunes, 16 de julio de 2018

El ascensor



Anoche soñé que tú y yo estábamos frente a una cabina de radio de nombre familiar para el común de la gente, fingiendo ser dos desconocidos, listos para volver a conversar después de más de diez años.

Estabas haciendo tu mejor esfuerzo por lucir entera, por tener dominio de la situación, pero todo se te empezó a salir de las manos cuando notaste que yo hace mucho ya me había salido de tus manos. 

No me den un micrófono, no me dejen ser yo, podría no tener freno alguno y eso sería brutal para una realidad en dónde está más valorado lo que quieres escuchar antes que lo que debes escuchar.

En el Aikido, arte marcial creado en Japón, los practicantes aprenden a utilizar la fuerza de su agresor y su energía para derrotarlo. El mismo principio funciona en una mesa con dos personas frente a frente a prudencial distancia, sin perder la sonrisa, sin dejar la cortesía, sin perder jamás la elegancia aunque dispares a matar. "Vamos a una pausa, por favor corten".

Pediste salir un momento por un café como la excusa perfecta para abandonar la grabación, intentando contenerte aún, escondiendo tu corazón hecho pedazos. Nunca fuiste buena para eso, nunca.

Yo esperaba el segundo bloque, por supuesto, con el blazer sin desacomodarse un milímetro, brindando con mi café excesivamente cargado hacia dos amigos que miraban todo del otro lado de la cabina, en un circo romano 3.0 del que me arrepentiré siempre. 

Luego de seis vasos con agua, le dijiste a tu productor que no querías volver allá adentro, que no podías mirarme a la cara, que no podías mantenerme los ojos arriba un segundo más, que por favor te llevaran al tópico. La grabación no iba a tener un segundo bloque y yo lo sabía.

Me dijeron que gracias por mi tiempo y que la locutora se sentía indispuesta y había sido trasladada a emergencias por algo parecido a una crisis de asma, por decirlo así.

En esta realidad paralela, solamente atiné a decir con un tono forzado al propósito un sonoro "ay qué lástima" y a abordar mi taxi de regreso a casa. Vaya invitado resulté, vaya animal. 

Uno de mis amigos caminó abrazándome todo el camino hacia el ascensor, no me soltaba y tampoco me miraba, pues entendía mejor que todos allí lo que estaba pasando. Intentaba respirar en el ascensor que bajaba rápidamente hacia el estacionamiento, pero me costaba trabajo.

"A mí no me engañas, nutria, ve a dormir y no pienses más, te llamo mañana por la mañana", me diste un último abrazo y me empujaste hacia el taxi con la sonrisa pesada de quien sabe exactamente qué sucede dentro de tu corazón. Ningún knock out es sencillo. Cuando ganes en un ring, debes saber que te llevarás tus golpes también y que algunos podrían comprometer órganos vitales.

Mi taxi se pierde en la noche, me coloco los audífonos y dejo que Cecilia Krull haga su trabajo con el tema principal de La Casa de Papel. Al menos por esta noche, todo terminó con una victoria que me dejaba la boca amarga con el café y todo, absolutamente todo, menos satisfacción. "I don't care at all...I'm lost".

martes, 14 de noviembre de 2017

La visita



"La muerte está tan segura de su victoria que nos concede una vida de ventaja".
Anónimo


El vértigo al máximo nivel, tras haber experimentado descargas de adrenalina tan altos como, por ejemplo, durante una caída libre, deja huellas en tu subconsciente. Lo mismo sucede con la cercanía a la muerte. Poco o nada sabemos de ella, muchos le temen, otros solo buscan evadirla en sus cafés diarios, tal vez retardarla o comprenderla cuando la sienten respirando sus nucas. Hoy les voy a contar mi curiosa conexión con ella. 

Estuvimos cara a cara en más de una ocasión en circunstancias que, hoy por hoy, no vienen al caso. Pero en noches como esta, en la que se me aparece para recordarme su existencia tan real como la vida, vale la pena contar lo que me produce. 

En ese sueño me traslado a ese momento de colapso de todo a mi alrededor, en donde mi cerebro tendrá que procesar la soledad absoluta y el cambio más radical de mi vida producto del ciclo natural; pero no hay temor frente a eso, solo un recordatorio de que debo seguir agradecido a la vida por un día más, por mi realidad actual, por esta paz que conquisté con más esfuerzo del que la mayoría piensa. 

La muerte te sorprende y a veces no, avisa y a veces no, se te aparece y se sienta a conversar contigo de vez en cuando, puede incluso reírse de ti y abofetearte si llegas a sentirte intocable, pero siempre te hará saber que te espera al final o te toca dejando una cicatriz en alguna parte cerca de pecho. En mi caso, ese queloide casi invisible se ha vuelto a activar hoy a las 4 am. 

No es casualidad la hora, pues se calcula que es la hora en que nací y la hora en que grandes sucesos en mi vida se han dado. Debo admitir que verla no me es grato y aún me eriza la piel al sentir su peso al sentarse sobre mi cama. 

La muerte entra por mi puerta para recordarme que tenemos una deuda pendiente, que no somos amigos (no es amiga de nadie) y que me ha hecho más de un favor por mi terca decisión de aferrarme a la vida. Me mira aún sin entenderme, su rostro es deforme y desencajado. Tengan cuidado con verla demasiado tiempo de frente, eso es algo que solo los valientes podemos hacer y que podría cortarte la respiración si no sabes manejar una conversación con ella. 

No trates de ser irónico ni pasarte de listo con ella, recuerda que este sabio personaje representado en todas las culturas siempre sabrá más que tú, eres una intrascendente estadística en la pizarrita que siempre lleva consigo. 

La muerte no es maleducada, pues a veces toca la puerta antes de entrar. No intentes fingir que no la escuchaste, porque entonces su actitud hacia ti cambiará y se tornará cortante e incluso hostil, solo deja tu puerta abierta o invítala a pasar, recuerda que está de visita y no se trata mal a las visitas. 

Su rostro toma mil formas, aunque sólo revela su verdadero aspecto de madrugada, allí donde la luz no la golpee. Por nuestros cuatro o cinco encuentros, puedo asegurar que he visto su rostro un par de ocasiones: algo desencajado, burlón, ojos cansados, pero con la osadía e insolencia de quien lo sabe todo. 

La muerte lleva prisa, por esos sus visitas son cortas. Le cuento que mi sistema respiratorio anda bien y ella responde que he tenido antepasados con pulmones tercos, que le sorprende cuánto he crecido y me toma la mano por primera vez en todas sus visitas. Fría como el hielo, tan fría que te eriza los bellos por completo. 

Hago mi mejor esfuerzo por llevar aire a mis pulmones, ella lo sabe y por eso me suelta, me dice que espera no haber sido descortés, que tengo una casa bonita y bien decorada. Le agradezco el cumplido preguntando qué le gusta más, ella responde que mi mesa de snacks: si pudiera comer, arrasaría con mis bandejas de pistachos y mi vino no tan barato. 

La muerte mira todo mi cuarto de forma nostálgica, como si hubiera sido joven alguna vez. Se para y me toca la mejilla para despedirse, bajo cero o incluso más. Me dice que es hora de irse porque tiene asuntos que tratar y cuentas que saldar, me pide perdón por haberme despertado tan temprano y se va por mi puerta. 

Como acto reflejo, me paro y la sigo para hacerle dos o tres preguntas, pero entonces ya no está y mi sala luce tranquila, sola y acogedora como siempre, de no ser por mi gata obesa que, erizada y con los pelos de punta, ha visto a la muerte entrar con tanta claridad como yo. 

Los animales son especialmente perceptivos para eso, le digo a Uma que se calme y le sirvo algo de comer. Mientras esa sensación de pesar abandona mi pecho, busco algo de agua para recordarme a mí mismo que aún no es el momento y que estoy vivo. Solo por si acaso, golpeo mi mano flojamente contra una pared: duele. Ok, todo está en orden. Buenas noches.

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De la selva, su Nutria

La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora. M...