lunes, 16 de julio de 2018

El ascensor



Anoche soñé que tú y yo estábamos frente a una cabina de radio de nombre familiar para el común de la gente, fingiendo ser dos desconocidos, listos para volver a conversar después de más de diez años.

Estabas haciendo tu mejor esfuerzo por lucir entera, por tener dominio de la situación, pero todo se te empezó a salir de las manos cuando notaste que yo hace mucho ya me había salido de tus manos. 

No me den un micrófono, no me dejen ser yo, podría no tener freno alguno y eso sería brutal para una realidad en dónde está más valorado lo que quieres escuchar antes que lo que debes escuchar.

En el Aikido, arte marcial creado en Japón, los practicantes aprenden a utilizar la fuerza de su agresor y su energía para derrotarlo. El mismo principio funciona en una mesa con dos personas frente a frente a prudencial distancia, sin perder la sonrisa, sin dejar la cortesía, sin perder jamás la elegancia aunque dispares a matar. "Vamos a una pausa, por favor corten".

Pediste salir un momento por un café como la excusa perfecta para abandonar la grabación, intentando contenerte aún, escondiendo tu corazón hecho pedazos. Nunca fuiste buena para eso, nunca.

Yo esperaba el segundo bloque, por supuesto, con el blazer sin desacomodarse un milímetro, brindando con mi café excesivamente cargado hacia dos amigos que miraban todo del otro lado de la cabina, en un circo romano 3.0 del que me arrepentiré siempre. 

Luego de seis vasos con agua, le dijiste a tu productor que no querías volver allá adentro, que no podías mirarme a la cara, que no podías mantenerme los ojos arriba un segundo más, que por favor te llevaran al tópico. La grabación no iba a tener un segundo bloque y yo lo sabía.

Me dijeron que gracias por mi tiempo y que la locutora se sentía indispuesta y había sido trasladada a emergencias por algo parecido a una crisis de asma, por decirlo así.

En esta realidad paralela, solamente atiné a decir con un tono forzado al propósito un sonoro "ay qué lástima" y a abordar mi taxi de regreso a casa. Vaya invitado resulté, vaya animal. 

Uno de mis amigos caminó abrazándome todo el camino hacia el ascensor, no me soltaba y tampoco me miraba, pues entendía mejor que todos allí lo que estaba pasando. Intentaba respirar en el ascensor que bajaba rápidamente hacia el estacionamiento, pero me costaba trabajo.

"A mí no me engañas, nutria, ve a dormir y no pienses más, te llamo mañana por la mañana", me diste un último abrazo y me empujaste hacia el taxi con la sonrisa pesada de quien sabe exactamente qué sucede dentro de tu corazón. Ningún knock out es sencillo. Cuando ganes en un ring, debes saber que te llevarás tus golpes también y que algunos podrían comprometer órganos vitales.

Mi taxi se pierde en la noche, me coloco los audífonos y dejo que Cecilia Krull haga su trabajo con el tema principal de La Casa de Papel. Al menos por esta noche, todo terminó con una victoria que me dejaba la boca amarga con el café y todo, absolutamente todo, menos satisfacción. "I don't care at all...I'm lost".

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No eres tú, son ellos.

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