viernes, 26 de febrero de 2016

NN



“Catalepsia.- (Del lat. catalepsis) Enfermedad nerviosa caracterizada por una pérdida de la movilidad voluntaria y rigidez plástica de los músculos. El estado cataléptico puede aparecer como síntoma de la epilepsia, narcolepsia o esquizofrenia y, en ocasiones, en el trastorno de conversión, una forma de trastorno mental. Aunque las funciones circulatorias, respiratorias y digestivas continúan, pueden disminuir hasta hacerse totalmente imperceptibles. En estos casos, la catalepsia se parece médicamente a la muerte.”


Yo no estoy muerta. No, no lo estoy. Puedo parecerlo tal vez, pero no lo estoy. Mis labios han de estar ahora  resecos y morados; mi rostro, pálido e inexpresivo; mis ojos abiertos hacia la nada, pero yo no estoy muerta. Una horrible señora me ve con una falsa lástima y comienza a gritar escandalosamente alrededor de mí. Cállese, deje de gritar, me altera. Sé que no puedo moverme para decírselo, pero en verdad me altera. Si tan solo pudiera abrir la boca, la pondría en su lugar. Una mosca da vueltas por mi mejilla derecha, sin provocarme siquiera cosquillas. Vete, pequeña, vete. Mi cuerpo no responde, maldita sea. 

No es la primera vez que algo así me ocurre, ya de muy niña papá y mamá sabían de mi enfermedad y, si bien sufrían en silencio, supimos superarlo, inclusive hasta el día en que, creyéndome curada, estuve lista para viajar a estudiar al extranjero. Nunca me gustó ser una carga para mis papis, los amo y quiero que estén orgullosos de su única hija, por lo que puse todo de mí en las terapias y luego en los estudios para postular a una beca en el extranjero. 

Tomó seis años detener las recaídas conté cada día hasta que lo logré, o al menos creía haberlo logrado. Pese a mis constantes “horas perdidas”, conseguí mi tan soñada beca estudiantil y desde entonces he vivido sola en esa Alemania que vivía recortando en fotos. Pero nunca pensé que aquí, en plena hanseática y universitaria ciudad de Luneburgo, en una de sus calles que tanto amaba, a mitad de parque, en una tranquila tarde de verano, la pesadilla volviera sin avisar.

¿Cuándo parará de gritar la vieja esta? Me está perforando los oídos porque no estoy muerta, puedo oír perfectamente. Más chismosos se arremolinan todos mirándome desde arriba como un animalito de circo. Como una de esas mujeres barbudas o enanos que todos ven con cierto morbo, solo que en este caso nadie pagó entrada. Uno de ellos, que parece ser médico, o estudiante, me ausculta con una linterna apuntándome directamente a los ojos. Nada. 

El jovencito no me ve con humanidad o siquiera lástima, puedo darme cuenta de que me mira como a una rata de laboratorio a la que sería interesante diseccionar. El fiscal no demora en llegar y baja de su auto dando orden de que me levanten y me lleven a la morgue. Han revisado toda mi ropa en busca de algún documento o manchas de sangre, sabía que debí sacar mis papeles o aunque fuera mi billetera. Pero no, tonta, tuviste que salir a trotar sin nada que te identifique, ni siquiera la plaquita con tu nombre y tus datos que te regaló tu primer enamoradito cuando apenas tenías cinco años, vaya regalo para original y que no sabía si me hizo sentir amada o al nivel de su Schnauzer.

Recuerdo que el primer ataque lo tuve frente a él, aún recuerdo sus gritos y el miedo en su rostro. Era mi primer beso. Me desvanecí y con mi rostro inexpresivo hacia el cielo perdí toda noción del tiempo y del espacio. Luego de sacudirme y darse cuenta de que no estaba jugando a los encantados, creyó que me había matado con un beso. Sin parar de llorar y de echarse la culpa, salió corriendo y yo me recuperé al cabo de cinco minutos. Nunca lo volví a ver y desde entonces supe que era diferente. 

Me han colocado sobre una fría camilla. Puedo sentir el frío del metal en mis brazos, esa vieja gritona me quitó el buzo para tratar de dar con alguna identificación. Por ello, mis brazos desnudos sienten el metal. El fiscal no sale de su asombro y reprende al policía gritándole lo inepto que es. Las camillas son para los enfermos, a mí me espera la bolsa negra. Me colocan con cuidado en el inmenso costal de plástico negro, mientras suben el cierre hermético , antes de sumirme en total oscuridad, veo el rostro hipócrita de esa vieja horrible que dice lo hermosa que soy y lo mucho que se parecía a mí cuando era joven. 

Recuerdo haber visto ese tipo de bolsas antes en las películas de terror. Y estar aquí dentro me resulta totalmente espantoso, tan o más que las películas que solía ver muy tarde por la noche sola en medio de la sala, cuando papá y mamá dormían en el segundo piso. Se que aún no me han enterrado, pero estar en esta bolsa es casi lo mismo. No podría decir que me ahogo, porque mis pulmones tampoco responden, ni mi pulso, ni mucho menos mi corazón. 

Es gracioso si se ponen a pensar, soy como una computadora que suele a veces colgarse sin previo aviso ni fallo. El vehículo se detiene, y siento como me arrastran hacia fuera de la camioneta. Ahora me siento flotar, pues al parecer me llevan dos forenses que parecen muy entretenidos conversando acerca del partido de fútbol de la noche: Stuttgart vs. Hannover 96, ya cállense por el amor de Darwin. 

Tengo miedo, porque tal vez no vaya a enterarme de los resultados del partido, ni de ningún otro. Las puertas se han abierto de par en par y empiezan a llevarme con más velocidad, asumo que a lo largo de un pasillo ya que no hay  vueltas ni giros. De repente me siento caer y mi cabeza toca violentamente el suelo. Uno de los policías me ha soltado sin cuidado alguno. El otro ríe y le oigo servirse un vaso con agua desde un bidón. Él le apuesta a Stuttgart y habla de mí como si fuera un mueble. Espero que gane Hannover y tú pierdas tu apuesta, hijo de puta. 

¿Me veré muy linda como experimento en alguna universidad? Vuelve a alzarme entre risas y una animada conversación. Se han detenido y ahora abren el cierre, dejan entrar una luz blanca que impacta contra mis ojos. Una de mis pupilas consigue reaccionar, pero a ambos cavernícolas no les importa más que acabar el trabajo e irse. Me sacan de la bolsa negra mientras calculan mi edad entre risas y me insultan al ponerme veinticuatro. Malnacidos. 

Ahora me desnudan lentamente lamentándose por la gran pérdida que el género masculino acaba de tener. Habría tomado a bien los piropos primitivos de esos obesos forenses probablemente vírgenes debido a su acné por toda la cara, de no ser por los ojos enfermizos con los que me miraban: como una muñeca inflable, como un juguete, como un pedazo de plástico inerte. Puede que inerte, pero jamás de plástico, esto se pone irónico. Pero claro, las chicas lindas como yo, allá en el mundo de los vivos del que aún me siento parte, somos a veces vistas como juguetes. 

Me colocaron sobre una mesa de metal, me cubrieron toda con una sábana blanca y se dispusieron a irse. “Ah, me olvidaba, tu cinta”, indicaba uno de ellos para regresar, colocarme el distintivo y bautizarme con mi nuevo nombre: N.N.

Al cabo de unos días (tres, cuatro, mil quinientos, no lo sé) entra un médico forense con sus enormes lentes de anchos bordes negros. Su bata blanca ensangrentada me recuerda mucho a las películas de terror, lo cual me pone totalmente nerviosa. El carnicero no se molesta en limpiar ni desinfectar el bisturí. Antes de abrirme se queda mirándome el rostro con la primera mirada de lástima sincera que he visto en toda la tarde. Estoy más que aterrada y hago un esfuerzo sobrehumano por moverme, pero tan sólo muevo un milímetro mi tieso dedo índice. Es inútil, pues el médico no se ha dado cuenta. Si voy a morir así, que el cosmos se apiade de mí y que apague mi cerebro de una buena vez para no sentir todo el horror que siento ahora. Despierta, despierta, despierta. Despierta, Anna, despierta.

Demasiado tarde, ahora habla por su celular mientras deja el bisturí a un lado y saca un taladro con cuchillas pequeñas. Una lágrima comienza a caer por mis sienes hasta morir en la fría mesa de metal. El cegatón bastardo ha terminado de decirle a su mujer que volverá tarde, probablemente por irse a embriagar al Barossa hasta la madrugada. Un cuerpo más, acabemos rápido con esto y vamos a beber. Yo no tendría problemas en que postergara su tarea hasta mañana. Despierta, despierta, despierta. Despierta, Anna, despierta.

Intento mover mis párpados, pero él no se percata de nada y sus cuchillas se acercan directamente al espacio que hay entre mis dos ojos. Desciende lentamente. Si existes, Dios, si alguna vez exististe, si toda la mierda que me dijeron de ti en la facultad es falsa, mira hacia aquí, por favor. Apiádate de esta creación tuya que no pidió nacer con este problema de frizeo involuntario.

Siempre pensé que mi última hora sería más rápida, menos placentera tal vez, da igual, pero más rápida. Luego que sería despedida con una canción bonita y flores, pero no así. La cosa esa con aspecto de sierra se acerca a mi frente. Despierta, despierta, despierta. Despierta, Anna, despierta.

Mi primer baile en la primaria que hizo llorar de alegría a mi abuela, mi primer beso arruinado, la obra de teatro en la preparatoria que me hizo recuperar la seguridad en mí misma, los aplausos, mi fiesta sorpresa cuando logré ser admitida en la Leibniz FH. Mamá, papá, hermano Aldair, a donde quiera que hayas ido luego de no nacer nunca, los amo, no olviden que los amo.     
                                                              

En la sala de autopsias, el médico forense está a punto de abrir la cabeza de la dulce joven no identificada. Lleva más de diez años en esta triste rutina y debía esclarecer la causa de muerte antes de que la Venus anónima fuera a parar a algún laboratorio de galenos aprendices la Escuela de Medicina de Hannover. Unos milímetros antes del contacto, la mano firme de la joven detiene el brazo del médico en menos de un segundo. El taladro sale disparado unos metros y cae al suelo chisporroteando por el impacto.

martes, 23 de febrero de 2016

"220" (Lima - 2009)



“La mentira es un triste sustituto de la verdad, pero es el único que se ha descubierto hasta ahora.”

- Elbert Hubbart -


Távata ha vuelto a llegar tarde. Abre sigilosamente la puerta y se quita los zapatos para no hacer ruido, sabe que mamá no perdonará otra tardanza más. Távata Milagros, ¿dónde diablos te metiste hasta esta hora? Mamá enciende la luz con un rostro de desconcierto. Habrá que inventar una nueva excusa, al menos alguna creíble esta vez. 

Mami no puede alterarse, pues la presión podría jugarle una mala pasada mandándola al hospital otra vez y dejándote con la culpa eterna. El casino, mamá, me han vuelto a contratar en el casino y hasta me han pagado por adelantado. Toma, ya no tendremos que pasar ningún apuro. Doscientos cincuenta dólares en una noche no son una cifra nada despreciable, pero a su vez improbable, la intuición maternal es infalible. Bebé, ¿me vas a decir que has ganado todo esto en el casino?, pensé que el dinero de la farmacia alcanzaba. 


Távata respira hondo, el enorme signo de interrogación en el rostro de su madre la hace sentir más miserable de lo que era hasta ese momento. No, reina, no puedes decirle a mamá que eres la dama de compañía más solicitada de “La Botadera”, que hoy no recibiste muchos clientes y que los ingresos de la miserable librería “Tavy” no alcanzan para un carajo. Mami, vuélvete a dormir, te digo que he vuelto al casino y que ahora podré apoyar más en casa. Te llevaré a tu cuarto antes de que despiertes a papá. 


¡Amor, a desayunar!, Braulio abre los ojos a un nuevo día maldiciéndolo y tirando la toalla antes de iniciarlo. Otra vez esa gorda y vieja mujer que llevas por esposa te grita para servirte un insípido quáker con aspecto de goma David y un café Kirma recargado que deberás beberte si quieres estar bien despierto en la oficina. De nuevo tendrás que tragarte los mil y un secretos de la veinteañera cuya confianza nunca mereciste. Una vez más la mesa de aquella casita de San Juan de Miraflores lucirá silente y austera como un funeral con tres invitados velándose a sí mismos con café oloroso, Dorina, pan francés, tazas mal lavadas y un “Comoestasyomuybien” que se perderá en el viento un par de veces. Juguemos a ser una familia, peleemos, discutamos en la mesa, aunque sea eso pues, no jodan.


Braulio sube al bus con la dejadez y apatía de quien no es esperado a donde va. Su altura, de la que siempre se sintió orgulloso, solo tortura su columna ahora que debe emular la faena de un contorsionista para mantenerse de pie en aquel horno miniatura con ruedas bajo el sol que, desde allá afuera, se ensaña con él y todos los peruanos incansables de a pie, de a bus. Dos horas bastan para arruinar el esfuerzo de este padre de familia por lucir pulcro bajo la camisa, el pantalón y el pelo engominado, convirtiéndolo en una sopa de sudor con la vida encima. Alguien máteme, o al menos arranque antes de que termine de bajarme. 


Lucir la mejor cara frente a un mostrador y decirle a la gente que sanará con tal o cual pastilla ha sido su rutina por más de veinticinco años. Toda una vida dando la mejor receta para la tos, la fiebre, los cólicos menstruales, las infecciones y los dolores de todo Jesús María. ¿Y tu mediocridad, Braulio?, suspéndase la medicación, me casé. 


Távata fue el ángelito de boquita de corazón y mirada penetrante que llegó a la vida de aquel boticario de 39 años (hoy a puertas de los sesenta) cuya última decisión propia fue el matrimonio. Dicen por ahí que algunos matrimonios terminan bien y otros duran toda la vida, pues Braulio se sentía en prisión sufriendo la atadura de las esposas, en ambas acepciones del término. Vieja, ¿lo hacemos?. No sé, ¿tú quieres?, me da igual ¿y a ti?. 


Aunque los diez primeros años con la niña de sus ojos fueron perfectos, Braulio nunca supo en que momento esta ley de trabajar para que nada les falte se le fue de las manos, en qué momento regresó a casa un viernes por la noche para encontrar a su princesa convertida en una indiferente mujer y a su mujer convertida en un elefante alérgico al sexo. 


En algún momento del camino, las conversaciones en la mesa fueron sustituídas por la radio, el televisor, sus noticias (una más deprimente que la otra) y los programas de cocina con esas señoras muy pudientes ellas preparando platillos impronunciables en mesas relucientes, todo ello como antesala a María Mercedes y sus dos sucesoras, .


Don Nemesio, el asistente de ventas de la botica, es lo suficientemente viejo para conocer las vicisitudes de un hombre con un matrimonio en desgracia. Aquí no hay mucha vuelta que darle Braulio, hay que irse de putas, una canita al aire es lo que tú necesitas para tu fregao matrimonio.


Braulio no sabe qué decir en esta décimo cuarta vez en que recibe el libertino consejo, nunca le fue infiel a Bertha. Ojos que no ven, corazón que no siente, muchachito. Un salto por “La Botadera” y saldrás tan alegre que hasta tu mujer se contagiará de tus ánimos. Quien sabe, a tus casi sesenta podrías aprender algo nuevo para llevarlo a casa y alegrar a tu señora. No hay pierde, carambas. Nemesio ha puesto la dirección en tu billetera, la posibilidad de un desahogo a 25 soles mínimo. Braulio pronuncia la frase “viejo verde” para sí mismo, pero comienza a pensar que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Malditos refranes, siempre tienen que tener la razón y sonar tan bien.


La habitación 220 es la más decente de toda “La Botadera”: una cama amplia casi sin hoyos en el colchón, un desodorante ambiental a medio usar que ya quisieran tener otros cuartos y algunos espejos improvisados en tres de las cuatro paredes junto al del techo que amenaza con caerse. Angie recibirá a los amantes de ocasión en esta sweet lumpen, aunque se repite cada viernes que ha decidido retirarse para ganarse el pan de otras maneras, por lo que el proxeneta le asignó algo mejor para la faena de despedida. Vamos, una última vez, mi amor, gime como nunca en tu vida, de ahí comienzas a estudiar en algún instituto de la Arequipa y fin de la historia.


Doña Bertha despierta a solas sudando frío y con una punzada asesina en la cabeza. Busca desesperadamente el celular y llama a Braulio. Apagado. Távata tiene que responderme. Deje su mensaje en la casilla de voz. La mujer ha pegado un grito que se oyó en todo el vecindario, por lo que los vecinos ya llegan en su ayuda, doña, más por curiosidad que por humanidad. Habrá que llamar una ambulancia, a Don Braulio y a la niña Tavy también.


A la medianoche, Angie se dispone a recibir al último cliente. Abre la puerta y la sangre desaparece de su rostro: papá Braulio yace tímido en la puerta sin dar crédito a lo que ven sus ojos. El infinito silencio y las miles de preguntas por hacerse mutuamente son cortados por un barullo infernal. No te muevas, quedas detenido, viejo arrecho. Mamita, ponte un polo en la cabeza o serás famosa. El operativo policial contra la prostitución clandestina en el distrito ha sido un éxito, “La Botadera” será clausurada y sus parroquianos irán a prisión, pues hay menores de edad en el negocio. Afuera del local, las cámaras y los hombres de prensa aguardan hambrientos de imágenes que abran la edición del fin de semana. 


La ambulancia del seguro brilla por su ausencia, si es que viene también, Bertha está más blanca que nunca y se desvanece esperando que la vida le alcance para decirle a Braulio y Távata que los amo y que dejé guiso para calentar aunque tenga que meterlo entero en la refrigeradora al día siguiente. Allá en "La Botadera", "Angie" (bien creativa, mamita) tiene el mismo apellido que el último cliente con el que se le encontró. Qué va a ser coincidencia, imbécil, esto va a vender que da miedo. Hija zorrita y padre mañuco serán la portada de este sábado. 


lunes, 15 de febrero de 2016

Estúpido enamorado



"Si el amor llama a tu puerta 
que la encuentre siempre abierta 
que mañana es otro día y Dios dirá"

- Julio Iglesias - 

Nuestra soltería incierta nos llevó a la discoteca de siempre con mi Doctor Psiquiatra y una tercera persona intentando salir conmigo (al menos esa era su intención al reventarme el WhatsApp con sus invitaciones amables, tips de jardinería, bricolaje, manualidades y secretos de la abuelita que me hacían sentir que esto podría ser un romance tradicional que me causaría alergia y acaso intoxicación).

Siempre hemos disfrutado de esta disco por sus dos pistas de baile tan distintas entre sí, con la misma fauna bailando a diferentes ritmos. Una dama más pretenciosa que otra, hombres con ganas de ser mujeres y mujeres más rudas que cualquier hombre, nada hacía presagiar que esa noche sería distinta, nada me avisó que ese Cupido del demonio estaba apuntando su flecha directo hacia mí entre botellas de agua, electrónica y luces psicodélicas.

Tu biotipo era muy distinto al del común de persona que llamaba mi atención y debo admitir que el físico era opacado por tu forma de bailar, salido de una película hindú mezclado con Burlesque y una que otra sustancia ilegal encima. Es ese mismo estilo frenético el que te trajo más de un prejuicio en casa, pero eso será materia de otro post.

Ahora solo importabas tú y la pista de baile, donde todos se tornaban sepia retro mientras tu brillabas sin buscarlo en medio de solteronas de cacería, mis exparejas ebrias, sus amigas en decadencia, tus amigas en decadencia, chiquiviejos y lesbianas emulando a Justin Bieber.

En reportes posteriores a nuestra primera cita, me revelarías que tus amigas te molestaban conmigo con justa razón y ya me habían leído la mente: nada me importaba sino mirarte y sacarte a bailar.

Al inicio, cual versión criolla de Grease con bajo presupuesto, mis amigos insistieron en que te retara a un duelo de baile, a lo que respondía en mi defensa y nerviosismo que esta era la vida real, no la película Step Up!

La noche pasaba mientras solo buscaba coincidir contigo, aunque en ese momento evitaras mi mirada con tu expresión mezcla de ironía con "soy la reina del pop". Mientras yo esperaba la canción indicada para subirme a ese pequeño escenario que me uniría a ti para siempre, mi intento de cita daba gritos de auxilio robándome besos ocasionales y forzando un ritmo improvisado a falta de capacidad para coordinar su corazón, su ego, sus nervios, sus movimientos y sus palabras.

La canción del mal llegó para tomar posesión de mí, dejando abajo a mi acompañante en picada hacia la friendzone y a mi Doctor Psiquiatra para aplicarle el desfibrilador a 200 en caso de un paro cardíaco.

Ya arriba, a ritmo de una canción irreproducible y con algunas mujeres mayores mirándome como se mira a un cuarto de pollo a la brasa, decidí olvidarme por un momento de la tensión que me causaba el no saber si conseguiría hablarte. De repente, a mi lado, alguien había subido para retarme. Tu mirada fija en mí me anunciaban claramente que, como diría Daddy Yankee, "bailando lo de nosotros vamo' a resolverlo".

Para ese entonces, el DJ se había hecho nuestro cómplice, convirtiendo progresivamente un duelo de baile en un Tango del Pecado con Calle 13 de fondo. Mis mejores pasos apenas podían competir con los tuyos, pero era igual de competitivo que tú y no pensaba dar mi brazo a torcer, al menos todo excepto mi brazo.

En un torpe intento de cortejo, admití tu obvia superioridad en el baile, tal vez para inflar te el ego, tal vez para darme valor. Lo demás llego solo cuando tomaste mi mano al final de esta batalla sin ganador, era hora de intercambiar números de teléfono y no solo pasos desafiantes.

Mientras esperaba tu regreso, Doctor Psiquiatra no terminaba de reírse de mí, mientras que mi cita fallida lanzaba su último dardo de sarcasmo: "por qué no vas tu también, no sea que se vaya y no se vean más". Olvidó, para su mala suerte, que no hay ironía que me intimide y su consejo burlón se convirtió en un boomerang volviendo directo a su cabeza.

Tu rival prefería hacer que nada sucedió y sentía que no podía andar con alguien como yo, poniendo de pobre excusa que mi personalidad fuerte podría anular la suya. "Tú no tienes que escoger si andar conmigo o no, de hecho tú no tienes nada que escoger, yo decido quién me merece. Si inicias una batalla pensando que vas a perder, si esa es tu forma de vivir, entonces no subas a mi ring, ni a este ni a ninguno, el amor no es para gente derrotista, corazón". Knock out, princesa sin castillo, pero alguien tenía que decírtelo. 

Volviendo a nosotros, a veces, el miedo puede paralizarte o darte el impulso necesario para hacer lo que no harías en circunstancias normales. Me valió tres pepinos tus amigas, el qué dirán y la carrera de obstáculos hacia el guarda ropa, donde recogías tus cosas sin prisa. Crucé ese mar de gente sola y ebria para tomar tu cara y besarte con la fuerza de nuestra última canción, la misma que decidí dedicarte para que tu corazón también latiera a mi ritmo.

Sin dar crédito a lo que pasaba y ante los gritos eufóricos de tus amigas telenoveleras, solo atinaste a no dejarme ir y devolverme el beso sellando el primer capítulo de esta historia que apenas empieza.

Han pasado algunas semanas de aquella Danza Kuduro, las bromas cómplices, el humor negro y el bullying cruel se convirtieron en "te quiero" y los "te quiero" comenzaron a tomar forma de "te amo", una oferta sin descuento ni reembolso que tardará en llegar, pero que has demostrado merecer más que cualquier otra persona. Como escribí alguna vez en el Twitter, cualquiera se quita la ropa, pero no cualquiera desnuda el alma un viernes por la noche.

Estoy seguro de que este post, que concluye conmigo estúpido y enamorado de ti, se demorará en mostrar efectos colaterales o en tomar forma, no sólo porque hemos decidido ir lento para pulir tus defectos de fábrica y mi temperamento inflamable (que me ha valido tu dulce piropo de "genocida verbal"), sino porque las buenas canciones suenan una y otra vez en las pistas de baile mientras el cuerpo tenga ganas de seguir en movimiento y los corazones tengan sangre para bombear al compás de nuestra canción.

Me enorgullece admitir que soy frontal para todo, no sólo para cerrar capítulos en mi vida, sino también para iniciarlos con tinta indeleble. Mientras terminamos de escribir este post, los dejo con la siguiente canción prometiendo que esta historia continuará. Suéltala, DJ, buenas noches.



martes, 2 de febrero de 2016

Tengo una bandita



A Richi Rondón
A los que están, los que estuvieron y estarán

Hablar de la orquesta no es como referirte a un trabajo normal, aquí el tiempo transcurre a distinta velocidad y cada canción es una historia que representamos a nuestra manera, noche a noche en un escenario distinto.

El líder de la banda es una metralleta que habla, mi maestro, mentor y mejor amigo. Sin embargo todo vínculo filial o amical se queda abajo del escenario, casi siempre sin filtro alguno: "si la cag..., la cag..., así que canta y ponle huev..."

Todos los integrantes tenemos historias y anécdotas distintas en diversas edades en las que hemos sido olímpicamente "desahuevados" por nuestro director, tal vez eso nos ha convertido en cantantes chiveros que no saben de nervios, silencios o peros. La enseñanza más cruda es a veces la que queda tatuada y nuestro cabecilla te habla sin intermediarios ni adornos, tal vez porque así es como él aprendió, tal vez porque así es como se aprende.

Cada casino tiene lógica y rostros distintos. Sin embargo, algo los une: sus sorteos millonarios y rimbombantes que siempre llegan para aliviar nuestras gargantas y almas para un descanso en camerino, intercambiando las noticias de la semana, bullying, humor despiadado y chistes crueles entre descanso y descanso. Eso que nos hace nosotros, eso que nos hace familia. El catering y el repertorio puede variar, nuestras risas y locuras detrás de escenario, no.

Si entras al equipo, has de saber que no te salvarás de ser bautizado con algún apodo justamente merecido. Puede que en tu primer día este no llegue, pero no pasará del segundo o tercer show antes de que abandones tu nombre para siempre y te conviertas en 'la tigresa del oriente', 'Goofy' o algún integrante de la Familia Peluche.

Si bien la música nos une, nunca es fácil decirle adiós a algún integrante, más cuando hemos cantado juntos tantas veces creando esa química que se respira y casi se puede tocar. Y es que volver a subir a un escenario sin ti, sin tus coros, tus segundas voces, tus solos o tus bromas de horario infantil no ha vuelto a ser lo mismo, mi amada Fiorella Jiménez zapatos de pompón.

Las giras a provincia son un tema aparte, nuestro baterista esta poseído por el demonio y lo digo con justa razón, pues no es difícil verlo recorriendo las habitaciones de todo el hotel con una bolsa de gomitas, aventándolas en cada habitación o imitando al gran Iván Cruz con gestos, bailes y trances incluidos.

Nuestro saxo es un genio y tal vez quien más recuerda las locuras de cada promoción que por nuestra banda ha pasado, aunque debemos aceptar que su memoria no es tan prodigiosa como su estómago, el único capaz de devorar seis platos de lomo saltado como entremés y solo para empezar.

Y debo admitir también que ningún comienzo es fácil, más cuando viniste de una bandita escolar intermitente para empezar a animar, afinar, presentar sorteos, adaptarte a distintos géneros y romper tu molde para ir desde Michael Bublé hasta Corazón Serrano o Marisol en un solo round. "¿Quién será la que me quiera a mí? ¿Quién será? ¿Quién será? ¡Arranca nomás, cholito!"

Errores tuvimos, tenemos y tendremos, lo sabré yo que en mi primera animación agradecí al hermoso público de Astoria en pleno escenario de Palacio Royalé (mátenme), pero el pagar derecho de piso, en la música como en el amor y como en cualquier aspecto de tu vida, te da lo que ningún cartón, libro o teoría: el oficio, la intuición y la maña para salir airoso de toda situación, aunque falle la pista que esperabas cantar o no esté aquella letra que olvidaste en el cajón.




Cantar con Alex Lora será uno de los momentos que siempre voy a recordar en mi vida, más porque el maestro de la voz inconfundible subió a escenario del casino Fiesta a hacerle honor al nombre por iniciativa propia y en respuesta a una de nuestras típicas bromas de salón.

- ¿Por qué están tocando con un pinche disco?
- Es que no hay ningún disco, maestro.
¿Me estás diciendo que es en vivo? ¿Osea que yo soy culero?
- Suba con nosotros y compruébelo ud. mismo

Y es que así es la orquesta, cómplice en aeropuertos, dueña celosa de sueños y secretos que cada noche suben a escenario en brillos, tacos, camisa, chaleco o terno. Seas quien seas, toques lo que toques, sabrás que eres uno de nosotros si estás leyendo esto. Hasta el próximo show, muchísimas gracias a todos y suerte en cada una de sus jugadas, con nosotros será ha a una próxima oportunidad. ¡Chau, chau, chau! (Eco y música de cabina).


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De la selva, su Nutria

La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora. M...