“La mentira es un triste sustituto de la verdad, pero es el único que se ha descubierto hasta ahora.”
- Elbert Hubbart -
Távata ha vuelto a llegar tarde. Abre sigilosamente la puerta y se quita los zapatos para no hacer ruido, sabe que mamá no perdonará otra tardanza más. Távata Milagros, ¿dónde diablos te metiste hasta esta hora? Mamá enciende la luz con un rostro de desconcierto. Habrá que inventar una nueva excusa, al menos alguna creíble esta vez.
Mami no puede alterarse, pues la presión podría jugarle una mala pasada mandándola al hospital otra vez y dejándote con la culpa eterna. El casino, mamá, me han vuelto a contratar en el casino y hasta me han pagado por adelantado. Toma, ya no tendremos que pasar ningún apuro. Doscientos cincuenta dólares en una noche no son una cifra nada despreciable, pero a su vez improbable, la intuición maternal es infalible. Bebé, ¿me vas a decir que has ganado todo esto en el casino?, pensé que el dinero de la farmacia alcanzaba.
Távata respira hondo, el enorme signo de interrogación en el rostro de su madre la hace sentir más miserable de lo que era hasta ese momento. No, reina, no puedes decirle a mamá que eres la dama de compañía más solicitada de “La Botadera”, que hoy no recibiste muchos clientes y que los ingresos de la miserable librería “Tavy” no alcanzan para un carajo. Mami, vuélvete a dormir, te digo que he vuelto al casino y que ahora podré apoyar más en casa. Te llevaré a tu cuarto antes de que despiertes a papá.
¡Amor, a desayunar!, Braulio abre los ojos a un nuevo día maldiciéndolo y tirando la toalla antes de iniciarlo. Otra vez esa gorda y vieja mujer que llevas por esposa te grita para servirte un insípido quáker con aspecto de goma David y un café Kirma recargado que deberás beberte si quieres estar bien despierto en la oficina. De nuevo tendrás que tragarte los mil y un secretos de la veinteañera cuya confianza nunca mereciste. Una vez más la mesa de aquella casita de San Juan de Miraflores lucirá silente y austera como un funeral con tres invitados velándose a sí mismos con café oloroso, Dorina, pan francés, tazas mal lavadas y un “Comoestasyomuybien” que se perderá en el viento un par de veces. Juguemos a ser una familia, peleemos, discutamos en la mesa, aunque sea eso pues, no jodan.
Braulio sube al bus con la dejadez y apatía de quien no es esperado a donde va. Su altura, de la que siempre se sintió orgulloso, solo tortura su columna ahora que debe emular la faena de un contorsionista para mantenerse de pie en aquel horno miniatura con ruedas bajo el sol que, desde allá afuera, se ensaña con él y todos los peruanos incansables de a pie, de a bus. Dos horas bastan para arruinar el esfuerzo de este padre de familia por lucir pulcro bajo la camisa, el pantalón y el pelo engominado, convirtiéndolo en una sopa de sudor con la vida encima. Alguien máteme, o al menos arranque antes de que termine de bajarme.
Lucir la mejor cara frente a un mostrador y decirle a la gente que sanará con tal o cual pastilla ha sido su rutina por más de veinticinco años. Toda una vida dando la mejor receta para la tos, la fiebre, los cólicos menstruales, las infecciones y los dolores de todo Jesús María. ¿Y tu mediocridad, Braulio?, suspéndase la medicación, me casé.
Távata fue el ángelito de boquita de corazón y mirada penetrante que llegó a la vida de aquel boticario de 39 años (hoy a puertas de los sesenta) cuya última decisión propia fue el matrimonio. Dicen por ahí que algunos matrimonios terminan bien y otros duran toda la vida, pues Braulio se sentía en prisión sufriendo la atadura de las esposas, en ambas acepciones del término. Vieja, ¿lo hacemos?. No sé, ¿tú quieres?, me da igual ¿y a ti?.
Aunque los diez primeros años con la niña de sus ojos fueron perfectos, Braulio nunca supo en que momento esta ley de trabajar para que nada les falte se le fue de las manos, en qué momento regresó a casa un viernes por la noche para encontrar a su princesa convertida en una indiferente mujer y a su mujer convertida en un elefante alérgico al sexo.
En algún momento del camino, las conversaciones en la mesa fueron sustituídas por la radio, el televisor, sus noticias (una más deprimente que la otra) y los programas de cocina con esas señoras muy pudientes ellas preparando platillos impronunciables en mesas relucientes, todo ello como antesala a María Mercedes y sus dos sucesoras, .
Don Nemesio, el asistente de ventas de la botica, es lo suficientemente viejo para conocer las vicisitudes de un hombre con un matrimonio en desgracia. Aquí no hay mucha vuelta que darle Braulio, hay que irse de putas, una canita al aire es lo que tú necesitas para tu fregao matrimonio.
Braulio no sabe qué decir en esta décimo cuarta vez en que recibe el libertino consejo, nunca le fue infiel a Bertha. Ojos que no ven, corazón que no siente, muchachito. Un salto por “La Botadera” y saldrás tan alegre que hasta tu mujer se contagiará de tus ánimos. Quien sabe, a tus casi sesenta podrías aprender algo nuevo para llevarlo a casa y alegrar a tu señora. No hay pierde, carambas. Nemesio ha puesto la dirección en tu billetera, la posibilidad de un desahogo a 25 soles mínimo. Braulio pronuncia la frase “viejo verde” para sí mismo, pero comienza a pensar que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Malditos refranes, siempre tienen que tener la razón y sonar tan bien.
La habitación 220 es la más decente de toda “La Botadera”: una cama amplia casi sin hoyos en el colchón, un desodorante ambiental a medio usar que ya quisieran tener otros cuartos y algunos espejos improvisados en tres de las cuatro paredes junto al del techo que amenaza con caerse. Angie recibirá a los amantes de ocasión en esta sweet lumpen, aunque se repite cada viernes que ha decidido retirarse para ganarse el pan de otras maneras, por lo que el proxeneta le asignó algo mejor para la faena de despedida. Vamos, una última vez, mi amor, gime como nunca en tu vida, de ahí comienzas a estudiar en algún instituto de la Arequipa y fin de la historia.
Doña Bertha despierta a solas sudando frío y con una punzada asesina en la cabeza. Busca desesperadamente el celular y llama a Braulio. Apagado. Távata tiene que responderme. Deje su mensaje en la casilla de voz. La mujer ha pegado un grito que se oyó en todo el vecindario, por lo que los vecinos ya llegan en su ayuda, doña, más por curiosidad que por humanidad. Habrá que llamar una ambulancia, a Don Braulio y a la niña Tavy también.
A la medianoche, Angie se dispone a recibir al último cliente. Abre la puerta y la sangre desaparece de su rostro: papá Braulio yace tímido en la puerta sin dar crédito a lo que ven sus ojos. El infinito silencio y las miles de preguntas por hacerse mutuamente son cortados por un barullo infernal. No te muevas, quedas detenido, viejo arrecho. Mamita, ponte un polo en la cabeza o serás famosa. El operativo policial contra la prostitución clandestina en el distrito ha sido un éxito, “La Botadera” será clausurada y sus parroquianos irán a prisión, pues hay menores de edad en el negocio. Afuera del local, las cámaras y los hombres de prensa aguardan hambrientos de imágenes que abran la edición del fin de semana.
La ambulancia del seguro brilla por su ausencia, si es que viene también, Bertha está más blanca que nunca y se desvanece esperando que la vida le alcance para decirle a Braulio y Távata que los amo y que dejé guiso para calentar aunque tenga que meterlo entero en la refrigeradora al día siguiente. Allá en "La Botadera", "Angie" (bien creativa, mamita) tiene el mismo apellido que el último cliente con el que se le encontró. Qué va a ser coincidencia, imbécil, esto va a vender que da miedo. Hija zorrita y padre mañuco serán la portada de este sábado.
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No eres tú, son ellos.