A: Alvaro 'Nutria' Rondón
Viendo el paisaje nocturno, con los ojos clavados en la luna y con la cabeza recostada en el vidrio del bus que me aleja de ti, vuelvo a preguntarme: ¿cómo es que todo ha sucedido?".
Tu amistad es una de las cosas más geniales que me han ocurrido en la vida, pero había algo más que me confundía: tu forma de ser, tan madura e inmadura a la vez. Tus abrazos eran fuertes y tus apodos tan insoportables, pero aún así me hacían soltar carcajadas.
El bus me aleja cada vez más de ti, pero mi mente aún te tiene cerca. Recuerdo nuestra primera plática en esa banqueta de Espinar con Gálvez, donde hiciste un alto en tus labores para darme el tiempo necesario. La amistad iba un peldaño más arriba con cada palabra, pero también mi curiosidad, esa que mató al gato y vaya que me importó un perejil morir.
El tiempo nos jugaba en contra después del almuerzo. "¿Helado?", "Sí, gracias". Se nos hacía tarde y, cuando creí que ya nada pasaría, ocurrió. Los testigos eran pocos y confiables: las paredes y las gradas de tu casa: mi cerebro estallaba y me repetía que esto no podía estar pasando.
Te pregunté qué sentías y respondiste que "NADA". Me devolviste la pregunta y me defendí con la misma respuesta. No estaba diciendo la verdad, la negación siempre es la salida más fácil.
Me propones ir más allá y con cierto nerviosismo respondo que sí. ¿Mi primera vez? Sí. ¿Miedo? Júralo. ¿Ensayos? Ninguno. ¿Te quiero?. "¿Helado?", "Sí, gracias".
Los siguientes días fueron torturantes: amigos ante la gente otra vez, pero me provocabas tanto magnetismo que volaba hacia ti sin importarme el tiempo ni el espacio.
El último día llegó y me fui contigo antes de aquella función de teatro. Un beso antes de salir a escenario, un abrazo en el entretiempo. Te amo. "¿Helado?", "Sí, gracias".
Aunque teníamos la obligación de mantener nuestros respectivos papeles en aquella obra del demonio, siempre podía escapar hacia nuestro mundo contigo en mi cabeza. Habitación 402. Mis respetos, nutria.
Ya en casa, las conversaciones cifradas al revés me aferraban más a ti con aquella complicidad sin precio, junto con cada llamada y la puñera que llevo en la derecha desde que me la diste en las ocho horas de noviazgo que tuvimos.
La vida social de la ciudad me asfixia a veces. Desde donde estoy ahora, a kilómetros de tu Lima, crece la intriga por saber con quién estás ahora, ¿quién se aferra a tu cuello con la misma fuerza que empleara yo alguna vez?. Eso ya no importa ahora. En mi primera noche de vuelta a casa decidí embriagarme para olvidarme de todo, tan 90's, tan propio de mi generación.
Mis amigas me acosaban preguntándome qué me sucedía y de quién hablaba. Creo que con ellas hablé de más y no pensaba repetir el error. Una reportera, un camarógrafo y un micrófono se me acercaban y decidí jugar a las escondidas, algo que me resultaba bastante bien. Llorando en el baño de la disco, sabía que tenía que irme, dejarte en este infiernillo gris de mierda aunque quisiera llevarte en la maleta.
Pasaron dos meses lejos, los cuales me ardieron hasta sangrar litros de lo que sea que produzca el dolor en el pecho de decir adiós en mute.
Mi estadía en la ciudad era corta así que debía aprovechar cada minuto contigo. La hora del reencuentro al fin llegó y volví a ver esa sonrisa ironica con dientes de conejo en esa boca que hace mucho tiempo no había visto y que ya quería besar.
Cantabas como nunca en aquel casino que se me hacía tan grande. "¿Fichas?", "Gracias", "¿Cómo carajos se juega esto?". Eso no importaba porque ahí estabas, como un pez en el agua y noté que la dieta funciona y que el paso del invierno tenía tu piel más clara. El traje negro resaltaba a la perfección tus ojos café y tu cabello oscuro; yo hablaba por teléfono y, cuando conocía la canción, la coreaba. Cuando nuestras miradas se encontraban por ratos, me ruborizaba y volteaba mientras fruncía el ceño. Al fin, otra vez juntos.
Rumbo al paraíso, colocaste tu cabeza en mi hombro y me cogiste la mano tan fuerte como yo a ti y comencé a acariciarte; al fin llegamos a amarnos y, al amanecer odiado, otra vez la luz y la gente que nos obliga a salir del edén para ser amigos.
Y sí. Salió la luz y solo unos cuantos besos fríos sellaban ese adiós que nunca llegó.
El taxi me devolvia a la realidad y aún estabas en mi cerebro; para variar, dentro de mí. Después de todo eso hablamos muy poco y ya no era como antes; me dijiste que las despedidas no son de tu agrado y que era mejor así.
La hora de volver a subir al bus llegó otra vez, esa prisión con ruedas que odiaba porque me regresaría a la fuerza a mi mundo, ahora tenía un nudo en la garganta y los ojos a punto de estallar con la sal amarga de lágrimas contenidas.
La música lenta en alto volumen me debilitó y mis ojos se inundaron a solas. Mientras termino estas líneas que espero leas algun dia, me aterra imaginar qué sucederá después, la muerte por hipotermia de un amor que decidimos poner en el congelador con la esperanza de revivirlo algun día en el futuro; como a Walt Disney, dicen.
Ya me llaman, Nutria, es hora de irme, echo un ultimo vistazo al paisaje nocturno, con la luz de la luna y tras el vidrio de otro bus hacia el siguiente punto de la gira me vuelvo a preguntar: ¿cómo es que todo ha sucedido?.
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No eres tú, son ellos.