No sé por dónde empezar, es exactamente como me sentí cuando tomé la decisión de decirte adiós. La mudanza puede haber sido una eficaz anestesia y los viajes en taxi parte del proceso emocional de desapego, pero nada evita que se me haga el nudo en la garganta propio de cada final.
Quienes me conocen, saben de qué hablo y de lo incómodas que, para mí, son las despedidas. Jamás tendré una palabra negativa hacia ti, pues tu alegre logo, tus rejas de nido, tus pasillos fantasma, tus transmisiones en vivo, tu aire acondicionado llorón, tus comisiones vanidosas y nuestros errores, más míos que tuyos, me hicieron madurar en el campo de batalla y convertirme en lo que ahora soy.
Las palabras me quedan cortas para agradecer a cada persona que, pequeña o grande, arriba o abajo, me trajo enseñanzas distintas hasta el día de hoy, pues el título de jefe o practicante puede rotar con el tiempo y el espacio, pero la palabra "amigo" no tiene fecha de caducidad y eso es lo que la vida me regaló en estos años de notas, coberturas, conciertos, videochats, amanecidas y demás.
Te escribo en segunda persona porque siempre tuviste y tendrás una identidad propia, no en vano te llamas como el país (vaya que lo vales) y porque creo que pude conocerte en tus momentos de incertidumbre, duda y euforia con cada hermano mayor que esta carrera me puso al lado. Desde tus diversas oficinas y rostros, me enseñaste que un equipo no lo hace la infraestructura, un presupuesto o un ocurrente grupo interno de Facebook, sino las ganas de empujar un ideal, a veces contra la corriente y otras contra el Océano Pacífico.
Debo también agradecerte por haberme dado el timón de un barco por primera vez en mi corta existencia, porque aquello hizo trizas mi sistema nervioso y lo volvió blindado, entonces miré atrás y ya no era tan frágil, las emociones eran manejables a la perfección y la cámara una amiga a la que estaba acostumbrada.
No voy a caer en el sentimentalismo del adiós, porque a veces me gusta suspender ese momento en formol para que no llegue jamás, tal vez para evitar ese incómodo instante en que no encuentras las palabras exactas para lo que sientes. Nos hicimos familia sin darnos cuenta, como jugando, entre archivar y publicar, como escribiendo la nota de nuestra propia vida juntos.
En el camino me seguiré encontrando con tu nombre y, como todo bailarín que deja la fiesta en su mejor momento, volveremos a compartir una que otra canción, pero ha llegado la hora de bailar la mía propia. Sonreiré porque te llevo conmigo y construiré el siguiente capítulo con la misma pasión de este que termina.
Gracias por tomar a un mocoso universitario huevón y convertirlo en acero inoxidable, los títulos y los cartones caducan y se apolillan con el tiempo, los procesos emocionales son los que te llevas a la tumba y, quien sabe, a lo que venga después.
La sintaxis no importa ni la tilde en el adiós, pero sí lo aprendido desde la primera nota hasta esta línea final, con la que te tatúo en mi vida a donde iré después de que cruce esa puerta por última vez.
Hasta siempre. No encontraré el final adecuado para el post ni la despedida perfecta, porque tal vez no existe y porque no imaginé la nuestra, tal vez porque las lentas de Avril Lavigne han embriagado estas líneas para decirte eso que no podré decir en persona: que siempre serás mi casa, que nos vemos la próxima semana con más novedades, que mi corazón se volvió un poco tuyo con la cinta de "exclusivo", que informó para ustedes, Alvaro Rondón, Peru.com.
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No eres tú, son ellos.