martes, 25 de octubre de 2011

No opinión: Ciro-manía

Advertencia: Este artículo no es una opinión del caso Ciro Castillo Rojo ni una búsqueda de culpables al estilo de la cacería de brujas de Salem; se trata tan solo de una crítica acerca del absurdo fanatismo que puede crearse en torno al sufrimiento ajeno. El peruano es novelero, dice papá, y cuanta razón hay en sus palabras...




Anoche soñé que Rosario Ponce anunciaba su ingreso a "El Gran Show" para apoyar a una fundación de búsqueda de personas desaparecidas. "Hubiera querido bailar con Ciro", dice la muchacha mientras un montón de colegas toman fotos y escriben ansiosamente en sus libretas. Una periodista curiosa le pregunta a la polémica joven qué hay de cierto en las versiones que señalan que conducirá un programa de televisión, ella sonríe diciendo que su programa ya tiene canal confirmado y que llevará por nombre "Gente que busca gente". Más flashes y lapiceros razgando el papel.

Despierto, como de costumbre, tarde para ir al trabajo. Mi papá me dice que acaba de apagar la radio porque toda la mañana han estado hablando de Rosario Ponce. Sin ganas de contarle mi sueño (o culparlo por ello), me apresuro a ir redacción. En el kiosko blanco de la señora que me abastece de Bon-o-bon, cual dealer a adicto, está lleno de fotos de Ciro: el cadáver, el suplemento, fotos exclusivas, entrevista con el padre, la mamá, la hermana, las hijas y el cóndor que lo vio caerse. Columna aparte, videntes "autorizados en el tema" dan sus pronósticos de lo que podría haber pasado con el estudiante de la Universidad Agraria. "Ya no quiero Bon-O-Bon".



Me siento a escribir mis notas, mientras que el Splitweet comienza a mostrarme notas como "La Ruta Ciro", el "Combo Ciro Vive" y otras perlas, una más descabellada que la otra. Mis oídos retumban por la voz de una enardecida arequipeña que, desde el televisor, grita "ROSARIOOOOOOO", "QUE MUERAAAA", "QUE MUERAAAA". El periodista de América TV le pregunta a la pobladora "¿que muera por qué?, la señora se queda en silencio, mira hacia los costados y atina a responder: "esteeee....no sé....pero...eeehhh...QUE MUERAAAA QUE MUERA".



Yo no sé hasta dónde puede llegar la capacidad del ser humano para meterse en lo que no le importa y para llegar al tope de la ignorancia fanática, adhiriéndose a causas que desconoce totalmente.


La pestaña del Facebook chat comienta a parpadear, es un amigo cachimbo de periodismo de una universidad "Señor de los Milagros". El entusiasta menor me pide que opine acerca de su columna llamada "Justisia para Ziro": un texto de 30 líneas sin puntos seguidos y más comas que consonantes. Tras decirle que su obra es un calambre visual y recordarle que los amigos nos herimos con la verdad para no destruirnos con la mentira, me retiro a almorzar.

Ya en el comedor, mi buen amigo Richard Tsukamoto me dice que acaba de ver a una banda de músicos y bailarines detrás del cuerpo de Ciro Castillo. Le cuento mi sueño a Richard, quien bota su gelatina de la risa y me dice que no falta mucho para que mi sueño se haga realidad. "Tal vez en Reyes del Show, cholo", como una predicción de Walter Mercado.

Cuando ya no hablen del infortunado Ciro Castillo, volveremos a Oyarce y Chehade, el suficiente tiempo para que Abencia escriba su libro y, días antes de la publicación en Editorial Planeta, salga Cacho anunciando su retorno con "Sin Disculpas". #Digonomás.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Octubre, hagamos agosto





Los olores se mezclan en el aire a lo largo y ancho de la avenida Brasil durante el paso del Cristo Morado opacando sobremanera al magro y sofocante aroma del sahumerio. Vienen, se van, atrapan la atención, encaprichan al estómago y mellan momentáneamente al ferviente católico venido desde lejos para rendir culto a su Señor. Aquí también gobierna otro señor, ese señor gourmet que todo peruano lleva dentro: ávido de nuevos sabores y de nuevas visitas a la clínica debido a cuadros de gastroenterocolitis aguda. No importa, este mes también ostenta sus manjares.

Pasión de carretilla

Doña Silvia no vacila con la sartén en la mano ahora que el fuego de su diminuta hornilla llegó a temperatura suficiente. El arsenal de higadito espera a la derecha dentro de un taper bueno con “B” de Basa. Bien sazonado por su puesto, “sino cómo joven, en la salsa está el secreto”, me dice una sonriente y enorme limeña de 40 años (un aproximado ya que no quise estropear la investigación con tan intimidante pregunta para una mujer) cuyo negocio de “hígado frito”, según me asegura, se ha ganado un lugar en el gusto de los fieles y le ha permitido costear los estudios universitarios de su Jonathan Preston.

Mi espacio en aquella improvisada banquita en la carretilla se ve amenazado por una inmensa comensal que se apretuja y regodea con una porción del dichoso potaje acompañado por papas y lechuga. El primero de tres, pues las otras dos repeticiones aguardan temblorosas en cada una de las rodillas de la clienta estrella. Sus cuatro pequeños, entregados al mismo placer, yacen detrás de ella formados en fila india cada uno con su ‘combo’ en la mano. “Combo, señor. Platito darán otros”, me dice una recelosa doña Silvia.

Más parroquianos van llegando sin importarles el hecho de tener que comer de pie. La poderosa zamba comienza a mirar hacia varios lados calculando fríamente las porciones a preparar. Segundos bastan para el conteo y comienza el mágico preparado: tras verter el aceite vegetal con precisión cirujana, agita su sartén unos segundos mientras las papas van dorándose en otra olla plancha en burbujeante y negro aceite. El panorama es similar en la carretilla del costado.

En medio de su habitual y artística faena, Silvia (confianzudo yo al tutearla) mira por ratos a la competencia: sabe que la guerra está declarada entre las dos únicas carretillas de hígado frito de la cuadra seis de la avenida Brasil. La lechuga es extraída de las profundidades de un inmenso tazón cubierto con lona blanca. Lo verde es servido en porciones más generosas y con notoria premura. Según me revela su dueña, la ensalada de lechuga tiende a negrear y el limón sólo retarda este efecto por unas horas cuanto mucho, luego habrá que subir por más implementos hacia su casa en los alrededores de la Plaza Bolognesi y atravesar la procesión para poder reabastecer el negocio. Todo está casi listo, el platillo no puede servirse sin antes haberse aplicado el ingrediente final: la salsa secreta de especias cuya composición conoce solamente la dueña del establecimiento.

Es un secreto a voces que tal implemento secreto es elaborado en base a felinos domésticos. Los clientes suelen bromear respecto al tema; a Silvia no le hace tanta gracia pero sonríe, siempre sonríe, sabe que el cliente siempre tiene la razón. Dos autos algo desgastados se estacionan en la esquina. Una pareja sale de uno de ellos mientras que del otro desciende una poblada familia, todos caminando firmes hacia Doña Silvia y su puesto de hígado frito. La batalla del día está ganada, la luchadora mamá empresaria vuelve a la carga, se entrega al siguiente asalto y agita su botellita de aceite.

La falsa promesa

A pocos metros de la odisea hepática, en el carril más ancho de la avenida Brasil, se alzan tímidos pero prolíferos los autos Station Wagon y carretillas de los comercializadores de turrón. Basta saltar la valla o atravesar uno de los huecos en alguna parte de la longitud de la misma para acceder a tan tradicional y centenario manjar.

La batalla en cada puesto es intensa, pero la carga es menos pesada cuando se lleva en grupo. Los varones desmenuzan y depositan en cajas los trozos desiguales de las enormes planchas de turrón que llenan toda la parte trasera de los vehículos. Estrellitas y corazones de caramelo para los más afortunados, pepitas a medio pintar y escasas grajeas para el resto.

Las damas tiene otra labor: caminan orgullosas alrededor del ‘antes taxi’ ofreciendo degustaciones de un turrón reducido a grumos de harina. Los mandiles variopintos de las anfitrionas dan a entender al cliente que el comercio informal peruano y el ingenio criollo se zurran con descaro sobre las “Doñas Pepa” y los “San Josés”. La carismática mulata y el padre terreno de Jesús fueron relegados ante el liberalismo mercantil que nos ofrece aquella tarde los riquísimos turrones “Don Cirilo”, “Bon Ami”, “Tobías”, “El Arequipeño”, “Susanita” y “Papis”.

El tradicional dulce del mes morado se ha prostituido escandalosamente al punto de convertirse en un amasijo de harina mazacotuda oculto bajo una ilusoria capa de miel con caramelitos de formas llamativas pintados a medias. Muchos se acercan, las impulsadoras regalan muestras gratis y esbozan hasta el hartazgo su mejor sonrisa. Saben, como me cuenta una de ellas, que tres de cada diez curiosos se convertirá en comprador. No hay de otra, “hay que exhibir el producto”, me dice la muchacha poco menor que yo, refiriéndose más a su pueril voluptuosidad que al producto en sí.

Las carretillas avanzan con los fieles unas cuadras más allá: solitarias y sin marca alguna. Los vendedores de triciclo no se amilanan y exhiben orgullosos sus turrones con miel, ¿miel de qué?, algunos no responden pero poco importa, octubre es una oportunidad de hacer agosto como pocas. Me alejo decepcionado, rezo, me persigno y me dirijo hacia la avenida Tacna en busca de que se me cumpla la cruelmente rota promesa del niño que quiere turrón.

lunes, 10 de octubre de 2011

Ébano y Marfil


Estoy en un dilema clásico, pero también tortuoso: ébano y marfil yacen ante mí en una disyuntiva que acabará por matarme. Quiero a ambas a la vez, pero sé que eso no sucederá, ambas se aniquilarían en el acto, dejándome sin ellas, sin mi doble adicción.

MARFIL

Marfil se siente dueña de sí misma, pero no es dueña de nada. Su dinero no ha podido comprar seguridad. Se ama a sí misma, pero no se tiene fe. Sus miedos la matan, por eso no cierra nunca los ojos al ducharse.

Marfil toma toda clase de pastillas porque cree que son la solución para todo. Ella tiene una pastilla para cada cosa, y una respuesta también.

Cuando Marfil duerme conmigo, quiere que me acueste en su pecho, tal vez porque así siente que no me iré, tal vez porque quiere que oiga su corazón suplicante, herido, engañado y destruído un sinnúmero de veces.

Marfil pide perdón cuando echa a perder las cosas y sus errores giran siempre en torno a una sola cosa: celos. Celos de sus amigas (una más puta que la otra, así me las describe), celos de las mías, celos de mis amigos, celos de su sombra, celos de mis enemigas (quienes han sabido ser más complacientes que mis amigas), celos de mi celular, del internet y de este blog. Es más, Marfil tiene celos de usted, quien está leyendo este post.

Marfil está pendiente de cada detalle y busca complacerme en todo, darlo todo para cubrir aquello que no puede darme aún: su corazón.

Marfil me cuida, hace que me sienta protegido y sus brazos me envuelven como si no quisieran soltarme nunca.

Marfil le teme al silencio, tanto que se ha llenado de toda clase de aparatos innecesarios, caros y ruidosos para hacerle compañía cuando yo no estoy cerca.

Marfil gasta tanto en sí misma como Paris Hilton.

Marfil tiene horarios hasta para hacer el amor, por lo que se ha convertido en una predecible amante carente de toda creatividad. Sin embargo, su fuego interior la convierten en una sabia puta algo rutinaria que sabe despertar mi lado animal para luego disfrutar siendo lastimada.

Marfil dice que me ama todo el tiempo, tal vez para convencerme a sí misma de lo que yo sé cuando le miro la carita ingenua.

ÉBANO

Ébano no es dueña de nada, ni de sí misma. No tiene dinero, por eso usa sus pocos centavos
para estar lo más cerca posible de mí. Se ama a sí misma y se tiene mucha fe. No tiene miedos porque no tiene nada que perder. Sus ojos son enormes, inocentes y traicioneros a la vez.

Ébano no toma pastillas, su única droga soy yo.

Cuando Ébano duerme conmigo, se recuesta en mi pecho, le gusta oír mis latidos como música y acurrucarse hasta perder el conocimiento. Su corazón busca siempre un porqué.
Aunque grite a todos que ama su soledad, ésta es su más grande miedo.

Ébano no tiene que pedir perdón porque no echa nada a perder. Sin embargo, a veces siente que pierde la batalla contra sus problemas, mismos que comparte conmigo y que la hacen andar en círculos. Su obsesión por los títulos y las etiquetas la hacen parecer más estúpida de en lo que realidad es. Ébano está leyendo este post y sabe que es ébano.

Ébano no me conoce en absoluto, no tiene cómo complacerme y nada que darme, salvo a sí misma, con sus virtudes y defectos. Algo que, aunque nos guste pensar lo contrario, no es suficiente hoy en día.

Yo cuido a Ébano, me gusta protegerla, sentir que tiembla cuando la abrazo y que pierde el control cuando estoy cerca de sus zonas débiles.

Ébano ama el silencio y me ha enseñado a amarlo también. Ébano prescinde fácilmente de toda maquina, todo lo que necesita para divertirse está en su mente y en su cuerpo, algo que me ha hecho saber desde siempre.

Ébano gasta tanto en sí misma como la Madre Teresa.

Ébano no tiene horarios para dormir, ni para levantarse, ni para hacer el amor (pues lo hace a toda hora y en cualquier parte). Es torpe cuando la poseo, pero su inocencia y su fragilidad me hacen perder la cabeza, sobre todo cuando me pide que tome sus manos y la abrace con fuerza al hacerla mía.

Ébano nunca me ha dicho que me ama, aún no sabe qué mierda significa eso.


¿Qué tienen en común Ébano y Marfil?, hasta donde sé, sólo las une su amor por Bob Esponja.


lunes, 3 de octubre de 2011

El programa perfecto





Hace unos días, mi profesora de producción televisiva nos dejó como tarea imaginar el formato televisivo que pueda derrocar a la imbatible Al Fondo Hay Sitio. "Todo el Perú ve Al Fondo Hay Sitio (usted también, señorita Sheyla, no niegue con la cabeza). Bien, ustedes deben crear el programa perfecto y exponerlo ante toda la clase, pueden traer ilustraciones o ayudas guía".


El día D, llegada mi hora, me paré frente a mis compañeros para pedirles que hagamos un ejercicio (el cual propongo también al lector) cerrando los ojos e imaginando los componentes del programa perfecto mientras yo iba describiendo los componentes. Cierren los ojos e imaginen esto en su pantalla de televisión:


Aparece Raúl Romero con una serpiente alrededor de su cuello, presentando un sensacional show llamado "Aquí no hay sitio". Cuatro modelos increíblemente hermosas y sin ropa bailan a su alrededor mirando a la cámara.

Cuatro actores mexicanos sacados de La Rosa de Guadalupe entran al set: Una niña que resulta ser prostituta, una madre apostadora, un papá cavernario y mecánico con dejo charro y un niño que se muere los primeros cinco minutos del programa. 


La niña dice a sus papás que es prostituta mientras ellos lloran frente al cajón de su niño asesinado por bullying. En ese momento ingresa Luz Clarita (La misma actriz con 65 años) cantando la canción de la novela con playback. La niña prostituta comienza a llorar y abraza a sus papás.


En ese momento, ingresa Laura Bozzo a preguntar mirando hacia la cámara y pidiendo "que pase el desgraciado", se abren las puertas y hace su ingreso Tongo cantando "Leydi Bi", mientras que la familia con el niño muerto y la niña prostituta olvidan sus problemas y bailan al ritmo de la canción del rollizo cumbiambero. 


Mientras todo eso ocurre, a unos metros (el set es grande), Jaime Bayly está sentado en una silla diciendo "Bienvenidos, esto es el Francotirador y...", su speech habitual es cortado por Johanna San Miguel que ingresa vestida como Queca y tirándole dinero a la gente (sí, hay público en vivo) que tiene solo un minuto para agarrar el dinero. Mientras la gente se pelea por el dinero y Laura Bozzo sigue gritando hacia la cámara, Federico Salazar y Mónica Delta entran con ropa sumamente brillante y bailando "La Coqueta".


El público alista las paletas para calificar, mientras Queca sigue tirando dinero, Laura pide orden y las modelos bailan al ritmo de una canción increíblemente mal compuesta para promocionar toallas higiénicas que suena al mismo tiempo que el "Leydi Bi de Tongo". Jaime Bayly vuelve a decir que esto es el Francotirador, mientras Raúl Romero ya tiró la serpiente que empieza a estrangular a Luz Clarita, que sigue cantando impecablemente con playback pese a que la serpiente oprime su cuello. 


En medio de todo ese cuadro, ingresan en primer plano La Tigresa Wendy y el Delfín para cantar Que Bonito es Israel con todo el caos de fondo. Huaycoloro los guía y le pide al público que aplauda. La gente no sabe si aplaudir con la canción de toallas higiénicas, con Leydi Bi, con La Coqueta o con Israel, así que todos optan por aplaudir al ritmo del tema que les guste más, ya que todos están sonando a la vez.


Raúl Romero agradece al público mientras el set se incendia y todos evacúan ordenadamente sin dejar de decir sus respectivas líneas.


Sin dar crédito a lo oído, la profesora me dice que mi exposición fue una auténtica burla y me ordena que me retire de la clase. Mientras cojo mis cosas, me percato de que ella estuvo tomando nota y una sonrisa se dibuja en mi rostro mientras cierro la puerta del salón.



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De la selva, su Nutria

La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora. M...