martes, 30 de agosto de 2011

Cobarde

"A veces hay que arriesgarse a la cachetada porque o si no nunca pasa nada, mira, esa es la verdad"

- Bacilos, "Bésela ya" -



Para todos los que pudimos decírselo y no lo hicimos. La incertidumbre es más amarga que el error.


Nunca he sido bueno en la cocina, lo admito, soy un completo desastre. Si algo he aprendido a preparar, son las palomitas de maíz. Es probable que el fino harte de hacer palomitas de maíz me haya sido concedido por los dioses para compensar mis otras limitaciones humanas. Esa tarde de febrero, en mi cocina, me disponía a hacer gala de mi precario arte con aceite y cucharón de madera. Tú y yo veríamos una película en mi cuarto después de medio año.

Yo acababa de salir de una relación, tú tenías dudas respecto a iniciar una. El primer amor de mi vida estaba ahora muy lejos, pero el segundo estaba frente a mí, en mi cocina, mirándome con cara de no entender nada sobre el llevar una relación, la primera vez y el preparar pop corn.

Tras aconsejarle el modo de hacer la gran pregunta a su amado de ocasión, una incómoda vocecilla en mi interior me grita "cobarde". "Cobarde" por no podértelo decir, "cobarde" por no atreverme, "cobarde" por ser el más idiota del mundo como todos en algún momento. "Cobarde".

Me preguntas si me pasa algo y por qué mi mirada se pierde, te digo que me preocupa profundamente que el pop corn no reviente, que nuestra comedia de Jim Carrey se vaya al carajo y que la tarde termine sabiendo a snack o pan con mantequilla, en vez de pop corn. Te ríes, te ríes escandalosamente y algo se muere en mi interior.

El tazón de pop corn caliente despide un olor místico. Huele a cine, me dices, mientras sirvo las bebidas. Volteo para celebrar tu broma cuando te encuentro a escasos centímetros de mí. Te quedas en silencio y sin decirme nada. Mi corazón se acelera en la sensación más cercana al infarto.

Tus dedos buscan mi mano y te acercas a mí con la respiración cortada. Mi cerebro se anula y comenzamos a besarnos furiosamente, con toda la fuerza de 5 años contenidos y forcejeando como si fuéramos a aniquilarnos mutuamente en ese instante.

No es que no haya hecho el amor antes en una cocina y no es que no haya estado tan cerca de ti como en esta ocasión: antes habíamos dormido juntos, pero esto era algo totalmente distinto a lo que pudiéramos imaginar. Sin nada de hambre, ni prisa, ni ropa, vuelves a besarme despacio, jugando con mi pelo y rodeando mi cuello con un brazo. El tiempo se detiene y con mirada suplicante te pido ser el primero.

Sonríes, lo haz estado esperando, me das un beso y te dispones a lo inevitable. Te pregunto si sabes lo que estás haciendo, respondes que siempre lo supimos.
...

La olla se quema, imbécil. Me percato del olor a quemado y tú, en la misma mesa y esperando a ver el monstruoso resultado de mi intento de concinar, te ríes. Me preguntas si estoy en drogas y por qué me he quedado por unos segundos con expresión de idiota (más de lo habitual). Me percato de lo ocurrido y apago la hornilla. La canchita con olor a cine es en realidad un amasijo negro que deberé despegar de la olla por andar soñando despierto.

La película ha terminado y te dispones a volver a casa. En mi pasillo que da a la calle, me preguntas si estoy bien una vez más y me abrazas pidiéndome que nos volvamos a ver en un par de semanas para saber cómo te fue. Me agradeces el poder contar conmigo y al soltarme, te detienes unos segundos a un centímetro de mi rostro. Tras unos segundos, los ceños se fruncen al mismo tiempo y un "no" dicho en coro da por terminada la fatal tarde

Tu sonrisa es lo último que veo antes de cerrar la puerta, girando la llave con más furia que nunca y odiándome a mí mismo por cobarde, por no intentarlo jamás y por saber que no tendré otra oportunidad de decírtelo.

La amistad suele ser una línea delgada y fácil de cruzar en un camino que puede no tener regreso. La vocecita que me grita "cobarde" se ha quedado afónica de tanto repetirlo. Mientras caigo sentado al suelo, le doy la razón con los ojos húmedos.

martes, 23 de agosto de 2011

Ya falta poco




Amanece el lunes con la maldición del despertador. Mis manos tantean la mesa en busca del buen celular que me recuerda que es hora de ir a trabajar. Le arranco la batería en busca de los ansiados 5 minutos más. Faltando 30 minutos para mi hora de entrada, despierto sobresaltado y maldiciendo al inventor del tráfico.

He llegado a base, donde mi jefa, Malvina Hitler, teclea compulsivamente una nota acerca de la vida privada de una top model que nunca conoció ni que conocerá, pero que en ese momento es lo más importante para ella. Me pide que revise los diarios serios y que me fije en qué intimidad ha decidido publicar Bayly en su columna de los lunes.

A pocos minutos, abro el chat del Facebook en donde me espera una jefa de prensa de alguna agencia que me hablará en buenos términos que maquillen dulcemente el "publica mi nota cuanto antes, carajo". Hora de encender la televisión: el romance de una modelo con una futbolista, la ruptura de una exvedette que ahora es señora y una que otra diva que "no descarta algo". Sí, el "no descartar" siempre funciona para generar la ilusiones del sí.

Martes. Ya de comisión, el infierno se desata ante mis ojos: la rubia modelo de la tele aparecerá en un centro comercial fingiendo que es fanática de la banda internacional que está por venir a Lima. Nunca ha oido siquiera una sola canción del grupo, no tiene la menor idea de su procedencia ni quién rayos canta "Baidewei", ella solo tiene que estar ahí, ser linda y dar a entender algunos detalles de su vida privada (sí, "no descarto" esto y lo otro) mientras que un montón de micrófonos se le acercan impulsivamente como invitándola a una felación.

Del otro lado, una cabra (defino cabra como un andrógino chillón y tragicómico distinto a los homosexuales decentes y respetables que conozco) increíblemente ruidosa y con rostro equino presume de su talento, su inexistente belleza femenina y de su próximo ingreso a la televisión por la puerta grande "en unos mesesitos nomás". Sus amigas sonríen y fingen admiración mientras critican y rajan de la rubia que tienen en frente: maldito bicho perfecto que debe morir por bello.

Entonces comienzan los comentarios a espaldas de la entrevistada posteriores a las indispensables preguntas sobre su vida privada, algo que yo llamo "el síndrome post-entrevista". Nunca tendrán su cuerpo, ni su gracia: "Tiene celulitis". Nuncan tendrán a un chico (incluyendo a la cabra) como el futbolista que se fijó en ella: "Es una puta". Nunca tendrán el valor de pararse sobre un escenario: "Maldita figureti". Nunca tendrán una vida más interesante que la de ella: "Que poca vergüenza". No importa que tan buena sea, siempre tendrán una crítica para ese ser al que nunca alcanzarán, pero que las necesita para ser inalcanzable.

Me acerco a la modelo fingiendo interés en lo que está promocionando. Tras darle 50 segundos para justificar su contrato informándome del concierto, procedo a escudriñar en su intimidad aunque me odie por hacerlo. Me dice que no hablará de su vida privada y yo acesto la primera puñalada con un buen "se dice", "la gente puede pensar" u "otras modelos dicen tal o cual cosa que daña tu imagen". Su resistencia es poca, termina dándome el dato que necesito y por el que mi jefa mata.

Vuelvo a base un jueves con mucho morbo en mi grabadora y muchas ganas de que sea viernes, mi jefa me somete a un riguroso interrogatorio. No es necesario que le cuente lo que ocurrió con la vida de la plástica celebridad, pero ella parece disfrutarlo intensamente. Necesita saber qué ocurrió con ella, para luego justificar el llamarla "puta" en reuniones, salidas y tés de domingo con amigas que pensarán lo mismo por las razones expuestas anteriormente en el "síndrome post-entrevista".

Llegó el viernes y yo he olvidado por completo a la maldita modelo y el futbolista con el que le tocó acostarse (o con el que dijo acostarse). Mi amigo y colega de Canal 8 me llama para contarme el último chongo de la hermana de la famosa modelo. Mi cariño hacia él hace que termine de escucharlo fingiendo interés. Tras despedirme y colgar, pienso en cómo puede sentir placer por vivir una vida ajena y no la suya propia. La respuesta me aterra, así que decido concentrarme en mi terapia: el ensayo para el show del sábado.

Llega la noche del sábado y es hora de cantar, de dejar mi alma sobre un escenario, de sentir mi vocación desgarrándome el alma por pedacitos en una sensación de placer intenso al hacer algo para lo que naciste. Pero aún falta algo que la noche del domingo me muestra caprichosamente.

La semana termina conmigo de pie aplaudiendo delante de un escenario un domingo por la noche. Ha terminado la obra que esperaba ver durante semanas y un pedazo de mí se muere recordándome que es encima de ese escenario donde quiero estar, donde necesito continuar el resto de mi vida.

Vuelvo a casa y abrazo a papá. "Ya falta poco, muchacho, ya falta poco, acaba tu universidad y vuelve a tu teatro y no jorobes. Hora de dormir". Me acuesto sabiendo que llegará el lunes con la misma jefa, la misma modelo, el mismo futbolista, la misma cabra(s) y el mismo amigo obsesionado con la hermana de la modelo. Mis sábados y domingos son de redención, pero ya no son suficientes. Soy un delfín atrapado en una pescera. Esta historia continuará, se los juro.

domingo, 14 de agosto de 2011

El hombre de mi vida

El hombre de mi vida tiene mucho de niño, aunque sus 72 mayos, 21 de ellos junto a mí, me hayan hecho entender que nunca podremos pensar o expresarnos igual, pese a que sentimos lo mismo.

Él vibra con el Dúo Ayacucho mientras mastica mote con queso, yo como Happy Brownies disfrutando de Enigma. Él siente la lírica de Martina Portocarrero y su 'hermano pajarillo', mientras yo no paro de sacudir la cabeza escuchando a Simone Simons y Mark Jansen en la versión grunge de "Quietus". ¡Apaga tu bulla, carajo, parece que está cantando el diablo!, creo que ya entendieron.
Al hombre de mi vida no le gusta que lo abracen, lo detesta, o al menos eso me hace saber cada vez que lo intento. Suéltame, carajo, hace calor. No importa si es invierno o estamos en la sierra, siempre hará calor, viejo renegón, siempre.
He desistido de apoyar mi cabeza en su hombro, porque me hará saber nuevamente que mató a su loro por posarse precisamente ahí. Siempre he pensado que el mejor retrato de mi dilema junto al hombre de mi vida (y su faceta más desesperante) es la hora del almuerzo. Hora de comer: en sus marcas, listos, fuera.
ROUND 1: COMER SIN HABLAR
Tomo la sopa con algo de prisa para poder llegar a tiempo al trabajo. Mi apuro hace que no pueda hablar con la impulsividad y velocidad de siempre. Los fideos y las verduras me han callado la boca placenteramente, al menos por el momento.
“¿Por qué no hablas?, ¿Qué pasa?, ¿no te gusta la comida?”  No respondo al hombre de mi vida, porque el bolo alimenticio, mezclado con un esfuerzo muscular par hablar, podría ahogarme hasta ponerme morado.
¡Claro!, este cholo se sacrifica, se parte el lomo para darte algo de comer y tú, mal agradecido, no aprecias lo que uno hace con esfuerzo, ni más vuelvo a cocinar para ti, muchacho, ¡NI MÁS!
Esta es la parte en que hago la cuenta regresiva para el habitual final de la perorata...3,2,1…TODA LA VIDA LO MISMO CONTIGO!!!!
ROUND 2: HABLAR SIN COMER
Mi sopa ya no es devorada raudamente, sino tomada con paciencia para alternarlo con las cálidas palabras de una conversación familiar inducida y algo forzada. Los fideos y las verduras ahora dan vuelta en el plato, sumergiéndose en el caldo con impaciencia y de seguro maldiciéndome por ahogarlos al propósito.

“Ah, te felicito por tu trabajo, pero ¿por qué no comes?, ¿no te gusta la comida?” Le respondo al hombre de mi vida halagando su sazón, pero le confieso que quiero conversar más con él.
“¡Claro, mocoso engreído!, me quieres venir a mecer y a mentir con tus cuentos para disimular que no te gusta la comida. ¡Claro, crees que puedes burlarte de este cholo que cocina para ti, se sacrifica y se parte el lomo y...(creo que ya saben el resto)!
Lo veo venir, su expresión me lo anuncia, ya casi, su ceño se frunce y...TODA LA VIDA LO MISMO CONTIGO!!!!
ROUND 3: HABLAR Y COMER AL MISMO TIEMPO
Al carajo con mi sopa, hablar y comer aún arriesgándome al atoro son mi salida desesperada al dilema del almuerzo, mi última chance de no ser aplastado y callado por ese hombre al que amo tanto.
“Termina de comer, Álvaro, luego me cuentas”, me anula antes de intentar cualquier cosa. Pero no se levanta de la mesa sin lanzármela de taquito: “TODA LA VIDA LO MISMO CONTIGO”.
Al hombre de mi vida no le gusta que le canten “Viejo, mi querido viejo” porque te manda al carajo a ti y a Piero recordándote que está en mejores condiciones que cualquier hombre de su edad.
Puede ser el más hospitalario con sus atenciones, pero una metralleta si de herirte se trata, pues sabe que son las suyas las únicas palabras que me causan algún dolor, no otras. Sin embargo, guarda su filuda inyección de ácida culpa para cuando quiero salir de juerga más de dos veces por semana. Unas pocas palabras me harán quedarme en mi sitio aunque mis 22 me den todo el derecho de irme sin regresar.
El hombre de mi vida es un santo, lo es más porque no me engendró, pero se echó a cuestas todo el trabajo de quien en verdad lo hizo. Lo es porque no vino con la palabra “papá” en la frente, sino que se la ganó aguantando mi llanto, mis majaderías, mi ingratitud y el no saber a qué hora llegaré. Esperándome con los reproches cargados y listos para dispararse, sí, pero esperando al fin.
Aún le digo que lo quiero antes de salir por la puerta y, aunque no me lo responda, la comida caliente a mi regreso es su “te quiero” al doble. Porque así eres, dos veces papá. Somos tú y yo, solos los dos, antes éramos 3 pero te deshiciste del perro.  Eres el hombre de mi vida, pues me llenaste de amor a tu manera agridulce y dura.
“Apaga tu ‘lactoc’, carajo, son las doce de la noche”, lo que tú digas, capitán, lo que tú digas.  

domingo, 7 de agosto de 2011

Feliz cumpleaños


I

Diana llora frente al teléfono mientras habla con su amigo de alguna comunidad religiosa de nombre pomposo. Aldo intenta dormir para no escuchar sus lágrimas, mañana es su cumpleaños número 10 y, aunque se trate de su madre, no lo arruinará por otra pasada de copas.


- Mi hijo no me quiere, pastor, ¿qué puedo hacer?, creo que soy una cagada y debería irme de casa y ya no luchar por él, su resentimiento no le deja ver que lo amo, pastor...-

 

Él ha tirado las sábanas y acude a la sala a cortar la melodramática confesión de comunidad religiosa que atiende a sus feligreses a las 3 y media de la mañana. Con la furia de sus 9 años, mañana 10, decide cortarle el teléfono a mamá.

 

- Hijito, ¿Por qué cortas?, estoy hablando con un sabio que me ayudará a recuperar tu amor y entrar en tu corazón podrido por el odio... -

 

- Diana, ¿puedes dejar tu complejo de Telejuan 19 e irte a dormir?, en verdad quiero tener un puto cumpleaños tranquilo -

 

- Hijito, ¿por qué me odias?, ¿por qué no hay paz en tu corazón?, dime que me amas -

 

- Ya, te amo. Ahora vete a dormir, estoy cansado y mañana es un día atareado -

 

- Tú no me amas -

 

- Te amaré más cuando despiertes por la mañana y huelas menos a cerveza -

 

Diana camina al medio de la sala con dos peluches, se siente en una esquina y saca un cuchillo del bolsillo de la osa con moño.

 

- Ustedes van a ser mis hijitos, ya que su hermano Aldito no me ama, no me puede perdonar el ser una madre cagada -

 

- Diana, basta, necesito dormir y tú también -

 

- Tal vez cuando mamita muera, aprenderás a amarme -

 

Aldo se avalanza sobre Diana para impedir que cometa una tontería, tal vez porque aún la ama. Tal vez porque quiere evitar el charco de sangre en el suelo y salir en 90 Segundos al dìa siguiente, quizás porque quiere abrazarla y decirle "te amo" cuando este lo suficientemente sobria para escucharlo.

 

- Detente, carajo -

 

- Suéltame, no me amas, no te metas en mi decisión -

 

- No te vas a matar aquí, Diana -

 

- Dime mamá, hijo de puta, dime mamá -

 

- Mamá, no te mates, por favor -

 

- Entonces duerme conmigo esta noche -

 

Diana y Aldo duermen juntos. Aldo sostiene el cuchillo y lo aleja lo más posible mientras rasca suavemente la cabeza de Diana, su díscola madre que despertará mañana con una mala noticia y la sensación de no recordar nada.


II

Aldo es despertado por el fuerte ruido de la aspiradora. No encuentra a Diana y en su lugar hay una osa con moño partida por la mitad y otro ratón de felpa que no corrió tan mala suerte. Abre los ojos de inmediato y corre a buscar a su madre. Diana limpia rápidamente entre los sillones, pues tiene que dejar todo listo para la fiesta de Aldo y recibir a sus amiguitos antes de las 10 de la noche.

 

- ¡Feliz cumpleaños, mi vida!, ya tienes 10 y eres todo un hombrecito -

 

- ¿Estás bien? -

 

Diana apaga la aspiradora con su mejor sonrisa.

 

- Sí y te tengo el mejor regalo: me mudaré a vivir contigo, lo hablé con papá (el abuelo de Aldo) esta mañana -

 

- Tú no volverás a vivir conmigo, no con tus intentos de suicidio nocturnos, tu borrachera, tu secta de mierda y tus ganas de arruinarme la vida -

 

El abuelo no da crédito a lo que oye.

 

- ¿Qué ha querido decir el muchacho con eso, Diana? -

 

Aldo y el abuelo miran a Diana esperando una respuesta, ella tira la aspiradora y comienza a llorar.


III

La moza nueva del Índigo Bar está nerviosa, su novio acaba de decirle que tampoco habrá sexo esta noche porque no irá a recogerla. "Mi jefe me ha pedido que trabaje extra". Ella no lo cree, sabe que hay otra, ha visto demasiadas novelas de Televisa. No hay tiempo para pensar en eso, debe llevar la sangría a la mesa de una señora mórbida y su gigolo de 21 años, quienes hablan y ríen escandalosamente. 


La moza lleva la jarra y la sirve odiando a la señora; no por libidinosa, sino por tener un acompañante joven para esta noche, a quien se llevará a la cama sin necesidad de decirle " te quiero". 

 

- ¿Viste?, la muy puta me veía como si fuera un monstruo, otra más que cree que somos pareja -

 

Diana alza su vaso para brindar.

 

- Podríamos pasar por hermanos, tómalo como un cumplido de alguien que no pagará la cuenta. -

 

Aldo Quintana corresponde al brindis con la sonrisa sarcástica que lo caracteriza.

 

- Hijito, han pasado once años y estaba pensando, ¿no te gustaría que ambos... -

 

- Olvídalo, no viviremos juntos, ni ahora, ni nunca. Salud -

 

Diana sonríe tímidamente, no conoce al hombre que tiene en frente y se siente una tonta por no poder decir, "te conozco como si te hubiera parido". Pese a haber parido a Aldo, no conoce que otras bromas le jugará el destino antes de volverse a sentar y brindar como dos viejos amigos en el Índigo Bar.

 

- Salud, bebé, salud -





martes, 2 de agosto de 2011

Certezas



Alan García debería bailar en El Gran Show.


Dharma y Greg son la pareja perfecta.


No te volveré a ver, pese a que te tengo en frente.


Mi madre está totalmente loca.


El Facebook es una prostituta que socava las relaciones sentimentales.


Las prostitutas no tienen Facebook.


Te extraño.


No nací para permanecer cuerdo.


El amor se disfruta mejor cuando no tienes la más puta idea de qué ocurrirá mañana.


La pregunta "¿Qué somos, amor?" es el peor invento del siglo XX.


Yo nací en Miraflores y moriré en el mismo distrito.


Mi mejor amigo, Tito, tiene la capacidad de leer mi mente y eso le causa risas en circunstancias inadecuadas.


Jaime Bayly fingiéndose muerto recuerda a Lady Gaga en Alejandro.


Walter 'Cachito' Ramírez debería ser embajador de la Marca Perú, junto con el pollo de Píos Chicken.


La mejor forma de mantener el amor es ser un hijo de puta dentro de la cama y no fuera de ella.


No existe peruano que no vea Al Fondo Hay Sitio, no existe. Si alguien te dice que no lo ve, es mentira y lo hace a escondidas.


El cuy es el animal más sexy que existe.


Tengo una obsesión insana con los kirkinchos, pese a que el cuy es el animal más sexy que existe.


No te amo.



Archivo

De la selva, su Nutria

La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora. M...