- Bacilos, "Bésela ya" -
Para todos los que pudimos decírselo y no lo hicimos. La incertidumbre es más amarga que el error.
Nunca he sido bueno en la cocina, lo admito, soy un completo desastre. Si algo he aprendido a preparar, son las palomitas de maíz. Es probable que el fino harte de hacer palomitas de maíz me haya sido concedido por los dioses para compensar mis otras limitaciones humanas. Esa tarde de febrero, en mi cocina, me disponía a hacer gala de mi precario arte con aceite y cucharón de madera. Tú y yo veríamos una película en mi cuarto después de medio año.
Yo acababa de salir de una relación, tú tenías dudas respecto a iniciar una. El primer amor de mi vida estaba ahora muy lejos, pero el segundo estaba frente a mí, en mi cocina, mirándome con cara de no entender nada sobre el llevar una relación, la primera vez y el preparar pop corn.
Tras aconsejarle el modo de hacer la gran pregunta a su amado de ocasión, una incómoda vocecilla en mi interior me grita "cobarde". "Cobarde" por no podértelo decir, "cobarde" por no atreverme, "cobarde" por ser el más idiota del mundo como todos en algún momento. "Cobarde".
Me preguntas si me pasa algo y por qué mi mirada se pierde, te digo que me preocupa profundamente que el pop corn no reviente, que nuestra comedia de Jim Carrey se vaya al carajo y que la tarde termine sabiendo a snack o pan con mantequilla, en vez de pop corn. Te ríes, te ríes escandalosamente y algo se muere en mi interior.
El tazón de pop corn caliente despide un olor místico. Huele a cine, me dices, mientras sirvo las bebidas. Volteo para celebrar tu broma cuando te encuentro a escasos centímetros de mí. Te quedas en silencio y sin decirme nada. Mi corazón se acelera en la sensación más cercana al infarto.
Tus dedos buscan mi mano y te acercas a mí con la respiración cortada. Mi cerebro se anula y comenzamos a besarnos furiosamente, con toda la fuerza de 5 años contenidos y forcejeando como si fuéramos a aniquilarnos mutuamente en ese instante.
No es que no haya hecho el amor antes en una cocina y no es que no haya estado tan cerca de ti como en esta ocasión: antes habíamos dormido juntos, pero esto era algo totalmente distinto a lo que pudiéramos imaginar. Sin nada de hambre, ni prisa, ni ropa, vuelves a besarme despacio, jugando con mi pelo y rodeando mi cuello con un brazo. El tiempo se detiene y con mirada suplicante te pido ser el primero.
Sonríes, lo haz estado esperando, me das un beso y te dispones a lo inevitable. Te pregunto si sabes lo que estás haciendo, respondes que siempre lo supimos.
...
La olla se quema, imbécil. Me percato del olor a quemado y tú, en la misma mesa y esperando a ver el monstruoso resultado de mi intento de concinar, te ríes. Me preguntas si estoy en drogas y por qué me he quedado por unos segundos con expresión de idiota (más de lo habitual). Me percato de lo ocurrido y apago la hornilla. La canchita con olor a cine es en realidad un amasijo negro que deberé despegar de la olla por andar soñando despierto.
La película ha terminado y te dispones a volver a casa. En mi pasillo que da a la calle, me preguntas si estoy bien una vez más y me abrazas pidiéndome que nos volvamos a ver en un par de semanas para saber cómo te fue. Me agradeces el poder contar conmigo y al soltarme, te detienes unos segundos a un centímetro de mi rostro. Tras unos segundos, los ceños se fruncen al mismo tiempo y un "no" dicho en coro da por terminada la fatal tarde
Tu sonrisa es lo último que veo antes de cerrar la puerta, girando la llave con más furia que nunca y odiándome a mí mismo por cobarde, por no intentarlo jamás y por saber que no tendré otra oportunidad de decírtelo.
La amistad suele ser una línea delgada y fácil de cruzar en un camino que puede no tener regreso. La vocecita que me grita "cobarde" se ha quedado afónica de tanto repetirlo. Mientras caigo sentado al suelo, le doy la razón con los ojos húmedos.
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No eres tú, son ellos.