Amanece el lunes con la maldición del despertador. Mis manos tantean la mesa en busca del buen celular que me recuerda que es hora de ir a trabajar. Le arranco la batería en busca de los ansiados 5 minutos más. Faltando 30 minutos para mi hora de entrada, despierto sobresaltado y maldiciendo al inventor del tráfico.
He llegado a base, donde mi jefa, Malvina Hitler, teclea compulsivamente una nota acerca de la vida privada de una top model que nunca conoció ni que conocerá, pero que en ese momento es lo más importante para ella. Me pide que revise los diarios serios y que me fije en qué intimidad ha decidido publicar Bayly en su columna de los lunes.
A pocos minutos, abro el chat del Facebook en donde me espera una jefa de prensa de alguna agencia que me hablará en buenos términos que maquillen dulcemente el "publica mi nota cuanto antes, carajo". Hora de encender la televisión: el romance de una modelo con una futbolista, la ruptura de una exvedette que ahora es señora y una que otra diva que "no descarta algo". Sí, el "no descartar" siempre funciona para generar la ilusiones del sí.
Martes. Ya de comisión, el infierno se desata ante mis ojos: la rubia modelo de la tele aparecerá en un centro comercial fingiendo que es fanática de la banda internacional que está por venir a Lima. Nunca ha oido siquiera una sola canción del grupo, no tiene la menor idea de su procedencia ni quién rayos canta "Baidewei", ella solo tiene que estar ahí, ser linda y dar a entender algunos detalles de su vida privada (sí, "no descarto" esto y lo otro) mientras que un montón de micrófonos se le acercan impulsivamente como invitándola a una felación.
Del otro lado, una cabra (defino cabra como un andrógino chillón y tragicómico distinto a los homosexuales decentes y respetables que conozco) increíblemente ruidosa y con rostro equino presume de su talento, su inexistente belleza femenina y de su próximo ingreso a la televisión por la puerta grande "en unos mesesitos nomás". Sus amigas sonríen y fingen admiración mientras critican y rajan de la rubia que tienen en frente: maldito bicho perfecto que debe morir por bello.
Entonces comienzan los comentarios a espaldas de la entrevistada posteriores a las indispensables preguntas sobre su vida privada, algo que yo llamo "el síndrome post-entrevista". Nunca tendrán su cuerpo, ni su gracia: "Tiene celulitis". Nuncan tendrán a un chico (incluyendo a la cabra) como el futbolista que se fijó en ella: "Es una puta". Nunca tendrán el valor de pararse sobre un escenario: "Maldita figureti". Nunca tendrán una vida más interesante que la de ella: "Que poca vergüenza". No importa que tan buena sea, siempre tendrán una crítica para ese ser al que nunca alcanzarán, pero que las necesita para ser inalcanzable.
Me acerco a la modelo fingiendo interés en lo que está promocionando. Tras darle 50 segundos para justificar su contrato informándome del concierto, procedo a escudriñar en su intimidad aunque me odie por hacerlo. Me dice que no hablará de su vida privada y yo acesto la primera puñalada con un buen "se dice", "la gente puede pensar" u "otras modelos dicen tal o cual cosa que daña tu imagen". Su resistencia es poca, termina dándome el dato que necesito y por el que mi jefa mata.
Vuelvo a base un jueves con mucho morbo en mi grabadora y muchas ganas de que sea viernes, mi jefa me somete a un riguroso interrogatorio. No es necesario que le cuente lo que ocurrió con la vida de la plástica celebridad, pero ella parece disfrutarlo intensamente. Necesita saber qué ocurrió con ella, para luego justificar el llamarla "puta" en reuniones, salidas y tés de domingo con amigas que pensarán lo mismo por las razones expuestas anteriormente en el "síndrome post-entrevista".
Llegó el viernes y yo he olvidado por completo a la maldita modelo y el futbolista con el que le tocó acostarse (o con el que dijo acostarse). Mi amigo y colega de Canal 8 me llama para contarme el último chongo de la hermana de la famosa modelo. Mi cariño hacia él hace que termine de escucharlo fingiendo interés. Tras despedirme y colgar, pienso en cómo puede sentir placer por vivir una vida ajena y no la suya propia. La respuesta me aterra, así que decido concentrarme en mi terapia: el ensayo para el show del sábado.
Llega la noche del sábado y es hora de cantar, de dejar mi alma sobre un escenario, de sentir mi vocación desgarrándome el alma por pedacitos en una sensación de placer intenso al hacer algo para lo que naciste. Pero aún falta algo que la noche del domingo me muestra caprichosamente.
La semana termina conmigo de pie aplaudiendo delante de un escenario un domingo por la noche. Ha terminado la obra que esperaba ver durante semanas y un pedazo de mí se muere recordándome que es encima de ese escenario donde quiero estar, donde necesito continuar el resto de mi vida.
Vuelvo a casa y abrazo a papá. "Ya falta poco, muchacho, ya falta poco, acaba tu universidad y vuelve a tu teatro y no jorobes. Hora de dormir". Me acuesto sabiendo que llegará el lunes con la misma jefa, la misma modelo, el mismo futbolista, la misma cabra(s) y el mismo amigo obsesionado con la hermana de la modelo. Mis sábados y domingos son de redención, pero ya no son suficientes. Soy un delfín atrapado en una pescera. Esta historia continuará, se los juro.
:D
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