jueves, 7 de abril de 2016

No llores


No quiero volver a ver esos ojitos llorar. No. Mientras levanto tu cuerpo del suelo, con cierto esfuerzo y debilidad física por la hora (5:30 AM), me repito esta frase en mi mente una y otra vez.

Estuve haciéndome el dormido, lo sabes, lo sé. Es por eso que el sonido de tus sollozos y tu intento de respirar con las lágrimas ahogándote me sacó de mi coraza de falso sueño para girarme y encontrar tu cuerpo casi inerte en el suelo.

He aprendido a reconocer las lágrimas falsas, las huelo, las identifico perfectamente y las detesto, diría que hasta su composición química es distinta, al punto de disparar mi sarcasmo natural y sacar lo peor de mí. Esta noche que se nos iba era un caso distinto, tus ojos húmedos tenían algo que decir y sacaban a tirones la vena débil que tanto me he esforzado en ocultar a los demás.

Con cierto esfuerzo, logré subirte de nuevo a la cama pidiéndote una sola vez que dejes de llorar. Y es que hay que decir la verdad: ningún hombre merece tus lágrimas, ninguno; mucho menos yo, que tengo más errores de fábrica de los que puedo contar.

Insistes en que soy el amor de tu vida y que no me vaya. Yo mismo me había decidido a no convertirme en eso para alguien otra vez, no después de tanto, no con esta fuerza. Supongo que a veces, para aquellos que no vivimos buscando el amor, este suele jugarnos bromas inciertas y golpearnos la cabeza como ese compañero molestoso del colegio que te lanza un lapo y te agarra desprevenido para luego correr riéndose de ti.

Seco tus lágrimas con mis manos y te digo que ya todo está bien. Me respondes que no puede estar bien si decido alejarme. Tus palabras me recuerdan a las de ese adolescente dependiente que fui alguna vez, presa de sus sentimientos y con publicaciones emotivas en Facebook, una más estúpida y ridícula que la otra. Siempre recuerdo con ternura esa etapa y tú me la recuerdas ahora mientras te alcanzo el inhalador.

Horas antes, tus amigos y amigas trataban de calmarte en la cocina diciéndote que "Álvaro te ama". Tres palabras que yo mismo estoy en proceso de asimilar, pero que al fin y al cabo repiten con razón. Aunque Hollywood nos lo venda como algo loco y aquello que te hace saltar de un tren, el amor tiene mucho de razón, es un constante juego de ajedrez psicológico donde sólo triunfa quien sabe mover sus piezas dejando al corazón en segundo lugar. Esta noche sufrí un jaque mate que me hizo tragarme el orgullo con una copa de vino.

Recuerdo a algunas personas llorando por mí justo como tú ahora, algunas de ellas siguen en mi vida y otras solo se fueron llevando su maleta y su amor propio en un frasco de conserva. Algunas de ellas han dejado de llorar para evolucionar, pero otras lo siguen haciendo por el puro gusto de convertir su vida amorosa en una telellorona de bajo presupuesto, aún así a todas esas personas les digo que no merecía sus lágrimas. Nadie las merece, nadie merece que te quiebres, nadie merece que alteres tu paz emocional; cuando entiendes eso, has dado un gran salto comparable al de cualquier gimnasta olímpico, solo que sin aplausos, ni medallas, ni laureles, ni Gatorade gratis.

Si alguna vez lloras, que sea para volverte más fuerte y para dejar salir aquello que te oprime el pecho. Hazlo a solas o acompañado, con Adele o Tony Rosado, hazlo y que al pararte nuevamente el mundo sepa que no te aplastó, que sólo hiciste una pausa para cicatrizar y ahí estás de vuelta para conquistarlo cual Pinky y Cerebro.

Volviendo al cierre de la noche, he conseguido normalizar tu respiración y ahora todo se oscurece mientras te duermes en mi pecho. Cuando llegue la hora, amor, seré yo quien necesite de regreso ese favor y dormir por días sin más almohada que tú, lejos de todo ser humano que alguna vez me conoció. 

Pero no nos precipitemos tanto, volvamos al presente, a este momento en el ya duermes en mis brazos flacos y en el que he triunfado; no por tener razón, sino por que tus próximas lágrimas serán de alegría, las únicas justificadas cuando amas alguien como ahora te amo yo. Alista el Kleenex que lo vas a necesitar. Y aunque suene contradictorio, a menos que sea de felicidad y por euforia incontrolable, no quiero volver a ver esos ojitos llorar.


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