A: Pepo, Alex, Paloma, Don Patricio y Pablo
Mi escala en Antofagasta de madrugada me ha dejado las ojeras de una película de Tim Burton, pero ni el trance ni la cara de pocos amigos de migraciones y "responda puntual a mis preguntas" me borra las ganas que tengo de conocer Chile.
El humor negro entre mi hermano Pepe, de Calera él, y este servidor roza la crueldad si le sumas los estereotipos del peruano en tierras mapochas.
- "Vengo a decirte que mi aeropuerto es mas bonito que el tuyo po'"
- "Solo a eso?"
- "Sí. Y ya me voy"
Mientras me ayuda con la maleta, gozo de su talento para el sarcasmo, el cual me hace querer y admirar más a mi anfitrión chileno. Le devuelvo el cumplido:
- "Vamos por algun plato típico? Ah, espera, no tienes ninguno"
Sonríe y me abraza dándome la bienvenida. En el aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago, los familiares y amigos de los viajeros pueden verte desde arriba, como en una casa acrílica de hamster o una incubadora. Tras el desembarque, los taxistas te abordan en llegadas internacionales como una bandada de buitres sobre un cadáver con maleta y cámara.
Aunque la mayoría de habitantes discrepan con mi opinión, Santiago me resulta ordenada y correcta. Su Metro y el Transantiago (una versión Parchís del Metropolitano peruano) me restregan la prehistoria urbana en la que vivo con nuestro ridículo corredor azul de Susana Villarán que espero ver incendiarse algun día al ritmo del Kurikitaka. Los que no pagan pasaje en el bus generan atraso y son vistos de mala forma, aunque haya uno que otro que siempre se pasa de gracioso.
El mercado del centro de Santiago, al que llego en bicicleta por todo Independencia y cruzando el río Mapocho, es la mejor opción para disfrutar una buena sopa de machas y picante del mismo molusco extinto en mi país. El ceviche chileno es una experiencia distinta, con su pan (sí, pan) y sus inmensos limones agrios amarillos. En el corazón de este imperio comercial puedes encontrar restaurantes de mariscos a buen precio.
Los refrescos Kapo en cojín de 400 pesos me hacen revivir mi infancia, cuando este producto estaba circulación en Perú. Me separan del carrito de refrescos para evitar que me termine todo el stock de la ciudad. El mote con huesillo es otra opción llamativa y económica, algo así como el postre de duraznos asados con miel de chancaca, excelente para calmar la sed.
Un amable vendedor de pescado me dice que no encontraré frambuesas, "pero coma frutilla", su mala noticia eleva mi terquedad a la décima potencia. A pocas cuadras de la plaza de armas, sus exposiciones y su teatro callejero, encuentro buenas juguerías para disfrutar del elixir hasta decir basta. "No creo que hayan suficientes frambuesas en la ciudad, este es su décimo vaso, mi niño, usted tiene un problema". No puede juzgarme, amable colombiana, no puede juzgarme.
A hora y media en bus, Viña del Mar aguarda con sus playas, su Sheraton y su somnolencia, pues no es época de festival. Siempre oscurece tarde, por eso no es extraño encontrar gente tomando el sol a las 20 ó 21 horas. Algo insólito para el visitante y muy común para el chileno. No olvides bloqueador y caminar hasta el reloj de flores. No, Alvaro, vas por tu vigésimo cuarto Kapo, ya fue suficiente.
El persa del Franklin, el primo hermano mayor de nuestra típica Cachina, es una parada ideal para los que gustan de las antigüedades. No he encontrado los monitos de 31 minutos porque la Peppa Pig parece decidida a tomar la ciudad hasta convertirse en un símbolo patrio.
Los amantes de la adrenalina tienen un orgasmo asegurado con Fantasilandia del Parque O' Higgins (desde el centro se puede llegar en metro por 600 pesos), donde 38 atracciones para todas las edades te asegurarán un día inolvidable. El soberano del parque se llama Raptor, la única montaña rusa invertida de Sudamérica y la segunda más fuerte del continente: ochenta kilómetos por hora en 45 segundos, diez de los cuales estuve muerto clínicamente porque subir al firmamento prendido de su cuerpo es una experiencia religiosa (lo escribí cantando).
- "Pero vo' no parecei peruano, si eres alto, tenei los diente completo, no comei pollada, no eres negro, tienes narí' así como normal y dices porfavor y gracias, washo", me dice un 'mushasho' al que agradezco el estereotipo recordándole que mi himno nacional no es "La tetita" de Wendy Sulca y aprovecho en sacarme el clavo de decir en voz alta la frase "vieja maraca culeá" (perdonen el verbo florido).
Santiago tiene de todo y para todos, los restaurantes de comida peruana 'El chimbotano' o 'La chiclayana' no me dejan extrañar mi país, pero me hacen olvidar momentáneamente el chiste refrito de que debo ir a comer palomas a la plaza porque soy peruano, señorita Laura.
Chile podría robarte el corazón, su gente fría pero atenta sabe hacer sentir bien al visitante y, aunque el Mapocho me recuerda al río Rímac con vestido de novia y maquillaje de aerosol, no dejo de sentir que valdrá la pena volver por su Cueca, sus noches de carrete eternas, su Fantasilandia, su frambuesa, su melón tuna y por esa cruda pero divertida sensacion de estar viviendo 15 años en el futuro.
¡Chile a 200km/h!
Nuestro agradecimiento a la hermosa gente de Chile. Aquí el resumen de nuestras dos visitas y el reto del Raptor en Parque de Diversiones Fantasilandia. No olviden probar la frambuesa, el completo y visitar su mercado en pleno corazón de Santiago.Pasaporte Peruano
Posted by Alvaro Nutria Rondón on sábado, 29 de agosto de 2015
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