Sube a la balanza, Alvaro. ¿Has hecho esto antes? ¿No? No te preocupes, será como morirte un ratito.
Mientras me atan las correas al cuerpo y me ponen un calzoncillo gigante haciéndome sentir un Rugrat, miro hacia el cielo donde, a 250 metros de altura, la pequeña plataforma de salto aguarda apacible e inalcanzable.
Eres muy valiente, Alvaro, o ya estás desquiciado a los 24. ¿Ya visitaste Machu Picchu? ¿Verdad que es bonito? ¿Y Sacsayhuaman? Algunos turistas nunca pueden pronunciar Sacsayhuaman. (50 metros)
¿Es tu primera vez en Cusco? ¿No? Nunca se termina de conocer, es tan bonito, brother. No te jales la gargantilla, es para que no te rompas el cuello con el tirón. (100 metros)
Esto es muy simple, no vayas a mirar hacia abajo porque entonces ya no podrás saltar, cuenta tres y hazlo sin pensar, serán 250 metros en menos de cinco segundos. (250 metros) ¿Listo? ¡Ya!.
La puerta de la plataforma se abre y da paso a un pequeño trampolín alfombrado de rojo. Es cachita, hermano, es para despedirse de este mundo con dignidad. Mi estómago es presa del vértigo y mi corazón amenaza con salirse.
1...2...3...Mis piernas no obedecen y se niegan a avanzar. Es normal, Alvarito, en algunos casos la gente se da cuenta de que no puede hacerlo en este punto. Para tu cerebro esto es, técnicamente, un suicidio, por eso tus extremidades no van a responderte como mecanismo de supervivencia.
Ven, Alvaro, lo intentaste. El instructor extiende su mano para alejarme de la plataforma. Lo miro y cierro mis ojos esperando que, si Dios existe, me reciba del otro lado.
La caída dura apenas 3 segundos, un volantín me vuelve a la vida con el tirón de las cuerdas elásticas. Todo el Valle Sagrado se divisa majestuoso, pero de cabeza. Parece que lo hice.
Abajo, en tierra firme, dos instructores más aguardan para recibir mi cabeza y tender mi cuerpo sobre una colchoneta. Lo hiciste, Aldo. Soy Alvaro. ¡Ah! perdona, Alberto.
Mientras me desatan las correas, veo al cielo en donde pende el elástico, la plataforma, el instructor parlanchín y el universo entero. Sonrío, me equivoqué al pensar que no hay nada más placentero que el sexo y nada más extremo que tres exámenes finales en un día.
No sé cual sea el próximo abismo a conquistar mañana, pero hoy salté y de eso se trata vivir.
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No eres tú, son ellos.