lunes, 30 de julio de 2018
La leyenda de la Casa Embrujada de Santa Martina
Esta será la primera y única vez que hable al respecto DESDE MI TESTIMONIO PERSONAL: La leyenda de la casa abandonada justo abajo de la mía es milenaria, épica, ha pasado de generación en generación y se sigue pasando. No es un creepy pasta, no es un mito, no es un chisme de barrio, tampoco es un engaña muchachos, es un testimonio 100% propio.
Repito, ESTA ES MI ABSOLUTA OPINIÓN PERSONAL, la cual no constituye delito alguno y que puede además diferir de la opinión de los dueños actuales, pasados o futuros de la propiedad y sus sentimientos subjetivos por dicha casa, que fue la mía los doce primeros años de mi vida, por lo cual considero tengo cierta autoridad para hablar al respecto.
La casa de abajo está embrujada, hechizada, MALDITA, o como quieran llamarlo. En ella habitan dos o tres almas que mueven objetos, caminan, se manifiestan a través de voces, movimientos, luces que se encienden o apagan por sí solas, cambios bruscos de temperatura, etc.
Sé que son dos o tres espíritus porque sus conductas son distintas, sus personalidades son diferentes y sus formas de manifestarse, así como la intensidad de los eventos paranormales que generan, son igual de irregulares.
A pocos meses de fallecer mi abuela, todos los animales se murieron automáticamente días después, pese a ser correctamente alimentados y cuidados por los mejores veterinarios, las plantas aparecían arrancadas o cortadas con el modo rudimentario de quien lo hace con las manos. Las sillas se movían, los muebles se movían, las mesas se movían y, por supuesto, las luces se apagaban. Sin contar los pasos entre piso y piso, algunas veces suaves y otras, violentos.
No los culpo, a lo mejor estos habitantes de la casa embrujada de Santa Martina no saben que ya no pertenecen a nuestro mundo y continúan realizando sus acciones cotidianas como si todavía estuvieran vivos, es un país libre y se respeta el libre albedrío de los vivos y los muertos, aún cuando tengamos que convivir ambos en la misma casa.
Los sonidos son tema aparte: voces, gemidos, el ruido que hace una persona al esfixiarse, etc. Todo por lo general de noche después de las 7 PM.
Las sombras antropomorfas en las vitrinas de la sala que daba al jardín eran por demás escalofriantes para el entonces niño que yo era, sin contar los golpes a los vidrios, objetos lanzados a las ventanas, puertas abriéndose y cerrándose con violencia por sí solas, entre otros episodios a los que, en algún momento, me terminé acostumbrando.
Ya que no vivo más en esta casa, no me consta que estos habitantes hasta cierto punto pacíficos (pero no por eso menos aterradores) sigan allí: a lo mejor algún propietario posterior trajo un sacerdote para ahuyentarlos o simplemente se fueron conmigo y Papá Víctor a la casa embrujada de Magdalena (que será materia de otro post).
Sospecho que aún siguen ahí, pues he sorprendido a mi gata Uma Thurman tensa mirando hacia la casa de abajo y merodeando los muros con especial miedo, así como erizada y maullándole a lo que queda de la planta baja del jardín, donde antes teníamos un árbol de plátano que atraía murciélagos...un paraíso digno de Edgar Allan Poe resultó la casita.
La semana pasada, la agente de bienes raíces que intenta poner la casa a la venta, hasta ahora sin éxito, intentó acercarse a mi vecina chismosa, la que todo lo ve desde su ventana, para preguntarle por qué consideraba que era tan difícil vender esa propiedad, la respuesta de la vigilante omnisciente ad honorem del barrio fue tajante y breve:
- Por las puras es, está maldita, VÁYASE.
Por razones sin importancia, nunca regresé más de adulto a la casa de abajo, hasta que un día hace un par de años me pidieron ver como algunas tuberías rotas estaban humedeciendo las paredes, por lo cual me vi forzado a volver por poco menos de cinco minutos.
Todo seguía ahí: su escalera por la que oía subir y bajar incorpóreas presencias, su vitrina que proyectaba sombras que te helaban la sangre, sus ventanas por las que nos lanzaban objetos improbablemente pesados o restos de animales recientemente mutilados, entre otros regalos poco agradables.
Finalmente, mientras descartábamos que la falla en la casa tuviera algo que ver con al propiedad donde vivo actualmente, podría jurar, que en estas manchas de agua en una de las paredes húmedas ya deterioradas, se dibujaba la siguiente frase en una caligrafía difícil de descifrar, como si un niño la estuviera escribiendo con témperas:
“SEGUIMOS AQUÍ, TE ESTAMOS MIRANDO”.
FIN
lunes, 16 de julio de 2018
El ascensor
Anoche soñé que tú y yo estábamos frente a una cabina de radio de nombre familiar para el común de la gente, fingiendo ser dos desconocidos, listos para volver a conversar después de más de diez años.
Estabas haciendo tu mejor esfuerzo por lucir entera, por tener dominio de la situación, pero todo se te empezó a salir de las manos cuando notaste que yo hace mucho ya me había salido de tus manos.
No me den un micrófono, no me dejen ser yo, podría no tener freno alguno y eso sería brutal para una realidad en dónde está más valorado lo que quieres escuchar antes que lo que debes escuchar.
En el Aikido, arte marcial creado en Japón, los practicantes aprenden a utilizar la fuerza de su agresor y su energía para derrotarlo. El mismo principio funciona en una mesa con dos personas frente a frente a prudencial distancia, sin perder la sonrisa, sin dejar la cortesía, sin perder jamás la elegancia aunque dispares a matar. "Vamos a una pausa, por favor corten".
Pediste salir un momento por un café como la excusa perfecta para abandonar la grabación, intentando contenerte aún, escondiendo tu corazón hecho pedazos. Nunca fuiste buena para eso, nunca.
Yo esperaba el segundo bloque, por supuesto, con el blazer sin desacomodarse un milímetro, brindando con mi café excesivamente cargado hacia dos amigos que miraban todo del otro lado de la cabina, en un circo romano 3.0 del que me arrepentiré siempre.
Luego de seis vasos con agua, le dijiste a tu productor que no querías volver allá adentro, que no podías mirarme a la cara, que no podías mantenerme los ojos arriba un segundo más, que por favor te llevaran al tópico. La grabación no iba a tener un segundo bloque y yo lo sabía.
Me dijeron que gracias por mi tiempo y que la locutora se sentía indispuesta y había sido trasladada a emergencias por algo parecido a una crisis de asma, por decirlo así.
En esta realidad paralela, solamente atiné a decir con un tono forzado al propósito un sonoro "ay qué lástima" y a abordar mi taxi de regreso a casa. Vaya invitado resulté, vaya animal.
Uno de mis amigos caminó abrazándome todo el camino hacia el ascensor, no me soltaba y tampoco me miraba, pues entendía mejor que todos allí lo que estaba pasando. Intentaba respirar en el ascensor que bajaba rápidamente hacia el estacionamiento, pero me costaba trabajo.
"A mí no me engañas, nutria, ve a dormir y no pienses más, te llamo mañana por la mañana", me diste un último abrazo y me empujaste hacia el taxi con la sonrisa pesada de quien sabe exactamente qué sucede dentro de tu corazón. Ningún knock out es sencillo. Cuando ganes en un ring, debes saber que te llevarás tus golpes también y que algunos podrían comprometer órganos vitales.
Mi taxi se pierde en la noche, me coloco los audífonos y dejo que Cecilia Krull haga su trabajo con el tema principal de La Casa de Papel. Al menos por esta noche, todo terminó con una victoria que me dejaba la boca amarga con el café y todo, absolutamente todo, menos satisfacción. "I don't care at all...I'm lost".
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