domingo, 16 de abril de 2017

La Punta



A: Maki

Esta tarde pude regresar a La Punta - Callao, después de algunos años, gracias a ti. Y es que en verdad debo darte las gracias porque volver a recorrer sus calles fue un flashback automático a mis trece o catorce años de edad.

Y es que pocas personas, por no decir ninguna, conocen mi conexión mágica con La Punta. Por sus calles y avenidas atrapadas en el tiempo se tejieron muchas historias que marcaron mi vida de alguna forma, episodios que volvieron a mi mente frente al sunset con "Falling down", "Falling into history" y "Get over it" de Avril Lavigne como el fondo perfecto de este emotivo viaje al pasado.

Desde su llegada a la entrada y desde el inicio de su Boulevard, La Punta te da la bienvenida con mágicos huariques familiares que te esperan con cremoladas de fruta fruta (no hielo con agua), ceviche al precio exacto y también a precio exhorbitante si no meditas tu decisión con prudencia, puestos de rapadilla y demás lugares encantadores. Su mar tranquilo y helado te permite flotar a la deriva, así como disolver los problemas y el pasado en sal. Si acaso estos se resisten, bien puedes matarlos de hipotermia.

La Bodega Meche aún está ahí y, a un lado, la extraña casa excéntrica donde mi madre me traía a jugar carnavales en una verdadera batalla campal. La pobre siempre terminaba siendo cargada a lo Túpac Amaru para ser luego lanzada en una piscina de plástico enorme en medio del patio. Y sí, esos eran carvanales y esos eran veranos en medio de parrillas con pollo, amigos de barrio que no volví a ver, más ceviche y Salsa, mucha pero mucha Salsa.

Volviendo a su Boulevard con su imponente mirador para instantáneas de Instagram, tengo que confesar que mi primer amor platónico nació allí luego de mi primer accidente como pescador amateur con madeja y percebe. Como todo niño inquieto y pescador aprendiz, solía pararme en las peñas o junto al muelle viejo a lanzar mi madeja y probar suerte. En una de aquellas aventuras, un erizo de mar se encargó de recordarme, con trece púas en la planta del pie izquierdo, que siempre debes fijarte en dónde pisas. 

No tengo muchos recuerdos de ti, nuestra amistad duró dos veranos, pues luego volví a Cercado a seguir con mi vida entre libros, clases y 300 actividades curriculares de escolar modelo de cartón insoportable hasta para mí mismo. Ese día de sangre y sal, me ayudaste a caminar hasta tu habitación, donde con una aguja de la lata de galletas danesas de tu mamá te encargaste de retirarme las púas una por una. Mientras me decías que esto no era muy frecuente y me tratabas de dar una explicación científica de lo que había sucedido, aprendí lo que era estar enamorado mientras te miraba con mi cara de baboso atendiéndome en medio de tu cuarto convertido en posta médica adolescente. Si bien he hecho realidad cada amor platónico que tuve en mi vida y que se me vino en gana, vuelvo en el tiempo para decirte que nuestras caminatas por el boulevard, nuestros sunsets, tu intento fallido de enseñarme a patinar y tu jaula gigante de jerbos aún viven en mi mente y creo que nunca se irán de ahí. 

Aún brillan en mis ojos las luces de las casitas de La Punta en Navidad y ese señor misterioso que convertía su residencia en un museo del juguete vintage abierto al público, con una soberbia decoración superada solo por el Museo del Juguete de Múnich. También viven en mí nuestras caminatas por los alrededores de la Escuela Naval y la brisa de mar entrando hasta mis pulmones, en cada noche en que nos sentábamos oír al océano hablarnos mientras nosotros le contábamos lo que sea que pudiera decir un niño de doce o trece años que cree saberlo todo, a filosofar sobre tu madre y la mía, sobre tu padre y el mío, sobre el Alvaro del futuro que hoy regresó a caminar por esas calles donde solía jugar y caerse del skate.

También estaba tu tío de como 200 años de edad, que nos llevaba a ti, a mí y a toda la familia a escuchar sus long plays en impecable tornamesa, así como su sistema de video antiquísimo pero de alta calidad con la versión de 18 minutos de "We are the world", insoportable después del minuto cinco.

Yolo y Tío Hugo siguen disputando el reinado del ceviche, aunque hoy El Camotal se ha apoderado un poquito de mi corazón. Todos ustedes, bizarros y amados personajillos, aún viven en mi corazón y en mi mente, aunque algunos de ustedes estén muertos o yo ya no exista en sus memorias, vuelven a mí en frente a ese sunset y sentado en ese mirador donde, domingo a domingo, volveré a encontrarme con ese pequeño Alvaro que nunca aprendió a patinar, pero que nunca dejó de levantarse tras cada caída del skate. Hasta el próximo sunset, a la misma hora, en aquel mismo boulevard. Buenas noches. 






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