miércoles, 13 de enero de 2016

Platónicos (Cobarde III)


A: Mo, por escaparse de casa.

Se recomienda acompañar con:

 

Siempre he considerado que algunas secuelas no deberían existir (La Bruja de Blair, El exorcista, lo nuestro, etc.) pero esta continuación no es sólo necesaria, sino también distinta a las anteriores
.
Nuestra primer encuentro llegó sin que la buscara, en aquella disco de moda donde se menea el cuerpo y el alma también. Yo no buscaba más que lavarme la cara y liberarme por un momento de la atmósfera cargada y de repente, el espejo me advertía que estabas en el mismo lugar, no precisamente en tu mejor momento. 

Con lo poco que te quedaba de sobriedad, me reconociste: yo era el chico con cara de rata gigante con el que habías hablado por años y con quien jamás se había dado una cita por que sencillamente no era el momento. Tu sonrisa y tu esfuerzo por mantenerte en pie rompieron el hielo automáticamente. 

Arriesgándome a un "no" o a alguna respuesta impronunciable por tus mandíbulas adormecidas, decidí sacarme la duda y te invité a bailar. No entendí muy bien tu balbuceo, pero tus brazos en mi cuello me hicieron pensar que tratabas de decir que sí. 

Debo admitir que eras totalmente diferente a lo que imaginaba en persona, no sólo superabas a mi primer amor platónico (tomando en cuenta que sólo he tenido dos sin contar a Avril Lavigne), sino que definitivamente bailabas mejor.

Con lo último que te quedaba de lucidez, volviste en ti para decirme "Alvaro". Me habías reconocido y yo trataba de disimular los nervios y aceleración de latidos propios de cuando estás frente a alguien que habrías querido abrazar desde hace mucho, como en el meet & greet de un concierto por el que no pagaste entrada. 

Habría pensado en un speech ingenioso para responder mientras bailabamos, pero tu beso fue la mejor interrupción. Si bien sabía que podía lograr conquistarte con esfuerzo, no imagine resultados tan prácticos, pero las mejores sorpresas llegan sin pistas ni anuncios. Tras varios segundos sin dejarme respirar, me abrazabas para que no me fuera nunca. 

Desde aquella noche a ritmo de "Baddest girl in town" han pasado ya algunas cuantas más, algunas a solas y otras en público. Noches de reírnos al comer, de contarnos nuestras vidas y de entender que, al igual que mi segundo amor platónico, pasarás más tiempo dentro de un hospital que fuera de él durante el resto de tu joven vida. 

Pese a tus contras y a consumar lo nuestro de todas las formas posibles, aún queda belleza en cada reencuentro emotivo en el que te sabes más que toda competencia tuya y marcas territorio con bailes fuera de lugar sobre dominios que aún no te pertenecen. Digamos que te di ese derecho y no me arrepiento, digamos que sabemos bailar las mismas canciones con sincronía inusual, aunque yo esté de paso por la pista de baile y tú vivas en ella. 

Llegará una próxima oportunidad, tercer y caótico amor platónico, es dulce saber que tu hígado es tu principal problema y no tu cerebro como en otros casos. 

Y aunque tú y yo jamás dejemos nuestra condición de amantes ocasionales por mi decisión de no vivir mis citas en clínicas y salas de emergencia, siempre podré brindar tímidamente con agua mientras espero nuestra próxima canción a un ritmo que acelerará mis latidos con tu abrazo envolviéndome para pedirme que me quede en la pista o en tu vida, al menos una canción más. Mientras el DJ la lanza, hasta entonces.



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No eres tú, son ellos.

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