"La muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir."
- César González Ruano -
Marmoto ha muerto. Se fue un sabado a las 5 y 40 de la mañana sin ganas de ver a nadie, sin ganas de estar en casa, aquí, así.
Nada de tubos, nada de agujas, nada de pastillas ni llanto. Menos flores penosas ni café con galletas de soda, aquí no paso nada, así lo quisiste, pero los que te conocimos no queríamos esto para ti.
A lo largo de esta semana tragicómica he recibido preguntas y solicitudes de amistad, todas con algo en común: ninguna sera respondida. Porque así eras tú: preguntas echadas al aire como piedras que lanzas con fuerza al mar, sin escuchar nunca el sonido de su impacto contra el agua.
Cuando supe que no existías más, pedí a mi único Dios que el mensaje en mi bandeja de entrada fuese una broma cruel. La vida se ríe siempre de nosotros, pero tú ya nunca lo harás de nuevo.
No querías volver a casa, querías quedarte en el búnker porque sabías que esto era irreversible. Tus amigos, muy morales ellos, te aconsejaban volver a tu hogar, pero...¿qué saben ellos de ti?. Tú sabías que tu hogar no lo era más. Lo repetiste hasta el cansancio y no quisimos escuchar. Lo veías venir, por supuesto que sí.
Nadie pudo detenerte. Ni los tuyos, ni nosotros. La gente se siente mejor consigo misma posteando cosas en sus cuentas de Facebook y especulando como si tuviesen el derecho de jugar a Dios juez, como si fueran dueños de la verdad, como si se creyesen el pésame falso, como si mereciesen estar más vivos que tú.
Termino de pensar estas líneas mientras el destino incumple tu última voluntad: tu hermano gemelo me acompaña en un taxi camino al trabajo, compartiendo conmigo lo que fue y lo que no fue. Sus ojos, que rogaste jamás vieran los míos, se llenan de lágrimas al hablar de ti. Mientras tanto yo, que siempre me he ufanado estúpidamente de saber reaccionar, me quedo viendo sin decir nada.
Su cara, que es la tuya, se ha puesto roja por el llanto. Debo admitir que se hizo el fuerte todo el tramo de la Vía Expresa, pero la subida hacia Miraflores acabo con él y yo, sin tener un por qué, decido abrazarle.
Luego de quedarnos viendo por un minuto de eterno silencio, te robo tu primera sonrisa recordándote que soy un desconocido, que él no es tú y que esta es la situación más absurda del mundo. Tú ya no estás más, pero tu sangre e imagen se seca las lágrimas y el luto con mi segundo pañuelo.
Puede que nada de lo escrito tenga sentido y que sea fruto de la triste realidad: Nunca pude despedirme. De hecho, nadie pudo hacerlo, lo cual resulta más crudo. La última vez que te vi con vida lancé una de mis clásicas ironías de las que no me siento orgulloso. Cuatro meses después, no había un después.
Tu hermano gemelo me da un último abrazo y lo alejo bruscamente dándole la lección más dura: Nadie puede salvar a las personas de si mismas, ni Dios.
Gracias por todo y gracias por nada. Donde quiera que estés, pido antes de dormir que encuentres la paz que no encontraste aquí, la estabilidad que nadie supo darte y el silencio del que huiste creyéndolo inútil.
Tengo un último encargo para ti, pero te lo daré en persona. Descansa en paz y hasta pronto, tal vez hasta mañana.
que buenas palabras ...
ResponderEliminarGracias. No soy yo, eres tú.
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