A mi gran amigo Luis Bardales, el único valiente que soportó conmigo
la traumática función en aquellos tiempos de primaria.
"Yo no soy nadie. Desconfía del cura". Comenzar estas líneas llenan de nostalgia a cualquiera que haya aprendido lo que es el terror viendo este clásico de clásicos, "El Exorcista, como fue mi caso a los nueve años de edad en Cineplanet San Miguel.
"Tu madre esta con nosotros, Karras". Y es que revivir, después de 15 años, los gritos desgarradores de la tierna Regan Teresa McKneil, convirtiéndose en un monstruo siniestro que no se presenta como un espiritu o "un" demonio, sino como el diablo en persona, estremece y atrapa como aquella primera vez.
"Eso que esta allá arriba no es mi hija". La riqueza del libreto desborda emociones en cada diálogo, con una magistral Ellen Burstyn recibiendo la noticia de la muerte de su amado Burke Dennings. No en vano esta adaptación de William Friedkin del libro de William Peter Blatty ostenta el Oscar a mejor libreto.
"Por que me haz hecho esto, Dimmy?" Aplausos aparte merece la fotografía de esta película. Las sombras exactas formando cuadros desolados y materializando el calvario interno de cada personaje y la luz blanca cegadora que nos tranquiliza después de cada estallido infernal de nuestra posesa Regan.
"Ahora la puerca es mía". El exorcista es mas que vómito verde, contorsiones improbables, santos profanados o blasfemias por doquier. Es una obra maestra que contiene la dosis exacta de terror, lágrimas y violencia sin llegar a los carnavales de sangre que nos ofrece el cine macabro de hoy en día.
"Ego te absolbo". Su simbología religiosa mesurada y su complejidad de cuestionar la fe humana desde la figura de un sacerdote psiquiatra: Damien Carras, es una cachetada a todas las hijas o clones de esta cinta, que nos han acostumbrado a curas gritones armados con cruces, niñas de ojos salidos volando como Superman y Satanás hasta en la sopa desde los créditos iniciales.
"¿Haz visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?". El exorcista trasciende a las películas convencionales porque aborda un tema universal: La ciencia enfrentándose a la fe, esa la que nos aferramos tanto y que se sacude cuando es puesta a prueba de las formas mas improbables o incluso aberrantes.
"Es un buen día para un exorcismo". Verla dos o cien veces es descubrir nuevas situaciones, símbolos, alusiones a lo terreno, a lo divino y a lo oscuro, a ese infierno oculto en cada uno de nosotros y que se nos recuerda hasta al final de la función...o del ritual. Amén.
El siguiente post no pretende ser una historia de terror ni tampoco la señal de que estoy perdiendo la cordura, solo el testimonio vivo de alguien que jamás ha sufrido pesadillas ni ha tenido mayores inconvenientes con transtornos psicológicos de ningún tipo. Creo, sin embargo, en la existencia de una vida posterior a esta y la presencia de entidades intangibles vagando entre su mundo y el nuestro. Su propósito nos es siempre desconocido, pero estuve cerca de entenderlo la madrugada del 21 de febrero de este año. Si alguien ha compartido alguna experiencia similar, le agradeceré compartirla para entender mejor lo vivido.
"Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir,
te abrazaría fuertemente y rezaría al señor para poder ser
el guardián de tu alma".
- Gabriel García Márquez -
Las tres de la mañana es para mí una hora de privación total, un nirvana interminable de sueños sin sentido que cambian de rostro y escenario de la manera más improbable y a veces desconcertantee, cual harlem shake. Esta madrugada no parecía distinta, hasta que el subconsciente me advirtió que no estaba solo en mi habitación. Desperté violentamente y sintiéndome observado. Sea lo que fuere, había interpretado mi puerta abierta como una señal de bienvenida. Creyendo que era cosa mía, intenté recuperar el sueño en mi posición de costado izquierdo, dándole la espalda a un 50 por ciento de mi king size. Era esa zona vacía que parecía ya no estarla, el peso claro de un cuerpo hacía crujir a los resortes y comprobaba mis sospechas: algo estaba velando mi sueño y me hacía sentir su presencia adrede. Intenté moverme para encarar al huésped, pero mi cuerpo y mi voz ya no respondían. Nunca sentí la muerte tan de cerca (bueno, sí). Mi boca, imposibilitada de todo movimiento, intentaba desesperadamente, por alguna razón, pronunciar dos palabras: "papá Dios". No sabía quién me acompañaba esta noche y no quería saberlo. Mi desesperación fue en aumento cuando sentía toda esa voluntad invasora sobre mí, forzándome a salir de mi propio cuerpo, desalojándome como si le perteneciera. "Papadiospapadiospapadiospapadiospapadiospapadiospapadiospapadios" ... Mientras era arrancado de mí mismo sin destino alguno excepto la nada total (como dormirte dentro de tu propio sueño), la entidad, que por alguna razón, me resultaba familiar, intentaba por todos los medios apoderarse de cada músculo, despedazándome las sienes en cada esfuerzo por hacer responder a mi cuerpo en disputa. Por dos interminables minutos, luché por mi vida con la única fuerza que el alma emplea dando dinamismo a nuestra materia: la voluntad, sumada a la adrenalina que mi organismo secretaba en ese momento. Tal vez fue esa desesperación la que me dio el primer "papá Dios" que pareció ofender a mi invitado. Como alma que lleva el diablo (ja!), el visitante abandonó su intento colonizador y mi habitación, haciéndome sentir el cambio brusco de temperatura en la atmósfera. Mi cuerpo recuperaba movimiento y capacidad de respirar, pero mi costado derecho estaba frío, como secuela de un intento de despojarlo de su esencia inmaterial cual sticker. Mi respiración pesada se iba normalizando, pero los escalofríos continuaban. A mis 23 años y después de 19 de no hacerlo, pedí a papá que me deje dormir a su lado. "Vete al infierno, son las 3 de la mañana". Era la segunda invitación de ese tipo que rechazaba en la noche. Así que, en vista de que me había resistido al viaje directo, insistí explicándole mi experiencia con el mas allá (o acá). "Has estado soñando, aquí no penan, eso pasa cuando los muertos extrañan algo y aquí nadie extraña a nadie", fue el último argumento de mi tierno papá, lo que me hizo entender que era hora de volver a la cama y enfrentarme a mi miedo recién estrenado. No sé cuándo vuelva a recibir esta visita, pero solo sé que estaré esperando, con mi parafernalia religiosa hollywoodense (cruces, Biblias y santitos de rictus de amargura), para no dejársela tan fácil. Amén.
Escrita con y por esta canción. Ah y por nosotros dos:
Yo lloro, tú lloras, nosotros lloramos. Todos lloramos alguna vez, hay infinidad de modos de hacerlo: en un velorio, en una fiesta, ebrio, sobrio, a solas, en público, por algo, por nada, de felicidad, de rabia, de tristeza, de dolor cuando te sacan un diente o el alma misma. Hoy voy a contarles como lloro yo.
No me gusta que hayan testigos, por eso termino mi cena y doy las gracias para dirigirme a mi cuarto, donde me llevo a mis muertos si dejar una sola víscera regada en el camino.
Ya a solas, cojo mi almohada más cómoda, esa que siempre tiene el lado frío al dormir, esa que está rellena con plumas de ganso, que tiene el logo de "La casa de los secretos" y que evoca a mi musa Carla García (la del libro, no la del programa).
Si la situación se torna tragicómica, elijo alguna canción que me ayude a hacer más fuertes las arcadas del espíritu: "Hello" (Evanescence), "Wish you were here" (Avril), "Bother" (Corey Taylor) o "Sopa de caracol".
Lloro. Lloro con todo lo que tengo y amándome menos que otros días, lloro pesimista y repitiéndome en voz baja aquello que me hizo llorar. Lloro hasta que las lágrimas se agotan, hasta que mis ojos se hinchan rojos y vidriosos producto del esfuerzo. Golpeo lo que haya que golpear sin piedad, aunque sea yo el único culpable. Lloro hasta que mis fuerzas me dejan, luego ignoro lo siguiente que ocurre porque mi cuerpo se desactiva automáticamente.
Al despertar, mis ojos duelen un poco menos, pero mi alma ha cicatrizado lo suficiente para pararme y seguir.
No soy el mismo después, algo de mí quedó en la almohada mojada, algo de mí murió un poco, tal vez tú, tal vez yo.
Muy en el fondo, me conforta la seguridad de que no volveré a ser herido en el mismo lugar, la vida deberá buscar algún otro rincón de mí ahora que no puede morder mis cicatrices.
Con los años, mi alma ha aprendido a regenerarse cuando le cortas un pedazo, cual iguana o cual estrella de mar. No es extraño que me enfrente a la adversidad algo cachaciento entonces. Lero lero, jojolete,
Yo lloro, tú lloras, nosotros lloramos. Esnif, esnif...
"Bang bang, he shot me down Bang bang, I hit the ground Bang bang, that awful sound Bang bang, my baby shot me down..."
- Nancy Sinatra -
La incondicional lleva un traje de noche elegante para disimular la cordura, las buenas maneras y sus dotes de bailarina profesional en todos los escenarios, incluyendo el íntimo. Ella ha aprendido a disimular sus emociones y a controlarlas, aunque no ha logrado adquirir el preciado don de la desconfianza. Lo entrega todo demasiado rápido, lo cual la vuelve víctima fácil de quienes prometen años de amor por dos orgasmos al paso. A la incondicional no le gusta compartir porque ama con devoción. La cama, la mente y el cuerpo del ser amado solo han de pertenercerle a ella, aunque a veces no pueda controlar aquello de lo que se siente dueña. La incondicional me ha entregado su cuerpo y su alma sin pedir nada a cambio. Su único problema es no entender que los hombres hace mucho que dejamos de valorar o aferrarnos a lo inmediato, no por ser malos, sino por ser humanos. La incondicional cree que hacer el amor esa una obra de acción social: busca complacer a los demás olvidándose de sí misma. Siempre resulta agradable quien se impone en la intimidad y busca auto-satisfacerse, a veces utilizándonos, otras logrando hacernos estallar sin quererlo. Su cuerpo, también incondicional, es delator de sus emociones: el sudor, las manos temblorosas y el titubeo de sus labios celestiales te advierten que ganaste la batalla antes de empezar a pelear.
Gracias Yummykitty por prestarme tu alma en un papel.
La incondicional tiene un corazón de cristal que no ha aprendido a proteger, por lo que sufre con las travesuras de cualquier chicuelo brivón que, piedra en mano, lo rompe por el puro gusto de oír el característico crash. La incondicional sabe cocinar como los dioses, pero ya nunca cocinará para mí, porque le rompí mi corazón cuando rocié el mío con cianuro. El ceviche es la especialidad de la incondicional, pero ahora sé que moriré sin probarlo y ese será mi "no" más doloroso, la estaca en el corazón por el resto de mi vida. Adiós, mi reina de las carretillas. Yo amo a la incondicional, pero no puedo estar con ella porque la asesiné hace una semana con mis propias manos. Y, aunque nunca volveré a tocar su rostro frío e inerte, la amé más de lo que ella se amó. ¿Sabes?, tú darías la vida por mí, yo te daría mi vida sin mayor requisito.
Quiero dedicar a todas las personas que se equivocaron conmigo
y que acertaron sin mí. Si les gusta, no le agradezcan al autor,
sino a mi musa Amy McDonald
En noches como esta, el número dos es una cifra imperfecta. No basta, no es divertida la emoción par y decidimos invitar a alguien más. Es precisamente la misma sensación que debe haber pasado en algún momento Abimael Guzmán, Salvador Dalí, Ezra Pound y algunos otros personajes históricos cuyas vidas pueden consultar si este post les resulta insuficiente. Sin presión alguna y con las reglas claras, una invitada(o) en la mesa puede resultar un cocktail explosivo altamente recomendable. Aquí algunos tips para que su menage a trois termine en un brindis y no en copas rotas:
1) Para este tipo de experiencia, si se da en pareja, es preciso no invitar a alguien de tu/su entorno cercano. Las inseguridades y las desconfianzas propias de la proximidad podrían acabar con la esencia básica de esta costumbre milenaria: diversión y espontaneidad. 2) Si elige a una expareja, exconquista o persona cercana, preguntas como "¿por qué ella?" "¿quién es?", "¿por qué se lo hiciste más que a mí?", etcétera, convertirán su noche en una novela de Televisa en la que, lejos de ganar experiencia de vida, perderá a su pareja y a la amistad elegida de un solo golpe. 3) Es importante recordar que las tres personas participantes deben estar totalmente de acuerdo con el juego: jamás deberás ceder por presión a satisfacer a la pareja, por miedo a que te dejen si no aceptas o por miedo a que se vaya con la persona que quiere invitar. Si aceptas bajo esas condiciones, habrás perdido la batalla antes de empezar. 4) En un trío siempre existe el riesgo de que dos se diviertan más que uno, por eso es vital que las tres personas se gusten físicamente y exista una buena conversación previa. Seleccione cuidadosamente a su invitado(a), no acepte solo porque su pareja se lo proponga. En este juego de a tres, todos tienen voz y voto.
5) Algo de buena música y una buena conversación entre tragos ayudará, es importante crear la experiencia y el ambiente adecuado para que las cosas se den. Recuerde que los seres humanos no son hamsters o canarios australianos que, al encerrarlos en una jaula, terminarán apareándose por inercia. 6) Minutos antes de la acción, es importante precisar aquello que no está permitido. Aunque en este tipo de situaciones los guiones no van y esté prohibido prohibir, siempre existirán algunas especificaciones previas para evitar incomodidades. 7) Use protección, en pleno siglo XXI es una falta de clase e higiene no cuidarse. Por lógica, es vital el cambio de preservativo en cada acto. Aunque creo que no es necesario recordárselo, a veces el sentido común es el menos común de los sentidos. 8) Si usted está en pareja y sabe que sus celos e inseguridades acabarán con usted, no pruebe esta experiencia, su noche de placer podría convertirse en una tortura presa de sus emociones. Mejor lleve a su amado(a) al parque del amor o a ver alguna película hindú, este tipo de alternativas son para personas que tienen claro a lo que van y la finalidad de un trío: sexo sin alguna otra letra, punto o coma. 9) Los juegos previos son divertidos, sobre todo si hay cierta timidez inicial. La botella borracha con castigos subidos de tono, verdad o castigo y otras alternativas romperán el hielo por usted y acelerarán el sublime momento en que las personas dejan de hablar para actuar en un silencio lleno de complicidad.
10) Diviértase, olvídese de la rutina y haga todo el ruido que desee, de eso se trata la vida. Hasta un próximo post. Posdata.- Mi buen amigo Renato Quierofama me preguntó si estas reglas se aplican también a los tríos de canto o tríos líricos o a las sesiones de taichi con viejitas, la respuesta es "exactamente lo mismo".