Todos tenemos a una persona en nuestras vidas que puede cortarnos la respiración, hacernos frenar en seco, enmudecernos y robarnos la paz con su sola presencia.
Cuando nos chocamos con ese alguien, nunca estamos preparados para el impacto por más que creamos estarlo.
Hoy, años despues, he vuelto a verte a la cara. Frente a frente, sin avisos, como una burla del destino que tiene ganas de torturarme un poco un viernes por la mañana.
Manejo por la ciclovía tan rápido como puedo, suelo acelerar para adelantarme al desfile insufrible de camionetas, ticos y buses gritones que aguardan tras cada semáforo.
Freno en seco para esquivar...¿te?. Mi instinto, que me lleva a maldecir sin mirar a quien, me hace abrir la boca para derramar lisura y cantar la flor de la canela. Pese a mi reflejo, no hay sonido alguno, tu mirada perdida corta toda palabra mía, no termino de entender lo que está pasando conmigo y empiezo a creer que este choque no es un juego del azar, sino uno de los tantos sueños con final incierto en los que tú te me apareces sonriendo y sin hablar.
Mi parálisis me sale cara: cuando consigo reaccionar, estás ya a metros de distancia alejándote con la tranquilidad de quien se topó con un bache. Manejas despacio, como en un paseo de domingo, dejando tras de ti al hombre más pequeño e idiota del mundo.
Mi mente reacciona tarde, mi bicicleta se adelanta y sigue su rumbo casi por sí sola, alejándome de toda pregunta o respuesta.
Tal vez sea mejor así, algunos cuerpos deben seguir en los nichos del enorme cementerio que es cada corazón humano. Descanza en paz, mi amor, te lloraré pedaleando.
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No eres tú, son ellos.