Intentaré comenzar esto sin que suene chocante o con algo de sentido. No, esto no tiene mucho de lógico: Soñé que me moría. Se dice que jamás mueres en sueños, pese aún después de haber sido herido a muerte dentro de ellos.
Cuando sueñas, el dolor es real pero la muerte no llega. En ese caso, solo queda pellizcarte para poner fin a la infinita agonía. Y digo infinita porque en tus sueños, controlados o no, existe una sola máxima: haz lo que quieras, jamás morirás.
Oí también los rumores que afirman algo más aterrador: si mueres en sueños, mueres de verdad, algo que estoy listo para confirmar con esta experiencia límite que no te permite volver a ser el mismo.
Haz vuelto del otro lado, sabes que te espera. Sabes qué hay mas alla que nos es esquivo en el "más acá".
Yo toqué la muerte y regresé de ella para despertar. No se confundan, lectores, soñadores y buscadores de la inconsciencia inducida: morir en tus sueños no es verte en un cajón, ni mantenerte vivo al ser despedazado, quemado o etc. Morir soñando es morir. Asi de simple, así de complejo.
Mi muerte empezó una mañana en el estudio de grabación en el que trabajo con mi hermano Alberto. Estábamos terminando un tema inconfundiblemente funk, cuando un pequeño temblor sacudió el doceavo piso en el que trabajábamos y, al parecer, todo el edificio completo.
Salomé, la bulliciosa y tierna mujer selvática que cuida a los hermanos menores de Alberto, ya había sacado a los bebés de sus camas y corrió con ellos fuera del departamento. Sonreímos al escucharle decir que era el fin del mundo. Para ella, el final de cada novela de Thalía era el fin del mundo, por lo que esta apocalíptica señal nos resultaba risible.
Cuando un segundo movimiento volvió a remecerlo todo, empezamos a pensar que el mundo tenía ganas de acabarse un poquito. Al llegar a la puerta que daba a la calle, pude ver la pista ondear como una gran ola hecha de cemento. La gente suplicando por sus vidas y alejándose de los cables de alta tensión me hicieron perder algo de compostura.
De repente caí en la cuenta de que la puerta de vidrio que daba a la calle esta trabada. El techo comenzó a ceder y a descender con todo el edificio encima. La inmensa mole de concreto se acercaba a mi cara despacio, la toca, todo terminó allí.
Es cierto el mito de que toda tu vida pasa por tu mente en uno segundos. Los segundos previos a la nada total, al vacío, al silencio que es obvio cuando tus oídos también fueron eliminados. No existe un yo, no hay esa conciencia del "yo" que nos acompaña siempre. Alguien reseteó el videojuego en primera persona que es siempre nuestra vida.
La nada total no se percibe sino hasta después, cuando lo que sea que somos en realidad se desprende del cuerpo con una terrible sensación de haberse perdido de algo.
Entonces, como si me despegaran una inmensa calcomanía pegada a mí, estoy fuera de mi cuerpo. No doy crédito a lo que está pasando... ¿puedo haberme expulsado de mi propio sueño?, ¿puedo estar soñando que sueño?, ¿puedo estar fuera de mi cuerpo?. Las preguntas pasan a un segundo plano y el miedo se apodera de mí al comprobar lo más terrible: no estoy dormido porque no respiro.
Continuará...
El video de Evanescence, Bring me to Life, puede explicarnos mejor el dilema de la muerte en sueños, disfrútenlo.
Todos tenemos a una persona en nuestras vidas que puede cortarnos la respiración, hacernos frenar en seco, enmudecernos y robarnos la paz con su sola presencia.
Cuando nos chocamos con ese alguien, nunca estamos preparados para el impacto por más que creamos estarlo.
Hoy, años despues, he vuelto a verte a la cara. Frente a frente, sin avisos, como una burla del destino que tiene ganas de torturarme un poco un viernes por la mañana.
Manejo por la ciclovía tan rápido como puedo, suelo acelerar para adelantarme al desfile insufrible de camionetas, ticos y buses gritones que aguardan tras cada semáforo.
Freno en seco para esquivar...¿te?. Mi instinto, que me lleva a maldecir sin mirar a quien, me hace abrir la boca para derramar lisura y cantar la flor de la canela. Pese a mi reflejo, no hay sonido alguno, tu mirada perdida corta toda palabra mía, no termino de entender lo que está pasando conmigo y empiezo a creer que este choque no es un juego del azar, sino uno de los tantos sueños con final incierto en los que tú te me apareces sonriendo y sin hablar.
Mi parálisis me sale cara: cuando consigo reaccionar, estás ya a metros de distancia alejándote con la tranquilidad de quien se topó con un bache. Manejas despacio, como en un paseo de domingo, dejando tras de ti al hombre más pequeño e idiota del mundo.
Mi mente reacciona tarde, mi bicicleta se adelanta y sigue su rumbo casi por sí sola, alejándome de toda pregunta o respuesta.
Tal vez sea mejor así, algunos cuerpos deben seguir en los nichos del enorme cementerio que es cada corazón humano. Descanza en paz, mi amor, te lloraré pedaleando.