Él:
Mis hermanos, mi madre, mi mejor amigo y hasta mi perro Bronso nos buscaban por todos lados. Nosotros lo sabíamos, escondidos en las colchonetas de la YMCA lo sabíamos. No queríamos ser encontrados. Tu mamá y tu papá, como siempre, renegando de tu demora. Ellos tan cerca y nosotros ahí mismo, dentro del club y sin poder vernos. Y nosotros lo sabíamos.
Por nada del mundo querías ir a casa y me repetías que no sea cobarde. Finalmente, nos despedíamos sin querer despedirnos. Yo te decía, abrazándote con fuerza, que corras. Corre, ve con ellos, que tus papás no se preocupen más. Ya dentro de unas horas será un nuevo día y temprano, en el parque del monito, volveremos a reír, ¿okey?.
Volvamos cada quien a su casa, ve tranquila, además...¡Ni que fueran a pasar veinte navidades!.
Entonces desperté y hoy, 2010, vuelvo a decirte con toda mi razón de ser, bunny, ¡perdóname!. Pido a Dios que te proteja y que nuestro hijo vuelva a amarte como corresponde y te lo mereces. Desde la distancia te abrazo y te beso imaginariamente, esos tus ojos. Siempre tuyo, CARN.
Ella:
Hace 23 años, un día como hoy, 24 de mayo de 1989. Me escapé de la fila de la sagrada procesión de la Vírgen María Auxiliadora para ir tomada de la mano con él. Los nervios y el temor de mi papá tenían bloqueado mi razonamiento.
El doctor, con una sonrisa más diabólica que sarcástica, nos confirmaría nuestras sospechas: tenía seis meses y medio de embarazo y una terrible amenaza de aborto. Hoy 24, de mayo, te escribo estas líneas para hacerte cómplice de esos secretos que solo vale la pena desenterrar del alma y de la memoria cuando el protagonista de esta historia, tú, se aferró a la vida como solo un guerrero lo podía hacer.
No lo olvides, 24 de mayo. Hoy es un día de fiesta en mi corazón. Te amo y estás en cada parte de mi ser, bebé. Siempre tuya, Bunny.
Yo:
No creo en las casualidades. Hoy, 28 de mayo del 2012, entiendo más de ustedes mismos que ambos aquel 24 de mayo de 1989. Ahora comprendo también por qué me gustaba volver tanto a la YMCA: todos tendemos a buscar el lugar en el que, técnicamente, fuimos creados.
Una copa con ustedes dos en el Índigo sería genial, aunque me apena que eso sea casi imposible debido a la distancia a la que nuestros corazones laten. Gracias por intentarlo hasta donde pudieron, el resto del tramo va por mi cuenta y, según me viene mostrando la vida, la casa invita.
No me prolongo. Me queda decirles que he llegado a vivir el poder cegador y estupidizante del narcótico hormonal que llamamos amor, con resultados brutales pero tan necesarios para mi evolución como la ausencia de ustedes dos.
Donde quiera que estén, gracias por la elocuencia, el don de la supervivencia, el metro ochenta y uno de estatura, el sistema inmunológico terco y la predisposición a la locura. A veces suyo, Nutria.
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No eres tú, son ellos.