Ir al cine es casi siempre una experiencia gratificante, mas puede convertirse en una pesadilla si se trata del estreno de una saga taquillera adolescente y febril en la que, el que menos, tiene su poster de un metro que te viene de regalo por la compra del combo Crepúsculo.
Mientras hago cola en la taquilla, me pregunto por qué acepte venir a ver "Amanecer", la cuarta cinta de la saga "Crepúsculo". Tal vez porque hacerte feliz me hace feliz, tal vez porque el ceder es mas facil cuando estas enamorado. Sea cual sea la razon, ya es momento de entrar y una orda de muchachitas, muchachitos complaciendo muchachitas y muchachitos con ganas de ser muchachitas aguardan ansiosos a que acaben los trailers.
El director es inteligente, pues ha decidido arrancar con el famoso licántropo Jacob corriendo sin polo en una secuencia de varios segundos en plano 3/4. Mientras tú me dices que esta película tiene la trama más intensa de la saga, mato tu ilusión con la cruda verdad: el director podría quitar todas las escenas de la película dejando solo el semidesnudo repetido durante dos horas sin diálogo alguno, tendría el mismo éxito.
La película se me arruina en los primeros cuatro minutos, pues el mostrenco ondulado de mi derecha ya contó el final mientras saca el celular para decirle a su enamorado que esta es su doceava vez viendo la película. Se me hace un nudo en la garganta al calcular: la película tiene dos días de estrenada y eso implica que la enferma amante del hombre lobo ha asistido a todas las funciones continuadas.
Ya apareció el vampiro, un andrógino con complejo emo que no puede cogerse a la princesa del cuento por miedo a arrancarle la yugular como cena. Ocurre lo mismo que en las cuatro cintas anteriores: las niñas gritan y chillan excitadas cada vez que el exangüe galán aparece de nuevo. Claro está, nunca falta la enferma fanática que pregunta en pregunta en voz alta: "¿sabías que Robert Pattinson nació en 1986 en Londres y que...".
Mis manos comienzan a temblar al comprobar que otra fan, que ya va por su millonésima alerta de Nextel, le cuenta a su amiga la escena que está viendo y repite los diálogos con la devoción de un rezo. "Torpe, te equivocaste, dijiste mal la linea de Edward cuando descubre que Bella está embarazada, ahora deberás pedir perdón a la hermandad de la Luna Nueva", dice otra maníaca.
Trago saliva y el terror me invade al comprobar que la muchacha no se equivoca en una sola línea.
La euforia se desata cuando lobos y vampiros se enfrentan, pues la sala se transforma en el Estadio Monumental. Los más aguerridos hinchas son frágiles nenas al lado de esta ola de estrógeno y progesterona clamando por la victoria del vampiro y el lobo tamaño gigante. Las barras por cada tribu gritan una y otra vez el nombre de su ídolo: "Jacob", "Edward" en un salmo interminable que taladra mis oídos.
Los créditos finales llegan para traer un poco de paz y salgo de la sala huyendo de las vampiresas y los hombres
lobos que aprendieron como morder cuellos y aullar, pero olvidando el placer de disfrutar una película. Llámenme renegón o incomprensivo, pero extraño la época en que los vampiros no usaban base ni delineador, en que no tenían colmillos enjuagados con Listerine y sus pieles no brillaban con el sol en un encuadre perfecto para relucir sus cabellos engominados. Vuelve, Nosferatu, para no dejarnos dormir o al menos aparece como invitado en alguna secuela de Van Helsing. Amén.
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