Mi profesora de tesis es como ese Pokemón rosado llamado Jigglypuff, ese que cuando canta te hace dormir. La voz lastimera y delicada de mi maestra tiene el mismo poder mágico y somnífero.
Mi compañera Leyla (no somos amigos, pero vamos por buen camino porque ya empezamos a planear embriagarnos juntos) es una mártir, se ha echado al hombro la noble labor de entretenerla fingiendo que necesita ayuda para elegir su tema de tesis.
Detrás de ella, aguarda otra compañera para llevarse la amarga desilusión cuando le digan la cruda verdad: Lady Gaga no es tema de tesis, señorita.
Mencioné en un post anterior que mi profesora tiene el look, la actitud y el halo de una profesora de secundaria nacional, de esas que trabajan en colegio con nombre de prócer o de dígitos que empiezan con cero.
Hoy me he acercado a preguntarle por mi tema de tesis, me ha recibido afable y con amor maternal (¿qué me ocurre?) aún 2 minutos fuera de su hora de clases, diciéndome que el tema “X” que escogí sería buena idea. No explicaré “X”, esto no es tesis, pues.
Me siento culpable porque empiezo a creer que de verdad ama su trabajo, me alarmo aún más porque me empieza a caer bien. No escribí eso, maestra Lupita, no me agrade, por favor. No sea tan mamá, no me diga “Muy bien Rondón”, no sea linda por favor, no sea Miss.
No siga, porque terminaré abrazándola o regalándole una manzana chilena, de esas verdes que brillan y que su dureza basta para matar a alguien si se la lanzas en la sien. Pero a usted no se la lanzaría, porque me empieza a caer, así que deténgase.
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