martes, 16 de julio de 2019

Capricornio


"I am falling down
Try and stop me
Feels so good to hit the ground
You can watch me
Fall right on my face
It's an uphill human race
And I...I am falling down."

- Avril Lavigne -

Mi mejor amigo y yo somos un incierto error estadístico, dos fuerzas opuestas de la naturaleza que coincidieron para sobrevivir en esa primera jungla donde todos aprendemos lo que es matar o morir, dos guerreros samurai condenados a cuidarse las espaldas aún en contra de su voluntad, dos gemelos separados al nacer, dos hijos de papá huérfanos por distinto motivo, dos estúpidos obsesivos de la tarea y el perfeccionismo siempre insípido.

Una promo antes que yo, dos años menos que yo, mismos promedios asquerosamente altos, mismos egos incontrolables, mismo número de calzado, misma talla de ropa y casi la misma estatura, de no ser por tus dos o tres centímetros de altura adicional. Que nos llamaran "hermanos", "gemelos", "clones" y demás motes cachacientos no solo no nos molestaba; por el contrario, nos enorgullecía.

Mi mejor amigo está muerto y no llegó a los veinte porque heredó la fragilidad cardíaca de su padre biológico. Pero no es ese un tema del que hablaremos en este post, sino del maravilloso regalo que fuiste para mí en vida. Nuestra torpeza para el fútbol nos hizo coincidir en un campeonato interpromo, con tres o cuatro bromas y tu "Señor Rondón" desde ese día y cada recreo que vendría después. Había encontrado a mi hermano gemelo y ambos todavía no lo sabíamos.

Capricornio, como todos los tristes intentos de quienes vinieron a tratar de ocupar tu lugar sin éxito. Tu lonchera obscenamente cara era subida cada recreo a mi salón, en donde media promoción no terminaba de entender qué mierda hacía un intruso de cuarto año subiendo al todopoderoso reino de quinto con ofrendas. De todas maneras eras intocable, pues quien se metiera contigo se metería conmigo y la historia demostraría que, si yo era un excelente amigo, era aún mejor como enemigo.

Siempre fui feliz dando y no porque quisiera lavarme la cara con esa expresión: desde chico siempre sentí una alegría enorme en el corazón cuando veía sonreír a los que míos con algo que pudiera darles. 

En tu caso, vaya que di más de lo que pensé que tenía para dar: Te conseguí pareja de promoción, tu primera fiesta de promoción decente, te conseguí a tu primera novia, dos discos de Cuchillazo firmados por la banda entera, tu primera clase de salsa (eras un fracaso), tus clases de edición de video (me superaste por mucho) y hasta te regalé mi historia de vida, la misma que siempre te resultó extraña y sacada de alguna película o novela de las que nos dejaba el profesor de literatura a modo de tortura digna de la Santa Inquisición. 

Tu madre era mi madre, de hecho empecé a llamarla "Mamá" como nunca logré decírselo a la mía. Tu señora madre, la más amorosa del planeta, siempre tuvo dos tazas enormes de avena Quaker en el desayuno, una con azúcar para mí y otra sin azúcar para ti, pues tú no tomabas nada dulce. Cuando vino su propuesta de vivir con ustedes dos, no lo pensé dos veces: Mi casa no era muy mi casa por aquellos días y mudarme a la tuya fue la mejor decisión de mi vida. No solo sabría lo que era una madre, también sabría lo que era vivir con un hermano de verdad. Un mes que me llevaré en el corazón hasta que me muera y te dé el alcance, .

Aunque mi vida amorosa fuera un desastre, siempre me las ingenié para ayudar a que la tuya, tan inocente como color rosa, fuera perfecta: desde prestándote mi celular para que le mensajearas de madrugada hasta dictándote lo que le pondrías en cartas que irían con tu firma como si las hubiera parido tu inspiración. Yo era bueno con las palabras y no me costaba nada mentirle a tus tres novias con líneas dignas de Shakespeare o Neruda.

No había retiro o viaje en la que no llegara a mi maleta una carta tuya, incluso en aquellos meses en donde la presión externa y la envidia, que siempre tiene el sueño corto, buscaba que nuestra alianza inusual se acabara. Líneas más, líneas menos, nuestro vínculo era más fuerte que el biológico, eras el hermano que había elegido y que me había elegido entre retiros, campamentos y recreos.

El dormir en tu cama siempre era un problema, pues era demasiado pequeña para dos energúmenos de metro ochenta. Tu madre siempre decía que dormidos nos veíamos como Tommy y Dil de los Rugrats, solo que en tamaño gigante. Sobre esas noches no había mucho que contar: muchas horas conversando, guerras de almohadas y un "Ya duérmanse, mierdas" de mamá desde la otra habitación. Aunque nunca lo sabrás porque estás muerto, nunca me volví a sentir cien por ciento cómodo durmiendo al lado de otro ser humano, tal vez porque nunca pude volver a confiar en otra persona de la misma manera. 

El último abrazo tuyo que me llevé conmigo aún me duele. Venías a despedirme en mi último día de clases, el pacto de sangre se rompía con mi graduación y probablemente sabías que al poco tiempo te tocaría decir adiós. Cuarto año jamás organizaría una despedida a quinto ni aunque les pagaran un millón de dólares o dos kilos de cocaína a cada uno. Sin embargo, la despedida se financió con dinero de los padres en una modesta recepción donde apareciste para romperme la columna con un abrazo que me duró hasta la tarde en que me tocó ver tu féretro marrón del otro lado de tu sala. No tenía valor de acercarme a mirar dentro del cajón porque probablemente moriría contigo en ese mismo momento.

No lloré y no acepté un solo abrazo de condolencia, no los quería, no los necesitaba. Llámenme cobarde si quieren, pero no iba a asomarme a mirar sin vida a quien había compartido lo mejor de la suya conmigo, una decisión de la que no me arrepiento porque tu rostro con algodones de formol en las fosas nasales a lo mejor me perseguiría en sueños el resto de mi vida. Y aunque nunca pude decir adiós porque las despedidas nunca fueron lo mío, debo admitir que fue el más grande estado de shock del que tuviera memoria, un trance del que me tomó tres o cuatro años salir. 

Como todos saben, todos mis mejores amigos varones después de ti a lo largo de mi vida fueron, al igual que tú, Capricornio, por alguna razón que no me interesa buscar en ningún horóscopo de mierda del periódico. Desde donde quiera que estés, si es que estás en alguna parte, es como si estuvieras intentando enviarme repuestos de ti para tratar de llenar medianamente tus zapatos, aunque la miserable realidad es que nadie calzará igual que tú y que yo, creo que eso lo sabemos de sobra.

Cierro el post con un secreto más: Cuando alguien que amamos muere, una parte de nosotros muere con esa persona. Catorce años pasaron y creo que, la razón por la que no volví a ver nuestras dos millones de fotos es por miedo a encontrarme con esa parte mía que se fue a la tumba contigo. 

La verdad es que hace mucho dejé de creer que estás en un lugar mejor, porque para ti no había un lugar mejor que al lado de tu madre y tu hermano mayor, ese al que nunca más volverás a decirle "Señor Rondón" y que quedó un poco más muerto que vivo la tarde de finales de marzo en que te perdió sin chance a despedirse. No hubo adiós, no hubo último mensaje, ni aviso previo, así como tampoco hay un lugar más allá. Hasta pronto, si es que eso suena mejor.  

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