jueves, 15 de septiembre de 2016

El Tren




"En la humanidad nada acaba del todo; 
cada cosa se detiene para volver a empezar." 

Yoritomo Tashi

A: Rana

El tren avanza silencioso en medio de un mar de luces nocturnas de ciudad y somos, una vez más, los últimos pasajeros en él. No tenemos mucha prisa en bajar en la siguiente estación y, seis años después de nuestra última conversación, las sonrisas todavía se asoman y amenazan con ganarle a tu silencio. 

Y es cierto, hoy todo es distinto, empezando por nosotros. Hoy callas demasiado para protegerte de más heridas o cortes mal cicatrizados. Pero en el fondo de tanto blindaje late ese corazón que en algún momento de mi vida aprendí a amar. Huelo la sangre que bombea en su interior y, si te preguntabas la razón, eso es lo que me ha hecho volver. 

Alguna vez me preguntaste por qué nunca tuviste tu lugar en este humilde espacio mustélido, ese momento llegó y te respondo que usualmente son los posts los que me eligen a mí y no al revés. 

No te miento, más de una vez sentí ganas de tomarte la mano y saltar de ese tren; pero todo, al igual que tu regreso y nuestro café en una grada del Kennedy, tiene su momento y su razón. 

Te amo, no me avergüenza admitirlo, tampoco me he preguntado a mí mismo el modo ni me interesa saberlo realmente, pero es lindo saber que sentimientos como ese sobreviven al tiempo espacio y ensayo-error. Sentimientos así sobreviven a todo, incluso a nosotros mismos. 

Aún le temes a mis abrazos y a que te mire de frente, no te culpo ni pretendo que sea distinto, han agarrado tu corazón a patadas tantas veces que hoy está cerrado y  con veinte curitas con cicatrizante, es probable que siga así por buen tiempo, pero cuando decidas abrirlo encontrarás a alguien listo para cuidarlo. No encontrarás a Romeo, es cierto, no me interesa serlo, pero al menos mi abrazo no tendrá un puñal para tu espalda como los seis o siete que aún veo sobresaliendo de ella. Valgan verdades, lo único que no ha cambiado es que seguiré cuidando tu corazón aunque no sea mío jamás. 

Gracias por superar tus miedos y regresar, aunque nuestro primer encuentro tuvo más fricción sin ropa que palabras, debo agradecerte que, cada vez que nos vemos, hayas decidido quitarte esa máscara que no te queda y que tratas de ponerte a la fuerza cuando sales de mi habitación. Amo que te quites la ropa, es cierto, pero amo igualmente que bajes las armas cuando intento acercarme de vez en cuando.

El tren sigue avanzando y me has regalado parte de tu café (eso o es que lo tomé sin permiso). Me buscas en la mirada parte del chico que amaste y odiaste en 2010; me encantaría darte algo de él, pero solo puedo decirte que los cadáveres se descomponen rápido a altas temperaturas y que, a seis años, es muy probable que ya no encuentres ni la lápida de eso que viniste a buscar.

Me toca bajarme antes de la última parada, te abrazo de sorpresa, te vuelvo a besar y me preguntas si volveré. La puerta automática se abre conmigo de pie frente a ella, yo sonrío y solo respondo que "y tú también". Hasta el siguiente tren, mi amor bajo cero.





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