viernes, 25 de julio de 2014

Marcahuasi

A: Koala y couch surfing, "vamos a volar Marcahuasi, carajo"



La aventura comienza a casi cuatro horas de Chosica, en un pueblito fantasma llamado San Pedro de Casta. Su gente es amable, silenciosa, devota de Jehová y Messi (sí, Messi). Tras salvarnos de un interminable suplicio de curvas al borde de abismo y trocha al infierno sin retorno, seas o no creyente, algo de divino tiene el llegar entero hasta aquí sin desbarrancarte.

La noche es fría, por lo que caen excelente un buen caldo de pollo o una mágica taza de Muña hirviendo en el restaurante "Leysi", cuyas fotos de hamburguesas bajadas de Google no tienen nada que ver con las deliciosas sopas que su única dueña prepara. "Levanta las manos para Jehová, levanta las manos para Jehová", reza el huayno religioso que suena desde la radio en un interminable repertorio de alabanzas con saxo, violín andino y "una vueltesita para Cristo".

El hotel Municipal, el único lugar para pernoctar, resulta acogedor frente al frío ingrato que gobierna por la noche. San Pedro de Casta manda a dormir a sus habitantes a las 20 horas, por lo que resulta imposible divisar algún alma deambulando después de esa hora.

Los chistes sobre extraterrestres, OVNIs y grises no llegan sino hasta la mañana siguiente, cuando Paloche, miembro de la junta vecinal del pueblo, te guía hasta la montaña sagrada de Marcahuasi. "Los platillos que vuelan solo lo ven los troncheros", nos dice el dirigente mientras regaña a Kakanchi, el caballo gris que se hace dos o tres viajes de hora y media hasta la montaña en tiempos de campaña como Semana Santa.

Allá arriba es otro mundo, las piedras de forma irregular te recuerdan lo efímero que eres y los rostros de la humanidad se dibujan en lo alto con tanta precisión como permita la imaginación del espectador. "¿Dónde está la cara del inca?", pregunta mi hermano Mario resaltando que en todo viaje al interior el guía te sugestiona a ver la bendita cara del inca. Maldito gordo borracho. 

Si exploras la amplia zona encontrarás colinas con vistas al horizonte y sunsets de postal. Mientras el sol se esconde, las sombras amenazan con un frío que te corta la piel.

No es aconsejable comer demasiado si tu estómago es resentido, los caldos y líquidos son la mejor opción para darte la paz que buscas en sitios místicos como este.

La noche es asesina, hostil, con picos de tres grados en la madrugada. Carlos, nuestro camarada con aspecto de militar, nos recuerda que seis o siete se han muerto de hipotermia por pasarse de graciosos y venir con una sola casaca. El frío no te deja dormir, hace chocar los dientes y buscar calor es la única premisa.

El anisado ardiente puede ser un alivio, pues a cuatro mil metros de altura tus 'chatas' de ron son alegres botellitas de inofensivo refresco.

En medio de la fiesta, el guía Pedro nos recuerda con algunas copas encima y toda su euforia festiva que si él no duerme, nadie duerme carajo. La familia de couch surfing es pirotécnica como la artillería que trajeron, suficientes calaveras y fuegos artificiales para volar Marcahuasi.

Si llevas contigo suficiente leña y sobrevives la noche despiadada, puedes admirar las formaciones rocosas un tiempo más, hacer un Harlem Shake con tus amigos y volver al pueblo cantando "We are the champions". Nosotros la trajimos para escucharla de fondo con el mp3 y sus baterías que jamás se acaban gracias al poder de Mario para dar wi-fi y electricidad a cualquier cosa que esté a ocho cuadras a la redonda. 

Tras una entrevista que nos piden unos universitarios acerca de las deficientes políticas ambientales de la Municipalidad para preservar el patrimonio nacional y los extraterrestres que lo habitan, estamos listos para volver a la ciudad angurrienta. No tan rápido: el regreso volverá a ser bordeando el abismo y esta vez en bajada. "No canten victoria", nos dice el chofer entre risas. Abróchense los cinturones y "levanta las manos para Jehová".


miércoles, 9 de julio de 2014

Mientras tanto, en Marcahuasi...

Nos dejaron solos dos días...SOLO DOS DÍAS, miren lo que pasó...



Si pasan por Marcahuasi, miren atentamente el cielo estrellado, podrían encontrar evidencia de vida extraterrestre. Este video de 30 segundos corresponde a un encuentro cercano del tercer tipo y ya viene siendo investigado por el FBI... #okno.

República Dominicana

 



La islita en medio del Atlántico nos da la bienvenida con una sobredosis de Bachata y un sunset de postal. Las vacaciones comienzan así, al oriente de La Española y lo más lejos de casa que he estado en mi vida.

La ciudad hotelera se alza a tres horas del aeropuerto Las América. Una vez allí, una pulsera es la respuesta a todas tus preguntas y el fin de toda preocupación.

El personal de servicio, haitianos en su totalidad, te da la bienvenida y te sonríe hasta su hora de salida. Después, su mueca amable se tornará en hostilidad y prisa, por lo que les valdrá dos carajos tu existencia y su única prioridad será llevarse toda la fruta ornamental que puedan del buffet, que en la segunda noche te marea con tantos sabores y nacionalidades.

La playa, a dos pasos de la puerta de tu cuarto, te hace sentir tan pequeño como un grano de arena en medio de la inmensidad Atlántica. Aquí no hay muchas olas, puedes avanzar mar adentro todo lo que te venga en gana y el agua siempre llegará a tu cintura, como un espejo gigante, como una postal del Caribe en la que caímos por casualidad.

Tras tomar el sol y comprobar que es más cálido estar dentro del agua que fuera de ella, es hora de ir a nadar con rayas, tiburones y delfines. Mis compañeros insisten en que me convertiré en el almuerzo, pero nada como sacarse el clavo cuando quieres algo.

La instrucción es clara: nunca demasiado cerca, nunca muy atrevido, que sean ellos los que se acerquen a ti como si estuvieses en el menú. Los hijos de Flipper conocen su rutina a la perfección: Salto, beso, canto y el moon walker de Michael Jackson, luego un pescaso de premio y el entusiasmado turista puede irse por donde vino.

Sin snorkel, porque lo detesto, veo el suelo submarino moverse con apacibles rayas de ojos pacientes, mientras que los tiburones gato o nodriza nadan en círculos a tu alrededor, haciéndote sentir un snack, recordándote lo vulnerable que eres como especie y lo indefenso que estás en sus dominios.

Navegar por el Caribe es un sueño hecho realidad, la isla Saona es un buen refugio para escapar de todo, hasta de ti. Si tienes algo de suerte y llueve en alta mar, los delfines salvajes se acercarán a tu bote para revivir los tiempos en que ellos y el hombre fueron amigos alguna vez.

La comida típica me resulta nueva, arroz y frejoles negros en todas sus variantes me hacen extrañar un buen ceviche en el mercado de Magdalena, a miles de kilómetros de donde me encuentro ahora.

En República Dominicana jamás se duerme, las discos abren toda la noche con ron-colas para dar la bienvenida al exceso, más aún si bordeas los 20 y te puedes permitir algunas estupideces.

Un alegre carrito como el que usan los golfistas podrá devolverte a tu habitación desde el lobby si estás demasiado cansado. El gentil haitiano que lo conduce nos menta la madr ene creol por hacerle trabajar de madrugada y maneja por todos los pantanos hasta las habitaciones, allí volvemos en grupo para dormir y despertar al día siguiente sin mucho arrepentimiento por la noche anterior.


Me he llevado a La Oreja de Van Gogh y a Enigma en los audífonos, pero vengo siendo torturado con Prince Royce que viene recordándonos que "solo quiere darte un beso" por centésima vez (sin exageración alguna). El paraíso existe al pie de una palmera con un buen coco para calmar la sed como no lo harán las miserables botellitas de Coca-Cola de 15 dólares cada una. Mi amiga Sabina, una española lesbiana con aspecto de Justin Bieber y piel dorada, me recuerda que el glorioso verde vale un soberano rábano en República Dominicana. Pesos, pol' favol', chico, pesos.

En las afueras del emporio hotelero, los buscones te ofrecen prostitutas, cocaína, marihuana y otras drogas de nombre impronunciable a plena luz del día y con la naturalidad de quien te vende souvenirs. La diferencia socio-económica entre Plaza Bávaro y el complejo hotelero, tan próximos uno del otro, es abismal. Si sales a explorar fuera de tu burbuja paradisíaca, te llevarás el más crudo recordatorio de que la miseria y la opulencia conviven bajo el mismo sol, separadas tan solo por algunos metros, odiándose pero necesitándose a la vez.

La gente en el pueblo es amable, te mira a los ojos y siempre está dispuesta a compartir anécdotas. Las haitianas y haitianos del personal de servicio, gran parte de ellos con Biblia en mano, te cuentan algunas de sus historias, extrañados porque estés conversando con ellos a espaldas del hotel en vez de tomar el sol hasta sufrir insolación o embriagarte todo el día en las playas del frente. El personal es retirado de los hoteles en buses con lunas cubiertas, como si de cargamento se tratase, algo que puede llegar a indignarte si consideras absurdas algunas políticas laborales o si tienes un mínimo de conciencia sobre lo que es la igualdad.

Así es la isla de don Diego Colón: bachatera, bonachona, contradictoria e interminable. Una eterna fiesta de Coco Loco sobre el catamarán, con los colores del sunset y la brisa marina que se te mete por los pulmones hasta el alma, donde quiera que la tengamos y sea del color que sea.


 

Parapente en Pachacamac

Abre las alas, volarás...

Rapel en Autisha - Santa Eulalia

Límite vertical. Descenso hacia el abismo en compañía de Andrea Coombes y su servidor nutria

Puenting en Autisha - Santa Eulalia

El puente de Autisha se va a caer, se va a caer...

Wakeboard en Naplo

Domar las olas no es una opción...es una obligación!!!

Moto acuática en Naplo

Acelera, que el mar abierto te espera...

Cuatrimotos en Puerto Viejo

Y aunque casi pasamos a mejor vida, esta fue una aventura que no olvidaremos jamás!!!

Tubulares en Asia - Aventura en el desierto

Pude conducir...y sin asesinar a nadie!!!!



Vengan a vivir la aventura del tubular a pocas horas de la ciudad y en medio del desierto de Asia. Diversión y adrenalina garantizada.

Archivo

De la selva, su Nutria

La moto acelera por la carretera bajo un sol infernal, más ardiente que la lava, pero no más que sus corazones a mil por hora. M...