Este es mi cuarto día en cama, 96 horas en las que no he hecho otra cosa que sumergir mi cara en una almohada y soñar cosas improbables, antisexuales y muchas de ellas sin sentido por implicar al horrendo señor que te sonríe desde la caja de Capitán Crunch.
La faringitis febril ha terminado con mis fuerzas, con mi hiperactividad, con el intensísimo yo que corre por todos lados sudando adrenalina por litros. Después de esta cuarentena, la sonrisa ya no sale igual, la ironía me cuesta trabajo y cantar se ha hecho doloroso, ¿sabes?, mi alma está en huelga.
Mi voz está en huelga porque ya no quiere responder con extensos speechs diz que elocuentes, ya no se queja en voz alta de lo que no le parece, ya no se las da de graciosa con respuestas hirientes y fuera de lugar como mecanismo de defensa, ya no encuentra palabritas rebuscadas para adornar con cerezas empalagosas la torta de nuestra conversación. Ya no quiero, papá, llévate el plato porque es más grande que yo.
Mis manos están en huelga, ya no gesticulan de forma ceremoniosa, ya no cometen actos impuros de los cuales me deba arrepentir después, ya no tienen el impulso de golpear tu cuerpo hasta ponerlo morado placer. Lo más preocupante de este motín es que ya no quieran embutirse la comida en forma obscena, grosera, quitándole a los demás con la ayuda de un "¿vas a comerte eso?". Finalmente, las pongo en el aire para ver si ya no tiemblan como parte de mi natural ansiedad. Están quietas...creo que me he muerto un poquito.
Mis pies están en huelga: ya no quieren pararse de la cama, correr por la casa y desesperar a mi padre con el ruido del suelo. La calle ya no los llama como de costumbre, no tienen ganas de caminar con rumbo fijo, firmes, a zancadas, generando quejas en quien me acompañe por su ritmo acelerado en una ciudad donde correr es andar.
Mis ojos están en huelga: ya no se quieren abrir por la mañana, la huyen a la TV de un modo casi reflejo, ya no les gusta el sol y me piden a gritos lentes si debo ir a trabajar o a alguna otra parte. Lo más triste de mi cese ocular es que ninguno de los dos quiere leer de forma ávida como antes. Decididos a no hacer nada, se cierran contra mi voluntad y me restan horas con un sueño improvisado que en el fondo agradezco.
La noche anterior me ausenté de la orquesta con el dolor de mi corazón. Sin mi voz para responder al escenario, he desertado por primera vez en mi vida. Nunca tan cobarde, nunca tan inútil. Mi director me ha llamado a decir que el show no fue lo que se esperaba, tal vez yo tampoco lo soy últimamente. Sonrío, prometo pararme esta semana y volver para rockear como se debe. Un poco de Enigma, PJ Harvey y Pink parecen tener mi espíritu algo lento, pero son mi mejor analgésico ahora que no estás.
Pido a mi voz que ponga fin a la huelga, pero me dice que solo lo hará cuando seas tú quien le responda, respondo que eso no es posible así que me pide que lo consulte con mis manos. Mis manos exigen tocarte, acariciarte y desgarrar tu piel hasta lastimarla considerablemente. Al no haber trato, mis ojos tienen la última palabra. Les digo que, muy a mi pesar, no pueden verte, que ya no estás aquí y que eso no es negociable. Mi cuerpo entero me ve con decepción, le he negado su más grande combustible, aquello que puede elevar su temperatura a niveles insanos. Hoy todo eso es historia, hoy estamos en invierno.
"Try, try, try" repite Pink, ella qué sabe. Con todo el cuerpo en paro, he decidido volver a dormir hasta que uno de aquellos sueños en los que te me apareces sin decir nada se cumpla. Entonces ya no seré tan cobarde, ya no te dejaré ir, ya no daré marcha atrás en esa locura que llamamos ser feliz. Try, try, try, si no hay solución, la huelga continúa.