"Poniendo con su celular los gritos desesperados de otro piloto desafortunado muerto en el 96, mi hermano del alma se sienta junto a mí y me sonríe con la desfachatez propia de una joda para Tinelli: "Si las cosas salen mal, siempre puedes morder tu DNI para facilitar que te reconozcan después". Mis ganas de estrangularlo desaparecen cuando me soborna inocentemente con un snack de avión, qué fácil soy.
Cuando te subes a un avión son muchas las cosas que pasan por tu cabeza y el cielo inmenso justo bajo tus pies te hace pensar un poco diferente respecto a ti mismo. Al ver tanto algodón como un inmenso colchón que invita a dormir en él, entiendo lo frágil y fugaz que soy. Ningún problema mío es más grande que ese cielo inmenso por el que mi avión se mantendrá el tiempo que la providencia así lo quiera.
Yo veo a Dios cuando vuelo, por eso rezo a modo de saludo cuando entro en su cielo, su casa con colchón gaseoso king size. Sus ojos inmensos sobre mí me hacen sentir que soy un puntito seguido con ínfulas de algún otro signo de puntuación más grande como el de admiración, interrogación o al menos de coma.
Cuando siento la turbulencia tengo miedo, mi alma me golpea el pecho con la ansiedad propia de estar siendo exorcisada. Los vacíos de aire (espacios de vacío que hacen tambalear a la nave) aumenta la tortura y las imágenes de "Viven" pasando por mi cabeza. Siempre existe la posibilidad de caerme más que en ningún otro momento de mi vida: una caída sin segunda chance, sin preguntas, sin apoyos, sin nada excepto la respuesta a lo que vendrá después de desaparecer.
La noche previa al vuelo, mi mejor amigo y yo tuvimos la idea más insana y masoquista: oír audios de caja negra por YouTube. Poniendo con su celular los gritos desesperados de otro piloto desafortunado muerto en el 96, mi hermano del alma se sienta junto a mí y me sonríe con la desfachatez propia de una joda para Tinelli: "Si las cosas salen mal, siempre puedes morder tu DNI para facilitar que te reconozcan despues". Mis ganas de estrangularlo desaparecen cuando me soborna inocentemente con un snack de avión, qué fácil soy.
A mi otro costado viaja el típico niñito que se sube por primera vez a un avión. Sus saltos de entusiasmo y sus "mira, mira" me contagian buena vibra pero terminan siendo opacados por las preguntas más odiosas que puedes hacerme en un viaje: "¿Ya llegamos?", "¿Cuanto falta?", "¿Vas a comerte eso?". Por su parte, finas e imperturbables, las aeromozas son angelitos de la guarda en sastre y maquillaje caro. Ellas te sonríen y te hacen olvidar la paranoia con toda clase de bebidas en vasitos poco generosos, haciéndote sentir en su casa, pero no en la tuya.
Los dos momentos mas difíciles para el vuelo son el despegue y el aterrizaje. La presión y la velocidad del inmenso pájaro de acero, sumado al derrame de combustible posterior al impacto, pueden incendiarlo en caso de una falla técnica siempre probable.
Unos segundos bastarían para convertirme en fritura o choncholí, saliendo por primera vez en mi vida (o en mi muerte) en 90 Segundos por 2 de ellos. Podría tener una peor suerte y haber viajado con alguien más pepon apellidado Shopapov o Patterson, entonces saldría él y su familia en mi lugar para llenar la pauta. Caballero, finadito, confórtate con tu nombre en RPP Noticias a las 7 u 8 am.
Aún no le he dicho a mi papá que lo amo lo suficiente para atocigarlo, aún no he hecho parapente, aún no he besado sin permiso, aún no te he respondido la pregunta, aún no he comido mantequilla de maní, no por favor, no quiero acabar desintegrado o estallar como una pepita de pop corn. No me lleves, papá Dios, dime que lo de "problemas tecnicos" se refiere a la insuficiencia de bocaditos, la maquina de café o al Wi-Fi.
Aterrizamos con normalidad, "¿ves imbecil?". Apúrate a bajar, el jefe de tripulación se parece a Juan Gabriel termina de delatarse diciendo que el vuelo estuvo DIVAIN. Bajando la escalera, me río de la vida, de mí, de poder volverme a reír. De que Dios solo usó los vacíos de aire en el cielo para decirme "caíste, lero lero, candelero".