jueves, 26 de enero de 2012
Gordito (Parte II)
Miro mi plato de lentejas con arroz y filete de pescado. A un lado, la cebolla se esconde tímida bajo la menestra, como no queriendo ser vista. En medio de mi primer intento de comida sana, el mozo del restaurante de Miraflores en el que suelo almorzar desfila bailando con dos platos de tequeños y uno de tallarines verdes en sus manos como diciendo "¿va a querer señor??".
A un lado, una alegre ejecutiva arrasa con un jugoso pollo a la brasa con papas doradas, litros de chicha y un esponjoso brownie chocolatoso esperando en una esquina con temor a ser el siguiente en la lista Kill Bill de la hambrienta máquina devoradora con rulos pintados color rojo tía. Sí...rojo tía, ese que toda tía usa en su cabeza con resignación en homenaje a Carmencita de la serie Mil Oficios.
Volvemos a mi dilema. Mi relación con los Nuggets de McDonalds ha terminado y aún los pienso por las noches. Nuestros momentos felices como la cajita son parte del pasado. Pero aún me dueles, pollito crocante, aún me duele tu ausencia...aún te lloro y sueño que volveremos a ser uno frente al parque Kennedy o al televisor.
El pop corn ha sido mi delito inconfesable, compañero inseparable del cine (imagínense una película sin canchita) y mi escape adúltero a esta dieta que a veces parece matarme. La gaseosa fue mi primera ruptura inofensiva, apenas me costó unos días asimilar que las burbujitas ya no reventarían en mi lengua nunca más. Aunque la Inca Kola me enamora a la hora del ceviche, he sabido decirle que no y hacerle entender que lo nuestro ya no puede ser.
Ya en el consultorio de mi nutricionista, me mira con amor...con ternura. Una exgordita de 125 kilos con unos soberbios 52 que me prueban que todo es posible con determinación. Ella sabe lo mucho que sufro, ella me entiende y me ofrece una barrita energética de kiwicha como consolación.
Vamos Rondón, la carrera recién comienza, devora esa revoltijo verde y olvida que alguna vez la milanesa recién frita zumbaba sobre la verde colina hecha de tallarín. Al final del sendero de queso parmesano por el que me voy alejando, se alza la promesa de un cuerpo mejor. Amén, ahora a comer.
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